lo que le pasaba era algo sin precedentes,
algo hasta allí nunca visto y, por ello mismo, vergonzoso, para colmo de su infortunio, pues se hacía perfecto cargo del perjuicio que suponía ser el primer ejemplo de tamaña bufonada. Llegó, por fin, a dudar de su propia existencia,
y aunque antes estaba dispuesto a todo con tal de despejar sus dudas fuese como fuese, en la índole misma del caso iba, por supuesto, anexo un elemento de sorpresa. La congoja le agobiaba, le torturaba. A veces perdía el discernimiento y le fallaba la memoria. Al volver en su acuerdo tras un momento así notó que su pluma corría maquinal e inconscientemente sobre el papel. Sin fiarse de sí mismo leyó lo que había escrito.., y no entendió nada. Finalmente, el otro señor Goliadkin, que en el ínterin continuaba sentado tranquila y decorosamente, se levantó y desapareció por la puerta de otra sección para atender a algún trámite. El señor Goliadkin echó un vistazo a su alrededor. Nada. Todo estaba en calma. Lo único que se oía era el garrapatear de las plumas sobre el papel, el crujido de las hojas al ser repasadas y el runrún de las conversaciones en rincones algo apartados de donde estaba Andrei Filippovich.
No hay comentarios:
Publicar un comentario