19 DE AGOSTO
¡Lo mataré! ¡Ya lo he visto! Ayer sentado ante la mesa de mi despacho, hacía ademán de escribir con gran atención. Estaba seguro que vendría a rondarme muy de cerca, tan cerca, que quizás podría tocarle, cogerle ... Entonces, ¡ah! entonces ...
la desesperación me daría fuerzas;
haría uso de mis manos, de mis rodillas,
de mi pecho, de mis dientes,
¡hasta de mi cabeza,
para estrangularlo, aplastarlo, morderlo ... despedazarlo!
Y con todo mi organismo excitado, acechaba, ...
esperando el momento apetecido.
Había encendido las dos lámparas del despacho y las ocho bujías de la chimenea, como si con esta claridad hubiese podido descubrirlo. Enfrente de mí tenía la cama, una antigua cama con columnas de encina; a la derecha, la chimenea, a la izquierda la puerta, cuidadosamente cerrada, después de haberla dejado abierta largo tiempo con el objeto de atraerlo; detrás de mí, un elevado armario de espejo, frente del que tengo la costumbre de acicalarme y vestirme, y donde me suelo mirar, de pies a cabeza, cada vez que paso delante de él. Así, pues,
simulaba escribir,
como antes he dicho,
para engañarle,
puesto que
estaba seguro de que me espiaba;
no tardé en apercibirme, con certeza,
de que estaba leyendo por encima de mi hombro y que
se encontraba allí,
R O Z A N D O.....M I.....P I E L.
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