Y rodeó la blanca montaña de tela blanca, que resollaba y roncaba volcánicamente. Ignatius, vagando por Fantasilandia, soñaba con una Myrna Minkoff aterrada, a quien juzgaba un tribunal del buen gusto y de la decencia, declarándola culpable. De un momento a otro se iba a pronunciar una sentencia terrible, una sentencia que garantizaría daños físicos contra su persona, como castigo por sus innumerables delitos.
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