En mi angustia, callada y escondida,
sé tú como enfermera bondadosa,
cuya mano ideal viene y se posa,
llena de suave bálsamo, en la herida.
Ríe en mi tedio –sepulcral guarida–
como un rayo de sol en una fosa;
perfuma, como un pétalo de rosa,
el fango y la impureza de mi vida.
Del corazón en el silencio, canta;
entre las sombras de mi ser, fulgura;
mi conturbado espíritu levanta;
enciende la razón en mi locura,
Tengo hambre y sed de bien, dame una santa
limosna de piedad y de ternura...
(En mi angustia, callada y escondida...)
(L.G. Urbina)
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