George vio un compartimento metálico aislado, espacioso, acogedor; una caja de depósitos móvil y segura que ningún poli del mundo, por muy listo que fuese, pensaría abrir; una bóveda de seguridad guardada por el mayor simplón del mundo: el compartimento de los panecillos del carro de aquel estrambótico vendedor.
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