Y yo, furioso,
me obstinaba en callar,
sabiendo que buscaba mi contradicción,
una objecioncilla cualquiera,
para razonar interminablemente
y tratar de justificarse.
Sabía yo que me aplastaría,
sin duda, con sus razones.
Por eso mismo,
callaba,
le cerraba la puerta,
le negaba esa caridad,
APRETABA
mi intransigencia interior.
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