El día de la "feliz" fiesta organizada por comisión bicentenaria del Gobierno Federal, donde de manera irreflexiva se recuerda la gesta heroica por la libertad del yugo extranjero, que fue encabezada por curas y militares criollos con gran descontento ante la injusticia.
Mensaje de Marcelo Ebrard, jefe de gobierno de la Ciudad de México el pasado 15 de septiembre:
Habría que iniciar con un comentario de previo y especial pronunciamiento, porque el día de hoy nos congregan 200 años de la Independencia de México, el inicio de la Independencia de México.
También varios años en los que hemos venido recuperando los espacios públicos y políticos de la ciudad de México; la ciudad de vanguardia, la ciudad liberal, la ciudad disidente. Hasta 2007 pudimos reinstalar las festividades del ayuntamiento de la ciudad de México, tomó tiempo, pero se pudo.
Por ello hemos convocado a esta ceremonia, primero, para subrayar que la ciudad celebra, conmemora, recuerda la gesta histórica, como hemos venido haciendo desde 2007. Y segundo y muy importante, porque ésta es una ceremonia republicana, sobria, en la tradición del ayuntamiento de la ciudad.
Nos pareció que era la mejor forma de conmemorar los 200 años.
Hoy, bueno, todo el día va a ser ¡viva México!, eso es lo que vamos a gritar todas, todos los mexicanos, con dos significados: el primero es el orgullo de identidad, ser parte de México, de la historia de nuestra patria, del orgullo que tenemos por nuestra historia, por quienes iniciaron este movimiento. No los olvidamos. Los que iniciaron este movimiento fueron perseguidos, despedazados, excomulgados y destruidos en los primeros meses del movimiento.
Pero como tenían razón histórica, por eso estamos hoy aquí, por eso tenemos un país y por eso debemos ver el futuro con confianza y resolución.
Entonces hoy, la primera parte es el orgullo de ser mexicanos: identidad, orgullo de pertenecer a este país, de ser parte de México, de lo que nos caracteriza y de lo que significa para todas y para todos.
La segunda es un reclamo, o dicho de otro modo, qué tan lejos estamos de lo que pensaron quienes fundaron este país. Sólo me refiero a tres ideas básicas:
Primero, querían hacer un país independiente. ¿Para qué?, bueno, obviamente porque queríamos gobernarnos a nosotros mismos, igual que nos pasó aquí en el Distrito Federal, que hasta 1997 elegimos a nuestro jefe de Gobierno. Lo lograron, nos gobernamos a nosotros mismos.
Segundo, porque querían hacer un país más justo. En términos del siglo XVIII decían: “queremos hacer una nación, porque el propósito último es lograr la felicidad de las y los mexicanos”, Rousseau, siglo XVIII.
Traducido al siglo XXI quiere decir que deberíamos tener en este país una situación radicalmente distinta a la que existe. Hoy tenemos 57 millones de personas en la pobreza, 12 millones sin servicios de salud, 18 y medio millones que apenas sobreviven. A 200 años del propósito original algo está mal y es algo serio.
La otra idea primordial es: vamos a construir una nación. Y en plena guerra estaban pensando cómo la iban a organizar, cómo iban a organizar el gobierno. Elaboraron su Constitución, los Sentimientos de la Nación, que son la exposición de motivos. La idea esencial es: un régimen democrático que permita que la cohesión sea el resultado del acuerdo y no de la fuerza, porque el imperio español estaba fundamentado en la fuerza.
Sobre esto último habría mucho que decir, sólo me refiero a lo primordial. Todavía hoy estamos viendo la filosofía decimonónica de construir mayorías a fuerza, con todo tipo de artificios legales, por ejemplo, cómo reducir la representación para garantizar la hegemonía de una fuerza política y suponer que el pluralismo y la vida democrática es un estorbo, en vez de la condición sine qua non para que el país tenga acuerdos, y por tanto estabilidad y seguridad.
Entonces, tres ideas: gobernarnos a nosotros mismos, construir una sociedad con equidad, justa, y construir los fundamentos de la vida política del país sobre la base del acuerdo.
Doscientos años después, particularmente en la causa social –que además es la que caracteriza nuestra Independencia–, estamos muy lejos.
Por un lado orgullo –vamos a tener nuestra fiesta, claro que sí, hay motivos para festejar, tenemos que festejar a nuestro país, a nuestra patria, a nuestra historia, a nuestra identidad–, pero por otro también, cuando gritemos “¡viva México!” va a ser: queremos que esto cambie, queremos que cambie en esta generación y queremos que cambie pronto; no resignarnos a lo que hoy es la realidad del país.
Tenemos –y se puede, y si se quiere se debe hacer– que cambiar las ideas que han predominado en México en los últimos 20 años.
A lo primero que se atrevieron los insurgentes fue a pensar distinto. Por eso sacaron a Hidalgo de Morelia, además de que hablaba francés y quería convencer a todos. Desde ahí encabezó el movimiento. Entonces lo mandaron al curato más chiquito, más pobre que hubiese, y aún tenemos patria porque él salió desde ahí con 14 personas y con ideas nuevas.
Por ello debemos tener ideas nuevas, debemos pensar distinto. Y lo primero que hay que hacer es cambiar las ideas, ese conservadurismo mediocre que se apoderó de nuestro país.
El reclamo de “¡viva México!” tiene que ser el reclamo por una esperanza, por otra forma de pensar y por otra ruta. Si no hay equidad no hay prosperidad; si no hay acuerdo no hay estabilidad; si no hay equidad y estabilidad no habrá seguridad. Es otra forma de pensar, es ver hacia el futuro de otra manera y nosotros lo podemos hacer más fácilmente porque esta ciudad es de vanguardia, no de ahora, siempre lo ha sido. Aquí a la gente le da pena decir que es de derecha.
Entonces conmemoramos con mucho orgullo a nuestros héroes, a nuestras heroínas, a esa generación que pensó distinto, que nos legó una patria.
Por otro lado, asumimos ese reclamo que hoy se va a escuchar en todo México. Lo entendemos y aspiramos en todas nuestras acciones de gobierno a representar esa aspiración y esa resolución.
No a la mediocridad, no al conservadurismo y no a la resignación, México puede ser distinto y lo será.
Mensaje de López Obrador, "presidente legítimo" en el autodenominado "Grito de los Libres" el pasado 15 de septiembre.
Nos congregamos para conmemorar el bicentenario del inicio del movimiento de independencia nacional. Estamos aquí para recordar la lucha del pueblo y de sus dirigentes contra el colonialismo y el saqueo económico y, sobre todo, en pos de la justicia.
Lo hacemos al mismo tiempo en que los opresores de ahora festejan con un espectáculo frívolo, este hecho histórico, usando para ello al principal instrumento de dominación con que cuentan: la televisión.
Por el contrario, para nosotros el movimiento de independencia representa un grito de libertad: el llamado de Hidalgo para abolir la esclavitud; el ideal de Morelos por la igualdad y el nacimiento de una República sin discriminación ni privilegios.
Venimos a recordar que no fueron los acaudalados de esa época los que siguieron a Hidalgo y a Morelos en su rebelión contra la tiranía. Fueron los pobres, los desposeídos, los indígenas y los peones acasillados, quienes hicieron posible esta gesta histórica.
En ese entonces, como ocurrió después en el movimiento de Reforma y en la Revolución, el pueblo tomó conciencia y supo que era más fuerte que quienes se creían amos y señores, que podía liberarse y derrotar a sus opresores.
Con ese mismo ideal de justicia y con la esperanza puesta en el despertar del pueblo, hoy, los aquí presentes y muchos mexicanos más, estamos luchando para derrotar de manera pacífica a la actual oligarquía, al régimen de corrupción, opresión y privilegios que está destruyendo al país y que mantiene a los mexicanos sumidos en el miedo, el temor, la desesperanza, el abandono y la pobreza.
Volvemos a expresar, con toda claridad, que la actual decadencia de México ha sido causada por el predominio de una minoría rapaz, enferma de codicia, a la que no le importa el destino del país y mucho menos el sufrimiento del pueblo.
Por culpa de esta oligarquía, México es un país rico con pueblo pobre. El gobierno no es más que un comité de políticos y tecnócratas corruptos al servicio de unos cuantos. Un puñado de potentados tiene secuestradas a las instituciones y subordina todo a sus intereses.
Son ellos quienes explotan y se benefician de los recursos naturales de la nación, del petróleo, del gas, de la energía eléctrica, de las telecomunicaciones y de las minas. Aplican una política económica elitista que protege monopolios y castiga a pequeños y medianos empresarios y comerciantes.
Ellos acaparan el presupuesto público, no pagan impuestos, no promueven la creación de empleos, obligan a los mexicanos a emigrar, imponen salarios de hambre y dejan a la inmensa mayoría de los mexicanos sin derecho a la educación, a la salud y a otros satisfactores básicos.
Y como es lógico, por la ambición de este grupo, se ha cancelado el futuro de mucha gente, sobre todo de los jóvenes, y se ha generado el estallido de odio y resentimiento que tiene sumido al país en una terrible crisis de inseguridad y de violencia.
Este problema se agravó por la irresponsable declaración de guerra contra el narcotráfico y su estrategia fallida, que han provocado la muerte de alrededor de 30 mil mexicanos, según cifras oficiales, y violaciones a los derechos humanos de la población.
Pero lo peor de todo, es la prepotencia y el cinismo de esta funesta camarilla. En estos tiempos de mayor sufrimiento para el pueblo de México, no sólo no hacen nada por el interés público, sino que siguen saqueando y lastimando con saña a la gente.
Como muestras, ahí están el aumento a la gasolina; la entrega de nuevas concesiones a Televisa; la disminución de las pensiones a jubilados; el despido de mineros, electricistas y trabajadores de Mexicana de Aviación; o la inundación de Tabasco provocada, intencionalmente, por el desfogue de las presas del río Grijalva para seguir comprando la electricidad a empresas extranjeras.
En sus cálculos, este grupo piensa que tiene todo bajo control. Confía en su dominio de la mayoría de los medios de comunicación y en que con el manejo de la televisión puede seguir manipulando al pueblo. Incluso ahora toda su apuesta es imponer, mediante la teledictadura, al próximo presidente de México.
Desde aquí, desde esta Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, donde los estudiantes del 68 lucharon por la democracia y fueron sacrificados por el autoritarismo del PRI, desde aquí, desde esta plaza histórica y cultural de México, les decimos a los que se sienten dueños de México, que no les será fácil consumar una nueva felonía.
Millones de mexicanos no caeremos en el engaño de las campañas mediáticas, en ese truco perverso, y estamos dispuestos –como aquí está quedando una vez más de manifiesto— a seguir luchando, a seguir trabajando, desde abajo y con la gente, para emancipar al pueblo y lograr el renacimiento de México.
En este día histórico convoco a todos los mexicanos, mujeres y hombres, libres a convertirse en protagonistas del cambio verdadero. Si cada mujer y cada hombre consciente se compromete a convencer a cinco ciudadanos entre sus familiares, vecinos, amigos y compañeros de trabajo, no sólo tendremos asegurada la victoria en el 2012, sino que, con esa fuerza organizada, con ese poder ciudadano, llevaremos a cabo la renovación tajante que necesita nuestro país.
Amigas y amigos:
Tengamos fe en que México se salvará; es cosa de que logremos que nadie sea indiferente al porvenir de la patria. Todos podemos hacer algo para salvar a la nación. Todos debemos contribuir para la renovación de nuestro país. Tenemos de nuestro lado la razón histórica: la patria no la construyeron los héroes para ser mancillada por ambiciosos. No es pedestal de oligarcas y bandidos. La patria es tierra para el bien de todos. Es el espacio que nos legaron los antepasados, a nosotros y a las futuras generaciones, para vivir con dignidad y justicia, para soñar y ser felices.
Sigamos por el camino que nos marcaron los padres de la patria. Sigamos luchando hasta el día en que caiga para siempre la oligarquía y surja la esperada, la auténtica democracia. Recordemos siempre lo que Hidalgo nos enseñó: el poder de los opresores es demasiado débil cuando gobiernan contra la voluntad de los pueblos.
Bendita sea la memoria de aquellos hombres que hoy, hace 200 años, abandonaron familia y tranquilidad y que dieron la vida misma para dejarnos una nación libre, una verdadera patria.
Patria para todos. Patria para el pobre. Patria para el humillado.