El doctor Talc les había tenido a ambos en clases distintas un lúgubre semestre, durante el cual habían interrumpido sus disertaciones con ruidos extraños y preguntas venenosas e impertinentes que nadie, Dios aparte, podría haber contestado. Se estremeció. A pesar de todo, debía localizar a Reilly y obtener de él una explicación y una confesión. Con que los estudiantes le echasen un vistazo, entenderían que la nota era una fantasía insustancial de una mente enferma.
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