Sintiendo tal vez vagamente rezumar algo de ellos, algunos de estos desdichados ponen a su vez un rostro apretado, cerrado, con todas las salidas bloqueadas, como para impedir que aquellos efluvios misteriosos se desprendan de él; o acaso sea por espíritu de imitación, bajo el efecto de la sugestión -están también tan abiertos a las influencias, son tan sensibles-, que a su vez adopten ante la máscara ese rostro cuajado y muerto. Otros, estirados a pesar suyo, se agitan como peleles, se contorsionan nerviosamente, hacen muecas. Otros aún, para suavizar la máscara, para dar vida a sus facciones petrificadas, se comportan como bufones, se esfuerzan vilmente en hacer reír a sus expensas. Otros, más vilmente aún -éstos son de más edad generalmente y más perversos-, van, atraídos irresistiblemente, a frotarse como el perro contra la pantorrilla del amo, reclaman una palmada que los tranquilice, una caricia, se agitan, se revuelcan con la panza al aire: parlotean inagotablemente, se entregan lo más que pueden, se confían, refieren enrojeciendo, con voz poco firme, ante la máscara inmóvil, sus secretos más íntimos.
Pero la máscara no se deja engañar. No entra en el juego. Por el contrario, todas esas contorsiones, esos remilgos, solo logran con frecuencia endurecerla aún más.
(de la novela de N.S.)
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martes, 11 de enero de 2011
ANTE EL ROSTRO DE PIEDRA
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DE - LECTIVO,
ESQUIZOFRENIA
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