El efecto sobre mis sentimientos, en la otra mano, yo no puedo mejor representar, que suponiendo a mí mismo haber conocido solo nuestras ligeras, espaciosas y modernas pequeñas capillas, y entonces por primera vez haber sido ubicado, y dejado solo, en una de nuestras más grandes catedrales góticas en una noche con luz de luna y viento de otoño. “Ahora dentro de luz débil, tenue, y ahora en la penumbra, en la oscuridad”; frecuentemente en oscuridad palpable no sin una sensación fría; entonces repentinamente emergiendo hacia amplias luces todavía visionarias con sombras coloreadas de formas fantásticas, aún todas adornadas con insignia sagrada y símbolos místicos; y ahora y entonces revelando pinturas completamente llenas e imágenes trabajadas en piedra de grandiosos seres humanos, de quienes los nombres yo era familiar, los cuales miraban sobre mí con los semblantes y una expresión, lo más distinta a todo lo que yo hube sido en el hábito de conectando con esos nombres. Esos de quien yo había enseñado a venerar como casi sobrehumanos en magnitud de intelecto, yo encontraba colgados en pequeños nichos chiaroscuros, como grotescos enanos; mientras los grotescos, en mi creencia hasta ahora, paraban en pie vigilando el gran altar con todos los caracteres de la apoteosis. En breve, lo que yo hube supuesto sustancias eran diluidas hacia sombras, mientras en todos los lugares eran profundizadas hacia sustancias:
Si la sustancia sería llamada esa sombra parecida,
¡Por cada parecido cualquiera!
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