En el alero del místico tejado
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el gato se ha quejado cantando esta canción:
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IL POSTINO
viernes, 24 de diciembre de 2010
EN EL ALERO DEL MÍSTICO TEJADO
miércoles, 22 de diciembre de 2010
PERMANECER JUNTO A TI
¿Qué es la vida cuando alguién se desliga de ella? ¿Qué es la vida cuando no puedes mostrar eso que tú sientes? ¿Qué es la vida cuando te mantiene atrapado la prisión del miedo? ¿Qué es la vida cuando nadie sabe que estás perdiendo el control de tu yo y piensan que simplemente te volviste un loco a quien nadie hará caso? ¿Qué es la vida cuando les demuestras que te levantaste de tu "yo" acorralado y les has desplegado quién eres? ¿Qué es la vida si las esperanzas se pierden? ¿Qué es la vida sino permanecer junto a tí?
martes, 21 de diciembre de 2010
NO A LA MANIPULACIÓN EXTERNA DE TUS MANECILLAS
"Una situación que, por encima de todas las cosas, sigue produciendo individuos exhaustos, asfixiados desde dentro por todas aquellas imposiciones que se han incrustado en su cuerpo. Individuos que ya no pueden seguir el ritmo y que en ocasiones sienten la necesidad de escapar, huir, salir, incluso desaparecer. Esta necesidad de huida es una de las consecuencias directas de la Modernidad, que, al mismo tiempo que encadenaba a los sujetos a los sistemas de producción, tuvo que inventar métodos disuasorios para evitar que se pensara en la condición opresiva de los cuerpos. Las vacaciones y el 'tiempo libre', por ejemplo, surgieron como una válvula de escape para esa necesidad de desaparecer. Un pequeño paréntesis que, más que para recargar baterías, nació para descargar las ganas de huir del mundo."
Del texto de M.A.H.
EL ESPÍRITU CONTROLADOR
Incluso los afectos y las emociones, los resquicios de libertad incuantificables del individuo, han sufrido un drástico proceso de modelado y normativización. Y es que el capitalismo aprendió desde un principio que la mejor manera de controlar a los individuos es controlar y modelar sus emociones. Como sostiene Eva Illouz, el capitalismo, ayudado por la psicología y la tecnología, emprendió desde sus inicios un proceso de cuantificación emocional. Un proceso para sacar a la luz aquello que se encontraba en la esfera más íntima e incomunicable del sujeto. Los afectos entraron así a formar parte del espacio público y, al hacerse visibles, se pudieron dominar, domesticar y manipular (ése es en el fondo el reverso de la psicología). Hoy, tras ese largo proceso, las emociones están disponibles y se han emancipado del sujeto, que ya no las siente, sino que las posee, las adquiere o las consume, producidas y creadas directamente por la tecnología. De hecho, la gran utopía de la robótica contemporánea pasa por la consecución de entes mecánicos capaces de producir emociones, entidades que puedan sentir amor y desarrollar pasiones “humanas”. A falta de esto, nos conformamos con crear tecnologías de reconocimiento afectivo, dispositivos que detectan nuestro estado de ánimo y nos ponen la música que necesitamos, el tono de luces más apropiado o incluso el olor que más se ajusta a la temperatura corporal que emitimos. Hace unos años, un anuncio de televisión mostraba esto a la perfección, la relación entre un coche y un humano. Después de salvar varios obstáculos con su coche, el propietario acariciaba el capó y dejaba caer una lágrima en el parabrisas. El coche la limpiaba, y la voz en off decía “podemos controlarlo todo, salvo tus emociones”. Hoy probablemente el coche haría que el propietario no se sintiese triste. Y el mensaje sería: “podemos controlarlo todo, incluso tus emociones”. O al revés (más real y mucho más perverso): “si controlamos tus emociones, podemos controlarlo todo”.
(del texto de M.A.H.)
DESARRAIGANDO EL ESPÍRITU MALVADO
"Como quiera que sea, la modernización creó un sujeto 'sujetado' por normas, leyes, órdenes, tiempos y rutinas que, aunque provenían del ritmo de producción maquínico, se hicieron carne y se inscribieron en los cuerpos. Los individuos se encadenaron a las estructuras de poder a través de unas cadenas invisibles que se enroscaban en lo más profundo de los cuerpos. Ya no hay, pues, posibilidad de huir, porque aquello de lo que se quiere escapar está demasiado cerca. El orden, la ley, la norma se ha extendido por los cuerpos como un virus. La metáfora de 'La invasión de los ultracuerpos' es la que mejor funciona aquí: el individuo como un ser desalmado poseído por el espíritu del capitalismo."
(del texto de M.A.H.)
LA HEGEMONÍA DE LAS MÁQUINAS
"La sujeción al tiempo de la cadena de montaje en el fondo encarna la sujeción a los nuevos dispositivos de poder, control y dominación de los sujetos que tiene su origen en la modernidad. Como ha mostrado lúcidamente Michel Foucault a lo largo de su genealogía del poder, en la modernidad tiene lugar un paso de un sistema basado en la represión y la tortura a otro basado en la docilización. Los individuos modernos ya no estarán solo dominados por un señor o un rey que ejerce la fuerza sobre ellos, sino por leyes, normas y regulaciones que son aprendidas e inscritas en los propios cuerpos. Esas normas, emplazadas en las instituciones de saber y poder (la escuela, la ciencia, la prisión…), son las que, progresivamente, se van “incorporando” en los individuos, llevándolos poco a poco a un proceso de estandarización que aún hoy no ha acabado del todo. Según esta visión, con la modernización dio inicio también un proceso de normalización y regularización de los sujetos. Unos sujetos cuya fuerza de trabajo debía ser ampliada para adecuarse a los nuevos ritmos de producción. Y es que con el advenimiento de la revolución industrial y, posteriormente, el progreso de la tecnología, el hombre natural resulta obsoleto y tiene que desarrollar todo tipo de prótesis (de comunicación, imagen o transporte) para adaptarse al nuevo moderno. Pero lo realmente paradójico fue que, al mismo tiempo que el hombre se hacía más poderoso en términos de producción y fuerza de trabajo, se hacía también más dependiente y sumiso ante la hegemonía de las máquinas. El nuevo individuo era más fuerte, más rápido y más productivo, pero menos capaz de gobernarse a sí mismo. De este modo, por un lado, los sujetos ampliaron su fuerza de trabajo. Pero, por otro, se disminuyó su fuerza política. Se restringió la capacidad política de los individuos, y sobre todo su soberanía, cada vez más vinculada a las máquinas y sus ritmos. O lo que es lo mismo, que se cumplió el sueño del totalitarismo moderno: un superhombre que al mismo tiempo es un superesclavo. Un sueño del que tardaremos tiempo en despertar. "
Del texto de M.A.H.
EL TIEMPO QUE YA NO NOS PERTENECE
"El nacimiento del sujeto moderno estuvo ligado a la 'sujeción' a un tiempo que, cada vez más, ya no era el suyo, sino un tiempo simple, el tiempo de la sucesión. En cierto modo, se podría decir que la Modernidad instauró el tiempo único de la producción y la tecnología –único resquicio aún hoy de la creencia en el progreso-. El tiempo de la continuidad y la velocidad" ... "caracterizado por la elipsis y la supresión de los tiempos muertos, esos tiempos que precisamente son los tiempos de lo humano, aquellos que escapan a la luz del espectáculo. Se trata del ritmo de la producción, que elimina todo aquello que no le sirve: los afectos, las emociones, los deseos, todo aquello que no puede ser fácilmente absorbido y comercializado. Ése es, en el fondo, el tiempo predominante de la sociedad de nuestros días. El tiempo de la aceleración, de la urgencia, de la instantaneidad, el tiempo que ya no nos pertenece."
(del texto de M.A.H,)
RELOJ DESPIADADO
La amazona ha perdido la memoria, es más conveniente no recordar, se ha roto la continuidad del tiempo, sin embargo, se intenta reparar el reloj de pared para que el péndulo vuelva a marcar el tiempo, por el momento el tiempo está detenido, el tiempo no importa, "puedes hacer más en una hora que en toda una vida", pero hay que deconstruir el reloj, desbaratarlo en sus piezas, convertirlo en un objeto que solo condiciona a los que están con vida en una movilidad apresurada, ¡urge, porque el tiempo se va!, ¡y todos desaparecemos en algun tiempo! Pero para los que tienen la vida sin poder repararla, el costo de la oportunidad, la oportunidad perdida, hay una vida navegando en el torbellino del caos, cayendo en picada en un abismo negro. Volver a empezar, amnesia total, pero el inconsciente tramposo siempre trata de reparar lo irreparable. Ya no hay un tiempo tradicional, hay que vivir sin reloj o caer en la trampa del reloj sustituto. La amazona reconoce en el reloj algo que no funciona, algo que con su inteligencia intenta poner en orden, pero siempre que intenta lograrlo simplemente el reloj no camina. Poner el péndulo a latir para que por reflejo nuestro corazón lata, no se elimina el pasado, el tramposo inconsciente, desechar el reloj como objeto ornamental de lo que quedaban de unas iglesias que levantaban y adormecían a los pueblos, a las aldeas, romper con la cómoda tradición que nunca aceptó tu diferencia, que no encajabas en el cotidiano vivir, que serías marginada y que nunca te dejarían integrarte y vivir como los demás. El reloj en tu vida significa correr, huir, intentar llegar a tiempo, pero nadie puede predecir lo que el tiempo nos depara, no es posible retroceder ni adelantarse a los hechos, y vertiginosamente cambia el escenario y nuestro rol, pero decidida a enfrentar la tormenta porque se acepta un destino, si empieza a eliminar humanos, porque ella no lo es, le pide al amor de su vida, que sin contemplaciones la detenga, él sería la única persona que ella permitiría le diera fin.
EL RELOJ
(Autor: Roberto Cantoral)
Reloj no marques las horas
porque voy a enloquecer
ella sé ira para siempre
cuando amanezca otra vez.
Nomas nos queda esta noche
para vivir nuestro amor
y tu tictac me recuerda
mi irremediable dolor.
Reloj detén tu camino
porque mi vida se apaga
ella es la estrella que alumbra mi ser
yo sin su amor no soy nada.
Deten el tiempo en tus manos
haz esta noche perpetua
para que nunca se vaya de mí
para que nunca amanezca.
Reloj detén tu camino...
ESCAPAR DEL ENCIERRO
lunes, 20 de diciembre de 2010
SE NIEGA A ESTAR SOLO
El hombre de la multitud
Edgar Poe
Esta gran desgracia de no poder estar solo. (La Bruyere)
Bien se ha dicho de cierto libro alemán que er lässt sich nicht lesen -no se deja leer-. Hay ciertos secretos que no se dejan expresar. Hay hombres que mueren de noche en sus lechos, estrechando convulsivamente las manos de espectrales confesores, mirándolos lastimosamente en los ojos; mueren con el corazón desesperado y apretada la garganta a causa de esos misterios que no permiten que se los revele. Una y otra vez, ¡ay!, la conciencia del hombre soporta una carga tan pesada de horror que sólo puede arrojarla a la tumba. Y así la esencia de todo crimen queda inexpresada. No hace mucho tiempo, en un atardecer de otoño, hallábame sentado junto a la gran ventana que sirve de mirador al café D..., en Londres. Después de varios meses de enfermedad, me sentía convaleciente y con el retorno de mis fuerzas, notaba esa agradable disposición que es el reverso exacto del ennui; disposición llena de apetencia, en la que se desvanecen los vapores de la visión interior -άχλϋς ή πριν έπήεν- y el intelecto electrizado sobrepasa su nivel cotidiano, así como la vívida aunque ingenua razón de Leibniz sobrepasa la alocada y endeble retórica de Gorgias. El solo hecho de respirar era un goce, e incluso de muchas fuentes legítimas del dolor extraía yo un placer. Sentía un interés sereno, pero inquisitivo, hacia todo lo que me rodeaba. Con un cigarro en los labios y un periódico en las rodillas, me había entretenido gran parte de la tarde, ya leyendo los anuncios, ya contemplando la variada concurrencia del salón, cuando no mirando hacia la calle a través de los cristales velados por el humo.
Dicha calle es una de las principales avenidas de la ciudad, y durante todo el día había transitado por ella una densa multitud. Al acercarse la noche, la afluencia aumentó, y cuando se encendieron las lámparas pudo verse una doble y continua corriente de transeúntes pasando presurosos ante la puerta. Nunca me había hallado a esa hora en el café, y el tumultuoso mar de cabezas humanas me llenó de una emoción deliciosamente nueva. Terminé por despreocuparme de lo que ocurría adentro y me absorbí en la contemplación de la escena exterior.
Al principio, mis observaciones tomaron un giro abstracto y general. Miraba a los viandantes en masa y pensaba en ellos desde el punto de vista de su relación colectiva. Pronto, sin embargo, pasé a los detalles, examinando con minucioso interés las innumerables variedades de figuras, vestimentas, apariencias, actitudes, rostros y expresiones.
La gran mayoría de los que iban pasando tenían un aire tan serio como satisfecho, y sólo parecían pensar en la manera de abrirse paso en el apiñamiento. Fruncían las cejas y giraban vivamente los ojos; cuando otros transeúntes los empujaban, no daban ninguna señal de impaciencia, sino que se alisaban la ropa y continuaban presurosos. Otros, también en gran número, se movían incansables, rojos los rostros, hablando y gesticulando consigo mismos como si la densidad de la masa que los rodeaba los hiciera sentirse solos. Cuando hallaban un obstáculo a su paso cesaban bruscamente de mascullar pero redoblaban sus gesticulaciones, esperando con sonrisa forzada y ausente que los demás les abrieran camino. Cuando los empujaban, se deshacían en saludos hacia los responsables, y parecían llenos de confusión. Pero, fuera de lo que he señalado, no se advertía nada distintivo en esas dos clases tan numerosas. Sus ropas pertenecían a la categoría tan agudamente denominada decente. Se trataba fuera de duda de gentileshombres, comerciantes, abogados, traficantes y agiotistas; de los eupátridas y la gente ordinaria de la sociedad; de hombres dueños de su tiempo, y hombres activamente ocupados en sus asuntos personales, que dirigían negocios bajo su responsabilidad. Ninguno de ellos llamó mayormente mi atención.
El grupo de los amanuenses era muy evidente, y en él discerní dos notables divisiones. Estaban los empleados menores de las casas ostentosas, jóvenes de ajustadas chaquetas, zapatos relucientes, cabellos con pomada y bocas desdeñosas. Dejando de lado una cierta apostura que, a falta de mejor palabra, cabría denominar oficinesca, el aire de dichas personas me parecía el exacto facsímil de lo que un año o año y medio antes había constituido la perfección del bon ton. Afectaban las maneras ya desechadas por la clase media -y esto, creo, da la mejor definición posible de su clase.
La división formada por los empleados superiores de las firmas sólidas, los «viejos tranquilos», era inconfundible. Se los reconocía por sus chaquetas y pantalones negros o castaños, cortados con vistas a la comodidad; las corbatas y chalecos, blancos; los zapatos, anchos y sólidos, y las polainas o los calcetines, espesos y abrigados. Todos ellos mostraban señales de calvicie, y la oreja derecha, habituada a sostener desde hacía mucho un lapicero, aparecía extrañamente separada. Noté que siempre se quitaban o ponían el sombrero con ambas manos y que llevaban relojes con cortas cadenas de oro de maciza y antigua forma. Era la suya la afectación de respetabilidad, si es que puede existir una afectación tan honorable.
Había aquí y allá numerosos individuos de brillante apariencia, que fácilmente reconocí como pertenecientes a esa especie de carteristas elegantes que infesta todas las grandes ciudades. Miré a dicho personaje con suma detención y me resultó difícil concebir cómo los caballeros podían confundirlos con sus semejantes. Lo exagerado del puño de sus camisas y su aire de excesiva franqueza los traicionaba inmediatamente.
Los jugadores profesionales -y había no pocos- eran aún más fácilmente reconocibles. Vestían toda clase de trajes, desde el pequeño tahúr de feria, con su chaleco de terciopelo, corbatín de fantasía, cadena dorada y botones de filigrana, hasta el pillo, vestido con escrupulosa y clerical sencillez, que en modo alguno se presta a despertar sospechas. Sin embargo, todos ellos se distinguían por el color terroso y atezado de la piel, la mirada vaga y perdida y los labios pálidos y apretados. Había, además, otros dos rasgos que me permitían identificarlos siempre; un tono reservadamente bajo al conversar, y la extensión más que ordinaria del pulgar, que se abría en ángulo recto con los dedos. Junto a estos tahúres observé muchas veces a hombres vestidos de manera algo diferente, sin dejar de ser pájaros del mismo plumaje. Cabría definirlos como caballeros que viven de su ingenio. Parecen precipitarse sobre el público en dos batallones: el de los dandys y el de los militares. En el primer grupo, los rasgos característicos son los cabellos largos y las sonrisas; en el segundo, los levitones y el aire cejijunto.
Bajando por la escala de lo que da en llamarse superioridad social, encontré temas de especulación más sombríos y profundos. Vi buhoneros judíos, con ojos de halcón brillando en rostros cuyas restantes facciones sólo expresaban abyecta humildad; empedernidos mendigos callejeros profesionales, rechazando con violencia a otros mendigos de mejor estampa, a quienes sólo la desesperación había arrojado a la calle a pedir limosna; débiles y espectrales inválidos, sobre los cuales la muerte apoyaba una firme mano y que avanzaban vacilantes entre la muchedumbre, mirando cada rostro con aire de imploración, como si buscaran un consuelo casual o alguna perdida esperanza; modestas jóvenes que volvían tarde de su penosa labor y se encaminaban a sus fríos hogares, retrayéndose más afligidas que indignadas ante las ojeadas de los rufianes, cuyo contacto directo no les era posible evitar; rameras de toda clase y edad, con la inequívoca belleza en la plenitud de su feminidad, que llevaba a pensar en la estatua de Luciano, por fuera de mármol de Paros y por dentro llena de basura; la horrible leprosa harapienta, en el último grado de la ruina; el vejestorio lleno de arrugas, joyas y cosméticos, que hace un último esfuerzo para salvar la juventud; la niña de formas apenas núbiles, pero a quien una larga costumbre inclina a las horribles coqueterías de su profesión, mientras arde en el devorador deseo de igualarse con sus mayores en el vicio; innumerables e indescriptibles borrachos, algunos harapientos y remendados, tambaleándose, incapaces de articular palabra, amoratado el rostro y opacos los ojos; otros con ropas enteras aunque sucias, el aire provocador pero vacilante, gruesos labios sensuales y rostros rubicundos y abiertos; otros vestidos con trajes que alguna vez fueron buenos y que todavía están cepillados cuidadosamente, hombres que caminan con paso más firme y más vivo que el natural, pero cuyos rostros se ven espantosamente pálidos, los ojos inyectados en sangre, y que mientras avanzan a través de la multitud se toman con dedos temblorosos todos los objetos a su alcance; y, junto a ellos, pasteleros, mozos de cordel, acarreadores de carbón, deshollinadores, organilleros, exhibidores de monos amaestrados, cantores callejeros, los que venden mientras los otros cantan, artesanos desastrados, obreros de todas clases, vencidos por la fatiga, y todo ese conjunto estaba lleno de una ruidosa y desordenada vivacidad, que resonaba discordante en los oídos y creaba en los ojos una sensación dolorosa.
A medida que la noche se hacía más profunda, también era más profundo mi interés por la escena; no sólo el aspecto general de la multitud cambiaba materialmente (pues sus rasgos más agradables desaparecían a medida que el sector ordenado de la población se retiraba y los más ásperos se reforzaban con el surgir de todas las especies de infamia arrancadas a sus guaridas por lo avanzado de la hora), sino que los resplandores del gas, débiles al comienzo de la lucha contra el día, ganaban por fin ascendiente y esparcían en derredor una luz agitada y deslumbrante. Todo era negro y, sin embargo, espléndido, como el ébano con el cual fue comparado el estilo de Tertuliano.
Los extraños efectos de la luz me obligaron a examinar individualmente las caras de la gente y, aunque la rapidez con que aquel mundo pasaba delante de la ventana me impedía lanzar más de una ojeada a cada rostro, me pareció que, en mi singular disposición de ánimo, era capaz de leer la historia de muchos años en el breve intervalo de una mirada.
Pegada la frente a los cristales, ocupábame en observar la multitud, cuando de pronto se me hizo visible un rostro (el de un anciano decrépito de unos sesenta y cinco o setenta años) que detuvo y absorbió al punto toda mi atención, a causa de la absoluta singularidad de su expresión. Jamás había visto nada que se pareciese remotamente a esa expresión. Me acuerdo de que, al contemplarla, mi primer pensamiento fue que, si Retzch la hubiera visto, la hubiera preferido a sus propias encarnaciones pictóricas del demonio. Mientras procuraba, en el breve instante de mi observación, analizar el sentido de lo que había experimentado, crecieron confusa y paradójicamente en mi Cerebro las ideas de enorme capacidad mental, cautela, penuria, avaricia, frialdad, malicia, sed de sangre, triunfo, alborozo, terror excesivo, y de intensa, suprema desesperación. «¡Qué extraordinaria historia está escrita en ese pecho!», me dije. Nacía en mí un ardiente deseo de no perder de vista a aquel hombre, de saber más sobre él. Poniéndome rápidamente el abrigo y tomando sombrero y bastón, salí a la calle y me abrí paso entre la multitud en la dirección que le había visto tomar, pues ya había desaparecido. Después de algunas dificultades terminé por verlo otra vez; acercándome, lo seguí de cerca, aunque cautelosamente, a fin de no llamar su atención. Tenía ahora una buena oportunidad para examinarlo. Era de escasa estatura, flaco y aparentemente muy débil. Vestía ropas tan sucias como harapientas; pero, cuando la luz de un farol lo alumbraba de lleno, pude advertir que su camisa, aunque sucia, era de excelente tela, y, si mis ojos no se engañaban, a través de un desgarrón del abrigo de segunda mano que lo envolvía apretadamente alcancé a ver el resplandor de un diamante y de un puñal. Estas observaciones enardecieron mi curiosidad y resolví seguir al desconocido a dondequiera que fuese.
Era ya noche cerrada y la espesa niebla húmeda que envolvía la ciudad no tardó en convertirse en copiosa lluvia. El cambio de tiempo produjo un extraño efecto en la multitud, que volvió a agitarse y se cobijó bajo un mundo de paraguas. La ondulación, los empujones y el rumor se hicieron diez veces más intensos. Por mi parte la lluvia no me importaba mucho; en mi organismo se escondía una antigua fiebre para la cual la humedad era un placer peligrosamente voluptuoso. Me puse un pañuelo sobre la boca y seguí andando. Durante media hora el viejo se abrió camino dificultosamente a lo largo de la gran avenida, y yo seguía pegado a él por miedo a perderlo de vista. Como jamás se volvía, no me vio. Entramos al fin en una calle transversal que, aunque muy concurrida, no lo estaba tanto como la que acabábamos de abandonar. Inmediatamente advertí un cambio en su actitud. Caminaba más despacio, de manera menos decidida que antes, y parecía vacilar. Cruzó repetidas veces a un lado y otro de la calle, sin propósito aparente; la multitud era todavía tan densa que me veía obligado a seguirlo de cerca. La calle era angosta y larga y la caminata duró casi una hora, durante la cual los viandantes fueron disminuyendo hasta reducirse al número que habitualmente puede verse a mediodía en Broadway, cerca del parque (pues tanta es la diferencia entre una muchedumbre londinense y la de la ciudad norteamericana más populosa). Un nuevo cambio de dirección nos llevó a una plaza brillantemente iluminada y rebosante de vida. El desconocido recobró al punto su actitud primitiva. Dejó caer el mentón sobre el pecho, mientras sus ojos giraban extrañamente bajo el entrecejo fruncido, mirando en todas direcciones hacia los que le rodeaban. Se abría camino con firmeza y perseverancia. Me sorprendió, sin embargo, advertir que, luego de completar la vuelta a la plaza, volvía sobre sus pasos. Y mucho más me asombró verlo repetir varias veces el mismo camino, en una de cuyas ocasiones estuvo a punto de descubrirme cuando se volvió bruscamente.
Otra hora transcurrió en esta forma, al fin de la cual los transeúntes habían disminuido sensiblemente. Seguía lloviendo con fuerza, hacía fresco y la gente se retiraba a sus casas. Con un gesto de impaciencia el errabundo entró en una calle lateral comparativamente desierta. Durante cerca de un cuarto de milla anduvo por ella con una agilidad que jamás hubiera soñado en una persona de tanta edad, y me obligó a gastar mis fuerzas para poder seguirlo. En pocos minutos llegamos a una feria muy grande y concurrida, cuya disposición parecía ser familiar al desconocido. Inmediatamente recobró su actitud anterior, mientras se abría paso a un lado y otro, sin propósito alguno, mezclado con la muchedumbre de compradores y vendedores.
Durante la hora y media aproximadamente que pasamos en el lugar debí obrar con suma cautela para mantenerme cerca sin ser descubierto. Afortunadamente llevaba chanclos que me permitían andar sin hacer el menor ruido. En ningún momento notó el viejo que lo espiaba. Entró de tienda en tienda, sin informarse de nada, sin decir palabra y mirando las mercancías con ojos ausentes y extraviados. A esta altura me sentía lleno de asombro ante su conducta, y estaba resuelto a no perderle pisada hasta satisfacer mi curiosidad. Un reloj dio sonoramente las once, y los concurrentes empezaron a abandonar la feria. Al cerrar un postigo, uno de los tenderos empujó al viejo, e instantáneamente vi que corría por su cuerpo un estremecimiento. Lanzóse a la calle, mirando ansiosamente en todas direcciones, y corrió con increíble velocidad por varias callejuelas sinuosas y abandonadas, hasta volver a salir a la gran avenida de donde habíamos partido, la calle del hotel D... Pero el aspecto del lugar había cambiado. Las luces de gas brillaban todavía, mas la lluvia redoblaba su fuerza y sólo alcanzaban a verse contadas personas. El desconocido palideció. Con aire apesadumbrado anduvo algunos pasos por la avenida antes tan populosa, y luego, con un profundo suspiro, giró en dirección al río y, sumergiéndose en una complicada serie de atajos y callejas, llegó finalmente ante uno de los más grandes teatros de la ciudad. Ya cerraban sus puertas y la multitud salía a la calle. Vi que el viejo jadeaba como si buscara aire fresco en el momento en que se lanzaba a la multitud, pero me pareció que el intenso tormento que antes mostraba su rostro se había calmado un tanto. Otra vez cayó su cabeza sobre el pecho; estaba tal como lo había visto al comienzo. Noté que seguía el camino que tomaba el grueso del público, pero me era imposible comprender lo misterioso de sus acciones.
Mientras andábamos los grupos se hicieron menos compactos y la inquietud y vacilación del viejo volvieron a manifestarse. Durante un rato siguió de cerca a una ruidosa banda formada por diez o doce personas; pero poco a poco sus integrantes se fueron separando, hasta que sólo tres de ellos quedaron juntos en una calleja angosta y sombría, casi desierta. El desconocido se detuvo y por un momento pareció perdido en sus pensamientos; luego, lleno de agitación, siguió rápidamente una ruta que nos llevó a los límites de la ciudad y a zonas muy diferentes de las que habíamos atravesado hasta entonces. Era el barrio más ruidoso de Londres, donde cada cosa ostentaba los peores estigmas de la pobreza y del crimen. A la débil luz de uno de los escasos faroles se veían altos, antiguos y carcomidos edificios de madera, peligrosamente inclinados de manera tan rara y caprichosa que apenas sí podía discernirse entre ellos algo así como un pasaje. Las piedras del pavimento estaban sembradas al azar, arrancadas de sus lechos por la cizaña. La más horrible inmundicia se acumulaba en las cunetas. Toda la atmósfera estaba bañada en desolación. Sin embargo, a medida que avanzábamos los sonidos de la vida humana crecían gradualmente y al final nos encontramos entre grupos del más vil populacho de Londres, que se paseaban tambaleantes de un lado a otro. Otra vez pareció reanimarse el viejo, como una lámpara cuyo aceite está a punto de extinguirse. Otra vez echó a andar con elásticos pasos. Doblamos bruscamente en una esquina, nos envolvió una luz brillante y nos vimos frente a uno de los enormes templos suburbanos de la Intemperancia, uno de los palacios del demonio Ginebra.
Faltaba ya poco para el amanecer, pero gran cantidad de miserables borrachos entraban y salían todavía por la ostentosa puerta. Con un sofocado grito de alegría el viejo se abrió paso hasta el interior, adoptó al punto su actitud primitiva y anduvo de un lado a otro entre la multitud, sin motivo aparente. No llevaba mucho tiempo así, cuando un súbito movimiento general hacia la puerta reveló que la casa estaba a punto de ser cerrada. Algo aún más intenso que la desesperación se pintó entonces en las facciones del extraño ser a quien venía observando con tanta pertinacia. No vaciló, sin embargo, en su carrera, sino que con una energía de maniaco volvió sobre sus pasos hasta el corazón de la enorme Londres. Corrió rápidamente y durante largo tiempo, mientras yo lo seguía, en el colmo del asombro, resuelto a no abandonar algo que me interesaba más que cualquier otra cosa. Salió el sol mientras seguíamos andando y, cuando llegamos de nuevo a ese punto donde se concentra la actividad comercial de la populosa ciudad, a la calle del hotel D..., la vimos casi tan llena de gente y de actividad como la tarde anterior. Y aquí, largamente, entre la confusión que crecía por momentos, me obstiné en mi persecución del extranjero. Pero, como siempre, andando de un lado a otro, y durante todo el día no se alejó del torbellino de aquella calle. Y cuando llegaron las sombras de la segunda noche, y yo me sentía cansado a morir, enfrenté al errabundo y me detuve, mirándolo fijamente en la cara. Sin reparar en mí, reanudó su solemne paseo, mientras yo, cesando de perseguirlo, me quedaba sumido en su contemplación.
-Este viejo -dije por fin-representa el arquetipo y el genio del profundo crimen. Se niega a estar solo. Es el hombre de la multitud. Sería vano seguirlo, pues nada más aprenderé sobre él y sus acciones. El peor corazón del mundo es un libro más repelente que el Hortulus Animae, y quizá sea una de las grandes mercedes de Dios el que er lässt sich nicht lesen.
A UNA TRANSEÚNTE
¡ TRANSEÚNTE, SÉ MODERNO !
La calle atronadora aullaba en torno mío.
Alta, esbelta, enlutada, con un dolor de reina,
Una dama pasó, de una mano fastuosa
levantando, oscilando, el bordado y el dobladillo;
Ágil y noble, con sus piernas marmóreas.
yo, bebí, crispado como un extravagante,
dentro de su mirada, el cielo donde germina el huracán,
la dulzura que fascina y el placer que asesina.
¡Un relámpago... después la noche! -Fugitiva belleza
de la que la mirada me hizo súbitamente renacer.
¿no te volveré a ver más que en la eternidad?
¡En otro lugar, más bien lejos de aquí! ¡Ya tan tarde! ¡Nunca quizá!
Ya que ignoro donde tú fuiste, tú no sabes donde yo voy
¡Oh tú a quien yo habría amado! ¡Oh tú que lo sabías!
¡ TRANSEÚNTE, SÉ MODERNO !
domingo, 19 de diciembre de 2010
MÁS ALLÁ DE LA DUDA
Y para los que incriminan. buscan "sembrar pruebas". quieren establecer la verdad que convendría a su carrera de fiscal, tenemos el remake de "Beyond a Reasonable Doubt":
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Y los jóvenes que se quisieran catapultar a la fama, buscando hacerse las víctimas fingiendo hechos que jamás existieron, y jugando a atrapar al fiscal valiéndose de artificios usando la mentira.
sábado, 18 de diciembre de 2010
VÍAS OSCURAS
Me acerqué, y lo tomé de las piernas, para ayudarla a transportar el peso. Dimos algunos pasos. Ella se puso a descargarlo.
—En esa vía, no. En la otra.
Lo pusimos sobre la vía por la cual acababa de alejarse el tren, y lo dejamos. Corté la cuerda y me la guardé en el bolsillo. Puse el cigarro en el suelo, a medio metro de él, más o menos. Le tiré una muleta encima y la otra al lado de la vía.
—¿Dónde está el automóvil?
—Allí ¿no lo ves?
Miré, y allí estaba, donde debía estar, en el camino de tierra.
—Hemos concluido. Vámonos.
Corrimos hasta el coche, entramos en él, y ella puso el matar en marcha, accionando la palanca de velocidades.
—¡Dios mío! Su sombrero.
Tomé el sombrero, y lo tiré por la ventanilla, en las vías. Está bien, el sombrero puede haber volado. ¡En marcha!
Arrancó. Dejamos atrás las fábricas. Llegamos a una calle.
En Sunset, cruzó estando el tránsito cerrado.
—¿No puedes tener más cuidado, Phyllis? Si nos detienen ahora y me encuentran en el coche, estamos perdidos.
—¿Cómo voy a manejar con esta pesadilla?
Se refería a la radio del coche. Necesitaba que estuviera encendida. Tal vez tuviera que decir, para explicar el empleo del tiempo, que había estada fuera de casa, que me cansé de trabajar y me puse a escuchar la radio. Yo tenía que saber lo que se transmitía aquella noche. Necesitaba saber más de lo que podía averiguar leyendo los programas en los periódicos.
—Es indispensable que esté en marcha; ya sabes que...
—¡Déjame tranquila, déjame manejar!
Llegamos a uno de los barrios de la ciudad, e íbamos a más de cien kilómetros. Apreté los dientes y me quedé inmóvil. Cuando llegamos a un terreno baldío, tiré la cuerda. Un kilómetro después, tiré el mango. Al pasar junta a una alcantarilla, tiré los anteojos. Luego, por casualidad, miré hacia abajo, y le vi los zapatos. Las piedrecitas de la vía los habían rayado.
—¿Qué necesidad tenías de llevarlo? ¿Por qué no me dejaste que yo...?
—¿Dónde estabas tú? ¿Dónde estabas?
—Ahí, esperando.
—¿Y yo lo sabía? ¿Querías que me quedara sentada en el coche, con eso dentro?
—Hice la indecible par ver dónde estabas. No podía ver...
—¡Déjame tranquila, déjame manejar!
—Tus zapatos...
Pero me abstuve de hablar. A las dos a tres segundos, empezó ella de nuevo. Deliraba como loca. Deliraba y seguía delirando, hablando de él, y de mí, y de cuanto le pasaba por la cabeza. De cuando en cuando, yo la paraba en seco. Y así seguimos, después de lo que habíamos hecho, acosándonos como fieras, y sin poder contenernos. Era como si nos hubieran inyectado algún alcaloide.
—¡Phyllis, basta! Tenemos que hablar. Tal vez sea nuestra última oportunidad.
—Habla. ¿Quién te lo impide?
—En primer lugar, tú no sabes nada sobre esta póliza. Tú...
—¿Cuántas veces me lo dirás?
—Sólo quiero explicarte.
—Ya me lo has explicado tanto que me da fiebre.
—En segundo lugar, la indagación en el juzgado. Tú traes...
—Traigo un sacerdote, ya lo sé; un sacerdote para que se haga cargo del cadáver; pero eso ya me lo sé de memoria. ¿Vas a dejarme manejar, o no?
—Está bien. Sigue.
—¿Está Belle en casa?
—¡Yo qué sé! ¡No!
—¿Ha salido Lola?
—¿No te lo he dicho ya?
—Entonces tendrás que bajar hasta la tienda de la esquina, para comprar un poco de helado o cosa parecida, a fin de tener testigos que comprueben que volviste directamente de la estación. Tendrás que decir algo que determine la hora y el día. Tú...
—¡Baja! ¡Baja! ¡Vas a volverme loca! ¡No más advertencias!
—No puedo bajar. Tengo que pasar a mi coche. ¿No te das cuenta lo que puede significar que pierda tiempo andando? Habrá algo que no podré explicar satisfactoriamente. Yo...
—He dicho que bajes.
—¡Sigue, o te pego!
Cuando llegamos a mi coche, se detuvo y yo salté. No nos besamos. Ni siquiera nos dijimos adiós. Salí de su automóvil, me metí en el mío, lo puse en marcha y llegué a casa.
Una vez en casa, miré el reloj. Eran las 10.25. Abrí la caja del timbre del teléfono. La tarjeta estaba en él; mismo lugar. Cerré la caja, y me guardé la tarjeta en el bolsillo. Fui a la cocina y miré el timbre de calle. La tarjeta estaba en su lugar, y me la guardé también. Subí, me quité las ropas, y me puse pijama y zapatillas. Corté las vendas del pie. Bajé, tiré las vendas y las tarjetas en la estufa junto con un periódico, y les puse fuego. Las miré arder. Después fui al teléfono y empecé a marcar un número. Todavía tenía que hacer que alguien me llamara, para completar mi coartada. Tuve la sensación de que algo me daba tirones por dentro, y se me escapó un sollozo. Solté el teléfono. Los nervios me vencían. Comprendí que necesitaba dominarme de algún modo. Tragué saliva un par veces. Quería estar seguro de que mi voz tuviera el timbre natural. Se me ocurrió la estúpida idea de que si pudiera cantar algo, quizá con ello me serenaría. Entoné Isla de Capri. Canté un par de notas, y la tercera salió como una especie de gemido.
Fui al comedor y tomé una copa. Luego otra. Empecé a decirme cosas por lo bajo, tratando de ver si podía hablar. Pero al susurrar en voz baja, necesitaba decir algo. Me acordé del Padrenuestro. Lo recé entre murmullos, un par de veces. Traté, de rezarlo otra vez más, pero no pude recordar cómo seguía.
Cuando creí que estaba en condiciones de hablar, me acerqué al teléfono de nuevo. Eran las 10.48. Llamé a Ike Schwartz, otro vendedor de la Compañía.
—¿Quieres hacerme un favor, Ike? Estoy calculando una propuesta para una Compañía de vinos. Quiero tener la lista mañana de mañana, y me vuelto loco. Salí sin mi libro de tarifas. Joe Pete no lo encuentra, y he pensado que tú podrías buscarme en el tuyo el dato que necesito. ¿Lo tienes en tu poder?
—Claro que sí. ¿Qué te hace falta?
Le di los datos. Prometió volver a llamarme a los quince minutos.
Me paseé nervioso, clavándome las uñas en los puños, y tratando de serenarme. Volví a sentir que algo me tironeaba en la garganta. En voz baja, repetí varias veces lo que tenía que decirle a Ike. Llamó el teléfono. Contesté. Me dijo que había hecho los cálculos y empezó a dármelos. Lo había calculado en tres formas distintas, para que no me faltara nada. Tardó veinte minutos. Anoté todo lo que me transmitió. Sentía cómo el sudor me corría por la frente y resbalaba por la nariz. Un rato más, y terminó.
—Está bien, Ike, eso es precisamente lo que deseaba saber. Es justamente lo que necesitaba. Un millón de gradas. Apenas hubo colgado, todo se desplomó. Me metí en el cuarto de baño. Nunca me había sentido tan mal en mi vida. Después, me metí en cama. Transcurrió largo rato antes de que pudiera apagar la luz. Luego me quedé mirando la oscuridad. De vez en cuando, tenía un escalofrío, y me ponía a temblar. Al rato esto pasó, y seguí inmóvil, como atontado. Luego me puse a pensar. No quería, pero era irresistible. Comprendí lo que había hecho. Había matado a un hombre. Había matado a un hombre, por una mujer. Me había puesto en manos de esa mujer; de modo que había una persona en el mundo que con una sola palabra, podía matarme. Había hecho eso por ella y no quería verla en la vida.
Basta únicamente una sombra de miedo para transformar en odio el amor.
TRISTE Y MAULLIDA SERENATA
Cuando la luna se pone regrandota
Como una pelotota y alumbra el callejón
Se oye el maullido del triste gato viudo
Y su lomo peludo se eriza con horror
Pero no falta quien mande un zapatazo
Que salga hecho balazo a quitarle lo chillón
Y en el alero del místico tejado
El gato se ha quejado cantando esta canción
Gato:
Para curar mi mal de amores
Dijeron los doitores que no había salvación
Ora me dicen gato viudo
Porque una gata pudo quitarme lo chiquión
Antes sacaba del mandado
Me daba pa´ mi helado, mi cine y mi jurbol
Ora con lo que me ha pasado
Me tiene más enfriado que un hielo de jaibol
Con esta triste y maullida serenata
La noche es una lata, no duerme el más gallón
Salió una vieja con cuetes, crema y bata
Y le pidió a la gata tuviera compasión
Pero la indina se hace la remolona
Pos' dice la patrona que ya no dé jalón
El pobre gato está pagando el pato
Allá va otro zapato y allá va otra canción
Gato:
Para curar mi mal de amores
Dijeron los doitores que no había salvación
Ora me dicen gato viudo
Porque una gata pudo quitarme lo chiquión
Antes sacaba del mandado
Me daba pa´ mi helado, mi cine y mi jurbol
Ora con lo que me ha pasado
Me tiene más enfriado que un hielo de jaibol
viernes, 17 de diciembre de 2010
Y CREÍA VER AL HADA
La luna se entristecía. Los serafines con llanto
soñando, el arco en los dedos, dentro de la tranquilidad de las flores
vaporosas, tiraban de los violos agonizantes
de blancos sollozos susurrando sobre el azur de las corolas.
Era el día bendito de tu primer beso.
Mi ensueño amando a martirizarme
se embriagaba sabiamente del perfume de la tristeza
que incluso sin arrepentimiento y sin disgusto deja
la cosecha de un Sueño en el corazón que lo recolecta.
Erraba pues, el ojo remachado sobre la calle vieja
cuando con el sol en los cabellos, sobre la calle
y en el atardecer, tú me estás riendo aparecida
y yo creía ver al hada con el sombrero de claridad
que en otro tiempo sobre mis bellos sueños de niño mimado
pasaba, dejando siempre de sus manos mal cerradas
nevar blancos ramilletes de estrellas perfumadas.
And the moon was overcome with sorrow
Weeping cherubs were dreaming, bow in hand
They played their dying viols, quiet vaporous flowers around them
Their music shed white tears on the sky-blue petals
That was the sacred day of our first kiss
And I became martyr to my own dreams
The dreams which fed on that twinge of sadness
Which, even without regrets or mishaps, drives
a dream back home to the heart from where it once sprang
Here I was, wandering, with my eyes riveted on the ancient cobbles
When with sunshine in your hair, in the street, you appeared
And I thought I could see the fairy with a hat of light
That once visited my beautiful spoiled childhood’s slumbers
And from whose ever opened hands
White bunches of scented stars kept snowing in
La lune s’attristait. Des séraphins en pleurs
Rêvant, l’archet aux doigts, dans le calme des fleurs
Vaporeuses, tiraient de mourantes violes
De blancs sanglots glissant sur l’azur des corolles.
C’était le jour béni de ton premier baiser.
Ma songerie aimant à me martyriser
S’enivrait savamment du parfum de tristesse
Que même sans regret et sans déboire laisse
La cueillaison d’un Rêve au coeur qui l’a cueilli.
J’errais donc, l’oeil rivé sur le pavé vieilli
Quand avec du soleil aux cheveux, dans la rue
Et dans le soir, tu m’es en riant apparue
Et j’ai cru voir la fée au chapeau de clarté
Qui jadis sur mes beaux sommeils d’enfant gâté
Passait, laissant toujours de ses mains mal fermées
Neiger de blancs bouquets d’étoiles parfumées
TRISTEZA SOLITARIA
El sol, sobre la arena, ¡oh luchadora adormecida!,
en el oro de tus cabellos se calienta un baño de poco espíritu
y consumiendo el incienso sobre tu mejilla,
se mezcla con las lágrimas un brebaje amoroso.
De este blanco resplandor la calma inmutable
te hizo decir, entristecida, ¡Oh mis besos miedosos!
"¡Nosotros no seremos nunca una sola momia
bajo el antiguo desierto y las palmeras felices!"
Pero la cabellera es un río tibio,
donde ahogar sin estremecimientos el alma que nos obsesiona
y encontrar esta Nada que tú no conoces.
Gustaré el maquillaje llorado por tus parpados,
para ver si sabe dar al corazón que tú heriste
la insensibilidad del azur y de las piedras.
BIBLIOTECA IDEAL, M. Duchamp
"Mi biblioteca ideal contendría todos los escritos de Roussel-Brisset, tal vez Lautréamont y Mallarmé. Mallarmé era una gran figura. Esa es la dirección en la que debería orientarse el arte: hacia una expresión intelectual antes que a una expresión animal"
jueves, 16 de diciembre de 2010
A SHOT IN THE DARK, Mancini
Detective como alguien a quien “el triunfo de las fuerzas sociales pone a usar para dar orden a las masas”.
“en los tiempos de terror, cuando todos tienen algo de conspirador, todos estarán en la posición de teniendo que jugar al detective.” El sentido de la paranoia es apoyado por la importancia incrementada del mercado de producción capitalista y los atractivos monetarios, que es personificada en su efecto alterando-personalidad y apariencia difusa amenazante. El escritor captura la esencia de este sistema de justicia impersonal, indeterminado y veleidoso en la frase: (Los tribunales hacen trabajo corto / no hacen muchas preguntas). La ausencia de un sistema judicial trabajando introduce un sistema diseñado inteligentemente de observación y revancha en la forma de fantasma y apariciones que desencadenan muchos de los movimientos como detectives exhibidos por los personajes de apoyo como el mayordomo. El escritor usa fantasmas como dispositivos mecánicos que reemplazan los incentivos personales y la inefectividad de la comunidad en la resolución de los crímenes – y la conducción del lector de regreso a un sistema binario de lo bueno contra lo malo.
miércoles, 15 de diciembre de 2010
DICCIONARIO DE JEROGLÍFICOS, Baudelaire
FORMARSE UNA OPINIÓN LIBRE DE LA CARGADA MEDIÁTICA
En este mundo moderno donde se va acrecentando la crítica y la discusión, y donde ya no se debe pensar en medios de comunicación "educativos" para el adiestramiento de la población a seguir manteniendo una actitud sumisa, al dictado de la línea todopoderosa que no se debe desobedecer, sí en efecto movilizar conciencias pero no en un plano de respaldar la verdad o editorial de un dueño de medios de comunicación, sería mejor empezar a alentar la participación ciudadana y que entiendan que el mundo no es estático, Newton, Einstein transformaron visiones del mundo desde la ciencia, y la difusión cultural y no el mercado es la palanca para el desarrollo mundial, se necesita transformar realidades, alimentar sueños, impulsar energías, despertar la movilización. Un mundo adormecido o sometido, es un mundo mecánico como Chaplin refleja en "Los Tiempos Modernos", hay que liberar en el mundo libre todo aquello que suene a represión, y la cultura debe abrirse y cada quién se forme una opinión libre de acuerdo a sus gustos, y no a la cargada mediática de "haz como los demás" o a la amenaza monárquica: "eres súbdito y el destino manifiesto bla bla bla".
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Formarse una opinión libre, el director Roman Polanski quien ha dirigido excelentes películas como "Repulsión", "Luna Amarga", "El bebé de Rosemary", "El pianista", está siendo juzgado por acusaciones de abuso sexual, no se puede negar que el proceso existe, ahora hay que enfocarse a que la detención de Polanski sucede después de liberar para el mundo su última película: "El Fantasma Escritor", y ahí el director francés plantea lo que ya es bien sabido por "la aldea global" pero que genera reacciones al ser mostrada por alguien que tenía buena fama:
* La instauración de la democracia en el mundo debe ser como la quiere el país hegemónico aunque sea una democracia con defectos, anestesiada, sometida a los dictados del poder en curso o de los vaivenes del mercado.
* Un pequeño error tambalea la credibilidad en el poder en curso que busca su legitimación o congraciarse irónicamente con los medios de comunicación.
* El apoyo indebido para que en actitud antidemocrática se sostengan regímenes ni populares ni democráticos, que favorezcan con beneficios al país hegemónico.
* La fuerza de los escritos individuales que intentan oponerse a la estructura vieja y caduca que no quiere un mundo más abierto y no quiere un mundo despierto, ya que están a gusto en la jaula de conciencias que tienen reprimidas.
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DE LO QUE LOS OJOS VEN.
martes, 14 de diciembre de 2010
SUEÑOS AMBICIOSOS
domingo, 12 de diciembre de 2010
SERVICIO DE MENSAJERÍA AÉREO
Desde el Lejano Oriente, se enaltece el espíritu de la tolerancia, creando películas de dibujos animados que tienen como personajes principales a figuras estigmatizadas en el "moderno" Occidente, y que son ejemplo de la rebeldía ante esa moral caduca que impone lo que está bien y lo que está mal.
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Colgado del dirigible, el chico es rescatado por la brujita. El chico es un inventor que siempre ha deseado volar. La brujita pierde la fe que la hacía volar con su escoba. La llegada del zeppelín "Espíritu de la Libertad" los lleva a esta escena, donde el niño volador (colgado del zeppelín) es salvado por la brujita que recupera la ilusión de porque debe mostrar que puede volar.
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Brujita, gatito negro y escoba.
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jueves, 9 de diciembre de 2010
JURAMENTOS
CONCIENCIA NACIDA DEL AMOR
SONETO 151
El amor es tan joven para saber qué la conciencia es,
¿quién no sabe todavía que la conciencia es nacida del amor?
Entonces gentil tramposa no urjas a mi falta de condición,
no sea que culpable de mis defectos tu dulce yo pruebe su inocencia.
Para vos traicionándome, yo traiciono
mi parte más noble a mi burda traición del cuerpo,
mi alma cuenta a mi cuerpo que él puede,
triunfar en el amor, la carne permanece mas no más lejos la razón,
pero creciendo en tu nombre te señalo,
como su premio triunfante, orgulloso de este premio,
mi amor está contento para ser tu pobre esclavo,
tolerar en tus aventuras, caer por tu lado,
no quiero de conciencia sosteniendo eso que yo llamo,
su amor, para cuyo amor querido yo me elevo y me caigo.
miércoles, 8 de diciembre de 2010
UN RELATO BREVE ACERCA DEL AMOR
SONETO 150
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¡Oh!, ¿de qué poder tienes tú este poderoso poderío
con insuficiencia mi corazón bambolear?
¿Hazme dar la mentira a mi verdadera vista,
y jurar que el brillo no adorne al día?
¿de dónde tienes tú el volver a las cosas enfermas,
que en el mismo rechazo de tus actos
hay tanta fortaleza y garantía de habilidad,
que, en mi mente, lo peor tuyo todo lo mejor excede?
¿Quién te enseñó cómo hacerme amarte más,
lo más que yo oigo y veo justamente a causa del odio?
¡Oh!, aunque yo ame lo que otros detestan,
con otros tú no deberías detestar mi estado:
Si tu falta de mérito incrementó el amor en mí,
más digno yo para ser bienamado por ti.
CIEGO EN TU REGAZO
martes, 7 de diciembre de 2010
ORDINARIOS DEFECTOS
AMOR TEJIDO AL PASADO QUE CURA
lunes, 6 de diciembre de 2010
¿ES ESTE TU FIN DEL CUERPO?
SONETO 146
Pobre alma, el centro de mi pecaminosa tierra-
mi pecaminosa tierra estos poderes rebeldes exhibe-
¿Por qué tú estás triste por dentro y sufres por lo que escacea,
pintando tus paredes exteriores tan costosamente alegres?
¿Por qué tanto costo grande, teniendo tan corto un usufructo,
tú haces sobre ti desvaneciendo el gasto de la mansión?
¿Gusanos, herederos de este exceso
se comerán tu carga? ¿es este tu fin del cuerpo?
Entonces, alma, vive tú sobre tu pérdida de sirviente,
y deja a ese sufrir agravar tu reserva;
compra periodos divinos vendiendo horas de escoria;
dentro seas alimentada, fuera no seas más rica:
así tú alimentarás en la Muerte, que alimenta en los hombres,
Y la Muerte una vez muerta, no hay más agonizante entonces.
NO A TI
SONETO 145
Esos labios que la propia mano del amor hizo
expiró sucesivamente el sonido que dijo "Yo odio"
a mí que languidezco por su bien:
pero cuando ella vio mi lamentable estado,
directo dentro de su corazón la misericordia vino,
reprendiendo esa lengua que aún dulce,
fue usada en dando gentil condena;
y enseñaba así de nuevo a dar la bienvenida;
"Yo odio" que ella cambiaba con un fin,
que siguió como al día gentil
la noche sigue, quien como un demonio
proviniendo del cielo al infierno es suelto;
"Yo odio"desde el odio ausente que ella lanzaba,
y salvó mi vida diciendo -"No a ti".
jueves, 2 de diciembre de 2010
ÁNGELES EN CONFLICTO
SI MI GRITAR ES FUERTE TODAVÍA
miércoles, 1 de diciembre de 2010
MÉRITOS NO REPROBABLES
SONETO 142
El amor es mi pecado, y tu querida virtud odia,
odia de mi pecado, castigado en el amar pecaminoso,
¡Oh! pero conmigo, compara tu propio estado,
y tú le encontrarás méritos no reprobables,
o si compara, no desde estos labios tuyos,
que han profanado sus ornamentos escarlatas,
y sellado falsos enlaces de amor tan repetidamente como los míos,
robaron ingresos de las camas de otros de sus rentas.
Sea esto legal yo te amo como tú amas a esos,
a quienes ojos tuyos cortejan como los míos te importunan,
arraiga piedad en tu corazón que cuando esta crece,
tu piedad puede merecer para ser compadecida.
Si tú buscas tener lo que tú escondes,
por propio ejemplo tú seas desmentida.
DISUASIÓN CORDIAL
SONETO 141
En la fe yo no te amo con ojos míos,
porque ellos en ti miles de errores notan,
pero mi corazón que ama lo que ellos desprecian,
es quien a pesar de la vista está satisfecho para adorar.
o no son oídos míos con tu melodía lingual deleitados,
o ni más tierno sentimiento a fundamento toca propenso,
o ni sabor, o ni olor, desean ser invitados
a algún festín sensual contigo a solas:
Pero mis cinco ingenios, no mis cinco sentidos pueden
disuadir a un corazón insensato viniendo de servirte,
quien abandona no afectado la semejanza de los hombres,
tu esclavo del corazón orgulloso y vasallo desdichado para ser:
Solo mi plaga hasta entonces yo cuento mi beneficio,
que ella eso que me hace pecar, me gratifica con dolor.
AUNQUE TU CORAZÓN ORGULLOSO REPRUEBE
SONETO 140
Sé sabia como tu arte cruel, no presiones
mi paciencia que tartamudea con tanto desdén:
por si acaso la pena me presta palabras y palabras expreso,
la manera de mi dolor buscando-la-piedad.
Si esto fuera yo te enseñaría ingenio mejor,
aunque no para amar, pero amo contarme así,
como los hombres irritables cuando sus muertes están cercanas,
ningunas noticias pero la salud desde los médicos saben.
Por si yo debería desesperarme, si yo debería volverme más loco,
y en mi locura hablaría enfermo de ti,
ahora este mundo que arranca enfermedades se desarrolla tan mal,
calumniadores locos por orejas locas son creídas.
Que yo no puedo ser así, ni tú desmientes,
soporta los ojos tuyos directamente, aunque tu corazón orgulloso repruebe.