- Sí, también es verdad, porque Liputin... ¡es un caos! Pero ¿es verdad lo que dijo antes de que usted quería escribir un libro?
Yo me excusé y le aseguré que no trataba de examinarlo. Él se puso encarnado.
- Dijo verdad: yo escribo. Sólo que eso es igual.
Por un minuto guardamos silencio; él, de pronto, sonrióse con su pueril sonrisa de antes.
- Eso él mismo lo sacó de su cabeza, de los libros, y él fue quien me lo dijo primero; sólo que ha comprendido mal, porque yo busco únicamente las causas de que la gente no se atreva a matarse; eso es todo. Pero todo eso es igual.
- ¿Cómo que no se atreva la gente? ¿Acaso hay pocos suicidios?
- Poquísimos.
- ¿Lo cree usted así?
No contestó; levantóse y pensativo, púsose a dar vueltas por la habitación.
- ¿Qué es lo que retrae a la gente, según usted, del suicidio? -preguntéle, con curiosidad.
Parecía ensimismado, como haciendo memoria de lo que me hablaba.
- Yo..., yo todavía sé poco...; dos prejuicios la retraen, dos cosas, sólo dos: una muy pequeña, otra muy grande.
- ¿Cuál es la pequeña?
- El dolor.
- ¿El dolor? Pero ¿tanta importancia tiene... en ese caso?
- Es lo primero. Hay dos clases de suicidas: o los que se matan por una pena muy grande; o los que lo hacen por rabia, o porque están locos, o por cualquier otra causa...; éstos lo hacen de pronto. Éstos no sólo piensan poco en el dolor, sino que proceden de pronto. Pero los que están en su juicio..., ésos lo piensan mucho.
- Pero ¿acaso los hay que estén en su juicio?
- Muchísimos. Si no fuera por los prejuicios, aún abundarían más, mucho: lo sería todo el mundo.
- ¿Todo el mundo nada menos?
Él guardó silencio.
- Pero ¿acaso no hay medios de morir sin dolor?
- Imagínese usted -dijo, deteniéndose delante de mí-, imagínese una piedra del tamaño de una casa grande; está colgando, y usted, debajo de ella; si le cayera encima, en la cabeza..., ¿sentiría dolor?
- ¿Una piedra como una casa? Sin duda que sería horrible.
- Yo no me refiero al miedo; pero ¿habría dolor?
- ¿Una piedra como una montaña, de un millón de pudes? Naturalmente que no habría dolor.
- Tiene usted razón; pero en tanto no cayese, temería usted mucho que hubiese dolor. El primer hombre de ciencia, el primer doctor, sentirían mucho miedo. Todos sabrían que no habría dolor, y, no obstante, todos temerían que lo hubiese.
- Bueno, ¿y la segunda razón, la grande?
- El más allá.
- Es decir, ¿la expiación?
- Es lo mismo. El más allá; simplemente, el más allá.
- Pero ¿no hay ateos que no creen lo más mínimo en el más allá?
Volvió a guardar silencio.
- ¿Piensa usted por usted?
- No hay más remedio que pensar cada cual por uno -declaró, poniéndose colorado-. La libertad absoluta existirá cuando dé lo mismo vivir que no vivir. Ésa es toda la finalidad.
- ¿Finalidad? ¡Pero entonces nadie querrá vivir!
- Nadie -profirió enérgicamente.
- El hombre le teme a la muerte, porque ama la vida: he ahí cómo yo lo entiendo -observé-, y lo que manda la Naturaleza.
- Eso es ruin, y todo eso es un engaño -centelleábanle los ojos-. La vida es dolor, la vida es espanto, y el hombre es desdichado. Ahora todo es dolor y espanto. Ahora el hombre ama la vida. Y así obra. La vida se da ahora por dolor y espanto, y todo eso es un engaño. Ahora el hombre no es todavía ese otro hombre. Surgirá un hombre nuevo, feliz y orgulloso. Al cual le dará lo mismo vivir que no vivir; ¡ése será el hombre nuevo! Quien suprima el dolor y el espanto, ése será un dios. Y el otro Dios dejará de ser.
- Según eso, ¿para usted existe Dios?
- Existe y no existe. La piedra no produce el dolor; pero en el miedo a la piedra hay dolor. Dios es el dolor del miedo a la muerte. Quien venza el dolor y el miedo, ése será Dios. Entonces empezará una nueva vida, entonces existirá el hombre nuevo, todo será nuevo... Entonces la historia se dividirá en dos partes: del gorila al aniquilamiento de Dios y del aniquilamiento de Dios a...
- ¿Al gorila?
- ... al cambio en la tierra y del hombre físico. Será Dios el hombre, y cambiará físicamente. Y el mundo cambiará también, y los actos cambiarán, y las ideas y los sentimientos todos. ¿No cree usted que el hombre ha de cambiar entonces en lo físico?
- Si ha de dar lo mismo vivir que no vivir, todos se matarán, y en eso quizá consista el cambio.
- Eso es igual. Matarán a la mentira. Todo el que desee la plena libertad está obligado a atreverse a matarse. El que se atreva a matarse descubre el secreto del engaño. No hay más libertad que ésa: ahí está todo, y no hay nada más. Quien se atreve a matarse es Dios. Ahora todos pueden hacer que no haya Dios ni nada. Pero nadie lo hizo hasta ahora ni una sola vez.
- Suicidas los ha habido a millones.
- Pero ninguno por esa causa, sino todos por miedo y no con ese fin. No con el fin de matar el miedo. Quien se mata sólo por eso, por matar el miedo, ése inmediatamente será Dios.
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sábado, 4 de mayo de 2013
EL SECRETO DEL ENGAÑO (Demonios, Dostoievski)
Etiquetas:
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