Puede ser que el mundo del novelista, el espacio o la atmósfera donde se mueven sus personajes, tenga mucho que ver con un paisaje que lo obsesiona y que engendró, en los días de la infancia, las calidades específicas de su universo. La lejanía física de ese paisaje acentuará entonces la intensidad de su presencia imaginada en el mundo de la ficción, que es el ámbito elegido por el novelista como su habitación definitiva.
Cortázar reconoce no haber sentido nunca tan cercano a Buenos Aires como cuando lo ha "visto" desde París.
Carpentier coincide: "Siempre La Habana, estando lejos de ella, me penetra muy intensamente; se hace algo mucho más cercano y sensible"
La lejanía descubre estratos, realidades invisibles, la materia nutricia por excelencia de la novela.
En la obra literaria se borran las distancias entre el "dentro" y el "fuera", se colma el abismo entre el escritor y el mundo, se realiza el milagro de un encuentro entre la esencia del ser propio y la del mundo.
La novela puede llegar a ser entonces, como quiere Cortázar, "testimonio del asalto del hombre a la ciudadela de su destino". Rayuela lo sería, en la medida en que plantea en términos de novela lo que un filósofo hubiera formulado en lenguaje metafísico.
"El personaje, ha dicho Cortázar, es un hombre que no acepta el punto de civilización al que él ha llegado, de la civilización judeo-cristiana; no lo acepta en bloque. Él tiene la impresión de que hay una especie de equivocación en alguna parte..."
La realidad con que tropieza Oliveira-Córtazar es como una máscara artificialmente compuesta que no deja ver la auténtica realidad, esa otra realidad "maravillosa" que Córtazar presiente y que sólo puede hacer irrupción en el universo de la novela.
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IL POSTINO
sábado, 3 de octubre de 2009
LEJANÍA, J. Campos
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