- ¡Hum!... Yo ahora ya no riño. Yo entonces aún no sabía que era feliz. ¿Ha visto usted la hoja, la hoja del árbol?
- La he visto.
- Yo veía hace poco una amarilla, un poco verde; pero podrida por los bordes. El viento la había arrebatado. Cuando yo tenía diez años cerraba en invierno, con toda intención, los ojos y me imaginaba una hoja verde, de venas sobresalientes, y el sol resplandecía. Abría los ojos y no creía, de bueno que era aquello, y volvía a cerrarlos.
- ¿Qué es eso? ¿Alguna alegoría?
- N...o ¿Por qué? Yo no expongo ninguna alegoría; no me refiero más que a la hoja, a una hoja. La hoja es bella. Todo es bello.
- ¿Todo?
- Todo. El hombre es desdichado porque no sabe que es dichoso. Solamente por eso. Eso es todo, ¡todo! El que se da cuenta, inmediatamente es feliz en el mismo instante. Esa nuera se morirá, pero su nena quedará... Todo está bien. De pronto lo he descubierto.
- Pero y quien se muere de hambre y quien ofende y deshonra a una joven..., ¿también eso está bien?
- Bien. Y quien le rompe la cabeza por la muchacha, también eso está bien; y quien no se la rompe, también lo está. Todo está bien, todo. Está bien para aquel que sabe que todo está bien. Si ellos supieran que estaba bien, lo estarían; pero mientras no sepan que están bien, no lo estarán. Ahí tiene usted toda la idea, y no la otra.
- ¿Cuándo supo usted que era feliz?
- La semana pasada; el martes; no, el miércoles, porque era ya el miércoles, por la noche.
- ¿Y cómo fue eso?
- No recuerdo. Yo estaba dando paseos por la sala... Todo da igual. Paré el reloj; eran las tres menos veintitrés minutos.
- ¿En señal de que el tiempo ha de detenerse? (al alcanzar la felicidad)
Kirillov guardó silencio.
- No son buenos -empezó, de pronto, otra vez-, porque no saben que son buenos. Cuando se enteren, no forzarán a la muchacha. Es menester hacerles saber que son buenos, y todos, inmediatamente, serán buenos, desde el primero al último.
- ¿De modo que usted ha caído en la cuenta de que era bueno?
- Soy bueno.
- En eso, naturalmente, estoy de acuerdo con usted -murmuró Stavroguin, frunciendo el ceño.
- El que les enseñe que todos son buenos pondrá fin al mundo.
- Al que se lo enseñó lo crucificaron.
- Él viene, y su nombre será hombre-dios.
- ¿Dios-hombre?
- Hombre-dios, que ya hay una diferencia.
- ¿Ha sido usted quien ha encendido la lámpara ante la imagen?
- Sí, yo la he encendido.
- ¿Es usted creyente?
- A la vieja le gusta que la lámpara esté encendida..., y hoy ella no ha tenido tiempo -balbuceó Kirillov-
- ¿Y usted no reza todavía?
- Yo le rezo a todo. Mire usted: una araña va subiendo por la pared; yo la miro y le doy gracias por subir por la pared.
Sus ojos volvieron a rebrillar. Miraba a la cara de Stavroguin, con ojos firmes y fijos. Stavroguin frunció el ceño y le miró con disgusto; pero en sus ojos no había burla alguna.
(Stavroguin se encuentra en vísperas de poder perder su vida en un duelo)
- Apuesto algo a que cuando vuelva por aquí, ya creerá usted en Dios -dijo, levantándose y cogiendo el sombrero.
- ¿Por qué? -inquirió Kirillov, levantándose también.
- Si usted se diera cuenta de que creía en Dios, creería; pero como aún no se ha enterado de que cree en Dios, aún no cree -dijo Stavroguin, riendo.
- No es así -replicó Kirillov, pensativo-. Usted ha tergiversado mi idea. Ésa es una broma mundana. Recuerde lo que usted significa en mi vida, Stavroguin.
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lunes, 6 de mayo de 2013
UNA ARAÑA VA SUBIENDO POR LA PARED (Demonios, Dostoievski)
Etiquetas:
DEMONIOS,
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