Nuestro maestro creía en Dios. "¡No comprendo por qué aquí todos me tienen por ateo! -solía decir-. Yo creo en Dios, mais distingons; yo creo como en el Ser que se reconoce en mí a sí propio. No puedo creer como mi Nastasia (la criada) o como cualquier señorito, que cree 'por si acaso'..., o como nuestro simpático Schátov cree 'a la fuerza', como el eslavófilo moscovita. Por lo que se refiere al cristianismo, con el sincero respeto que me inspira, yo... no soy cristiano. Antes pagano, como el gran Goethe, o como los antiguos griegos. Ya eso sólo de que el cristianismo no haya comprendido a la mujer..., según tan magnifícamente ha descrito George Sand en una de sus novelas geniales, bastaría. Cuanto a las devociones, ayunos, etcétera, ¡no comprendo qué tenga yo que ver con eso! Por más que se afanen aquí nuestros denunciadores, yo no quiero ser jesuita. El año cuarenta y siete, Bielinskii, que estaba en el extranjero, escribió a Gógol su famosa carta recriminándole violentamente por creer 'en un Dios'. Entre nous soit dit, nadie puede imaginarse nada más cómico que el instante en que Gógol (¡el Gógol de entonces!) leyó aquella frase y ... ¡toda la carta! Pero bromas aparte, y puesto que yo, a pesar de todo, estoy de acuerdo en lo esencial de la cosa, diré y recalcaré: ¡ésos eran hombres!... Sabían amar a su pueblo, sabían sufrir por él y sabían, al mismo tiempo, discrepar de él cuando hacía falta no darle la razón en ciertas ideas. ¡No podía, efectivamente, Bielinskii buscar su salvación en el aceite de vigilia o en el rapónchigo con guisantes!..."
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IL POSTINO
viernes, 3 de mayo de 2013
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