Él era moreno, muy pálido, y siempre en luto riguroso;
sus palabras chasqueaban con un ruido de llamas,
y cortas chispas más frías que la hoja de un cuchillo
iluminaban a veces la bruma de su ojo.
Un mismo gusto por el arte y por los sombríos dramas,
la misma edad, la misma angustia del ataúd,
un igual infinito de tristeza y de orgullo
tuvieron rápido encadenados nuestros espíritus y nuestras almas.
A la larga, sin embargo, este ser ligero y negro
me inquietó sin tregua y tanto, que una noche,
me dije a mí mismo: "¡Oh! ¡si esto era el Diablo!"
- "entonces, ¿se intuyó, usted me prefiere a Dios?
¡Sea! Me voy, querido mío, pero por regalo de adiós,
¡yo os dejo el Miedo, el Miedo irremediable!"
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