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IL POSTINO

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lunes, 16 de marzo de 2009

THE SOUL KEEPER (Almas al Desnudo)

Judith y Holofernes: Jung y Sabina

¿Cree que es bueno regresar a la vida a un muerto?

Cuando una persona se encuentra sufriendo un desorden mental grave, es posible señalarlo como clínicamente muerto por sus familiares o seres queridos, abandonó el mundo, ya no está él que conocimos, él se ha ido. Pero físicamente hallamos a un ser en su bata de locos, que dialoga para sus adentros, lo que no busca ser atendido por un amigo psiquiatra. Dejar hablar al paciente, que se suelte, es la “cura hablada” que puso en práctica Jung para el restablecimiento de la rusa Sabina Spielrein, enferma de histeria. La cura requiere de amor, y Jung creará esa confianza para que su paciente Sabina le cuente sobre sus profundos sentimientos. Sabina dice que su abuelo predijo el momento exacto de su muerte, era un experto en la cábala. Jung le comenta que su abuelo hablaba con el espíritu de la abuela, sentado en un sofá por cerca de una hora. Judith habla con Dios, y Dios le ordena, ella mata a Holofernes por obedecer a Dios, ¿por qué no escapar como Jonás y desaparecer, ser prófugo de la voluntad divina? Sabina ataca: ‘Lo mató porque lo amaba’.

Jung sabe que cuando no se regula la energía de nuestra alma, puede ser que nuestra personalidad toda se encuentre en peligro, se autodestruya, y él empieza a picar piedra con desesperación y la forma que pensaba dar a su escultura sufre un deterioro mayor, en el cual ya no observamos el rostro humano conocido, sino el fragmento que queda de la demolición del busto del ser. En un principio, Jung se proponía a realizar una figura que conjuntará la luz y el caos, y simbólicamente produjo un monstruo o una perfección.

Cuando Sabina se enamora y no quiere soltar y dejar en libertad a un pícaro doctor Jung que decide mantener la reputación y seguir viviendo con su esposa, y que no desea que su vida se vuelva conflictiva por la irrupción del huracán Sabina, así que aunque duela debe sobrevivir y sobreponer a sus afectos, una solución simbólica,

Jung decide regalarle a Sabina su alma, y como acostumbraban los primitivos, no le regala una joya, sino le regala una tosca piedra, y le dice consérvala porque la piedra posee mi alma, la piedra es mi alma.

Así Sabina se halla con Jung aunque propiamente y físicamente no se encuentren en el mismo lugar. Hay una conexión, Sabina con su piedra-alma de Jung, es como si para siempre y toda la vida se encuentre junto a Jung, aunque esto no fuera más que simbólicamente, pero en un plano de cura los conflictos quedan resueltos de forma elevada o espiritual, lo que se llama civilización o ‘buenas maneras’ encierra una apropiación de lo simbólico como una manera de vida, por ello hay un ritual en la comida, un ritual en el arreglarse y ponerse bella, un ritual en lo que desempeñas en tu trabajo, un ritual en el deporte que juegas, así como un ritual donde se descansa, cómo puede ser llegar y apoltronarse en un sofá y mirar la TV, y así llegamos al clímax, el amor es la locura, el amor es lo más cercano a la psicosis, y por ello Sabina no puede olvidar a Jung, a pesar de los artificios simbólicos, el impulso sexual atrapa a los seres que se aman, una pasión primitiva, instintiva pulveriza las reservas de intelecto, y conlleva a los enamorados a no ser dueños de sí, pero así como lo salvaje, animal se va apoderando del control de los seres indefensos ante la sensación del amor, tenemos que el padre de Sabina arrincona a Jung y le lanza esta dura recriminación que caló hondamente en Jung: “Mi hija lo ve como un Dios y usted se comporta como un mortal”. Porque Jung es el genio de lo espiritual y lo simbólico, no puede ser preso de una pulsión sexual.

No se niega que Sabina y Jung tuvieron dicha y se sentían paseando entre nubes que acojinaban su placer, sucede la distancia que hiere las relaciones más estrechas, Jung se pone a llorar intensamente porque le conmueve profundamente la ópera en un teatro, se sale a descansar para no ser visto, y descargar su sentimiento llorando sin afectar a la comodidad de los espectadores que se guardan sus reacciones sentimentales para la salida del teatro, descargando contra quien sea, por el motivo que no se explican o en el lugar que elijan adecuado. Sabina pregunta a Jung: ‘¿por qué lloras?’ Irónicamente y esbozando una sonrisa, Jung le contesta: ‘Esta maldita felicidad’.

En un plano simbólico una ópera de teatro conmueve el tejido de sentimientos de los espectadores, esto es atraviesa el corazón de esos seres que se compenetran en la trama, en la música y que hacen suya la vivencia, así tenemos que una ficción retrotrae recuerdos o aspiraciones, sueños de quien se sirve de ella para sentir esa dicha, ese placer que se estima de haber bregado sobre inhóspitas selvas y regresar a salvo, de haber gozado con furia esa pasión de amor por una mujer que te ha cautivado, y esa dicha es representada y simbólicamente es una liberación de esas vivencias que se han tenido.

Pero Jung le explica a Sabina: ‘He dicho maldita felicidad porque así lo decía mi madre, en su lugar debí haber dicho bendita’. ¿Qué era lo que motivaba llorar a Jung? Tener la dicha de Sabina y la ópera al mismo tiempo, o verse tan afectado, reflejado en la ópera que lo simbólico era superior a lo real, que la ficción desapareció a Sabina que se encontraba a su lado, que irremediablemente para el ser humano no hay absolución, caemos en ‘eterno retorno’ de Nietzche, y nuestra identidad queda sujeta a una repetición de mitos y ritos arcaicos, y que la desdicha por ello no da más que para llorarla, y se suelta el llorar de Jung, y no sabemos si mencionó la felicidad para no mencionar vacío, pero así se trata de regular una persona en toda su vida, pero siempre viene la sorpresa, o se cae, o da media vuelta, o decide volver a empezar, y la persona nunca establece por definición una personalidad constante, sino que inevitablemente se va formando para encontrarse día a día, y con sus defectos y errores que en un pasado cometió o en un futuro puede cometer, trata de seguir esa trayectoria impoluta donde quiere encontrarse con eso ‘numinoso’ que Jung llamó “el sí mismo”, pero simbólicamente queda la posibilidad de alcanzar esa totalidad de su personalidad, resolviendo esa tensión entre opuestos, esas contradicciones, que nos son traídas por la conservación cultural que se atesora a la fecha, donde el ser humano rompe con las agotadoras y tensionantes pulsiones y crea, crece espiritualmente.

El amor, sin embargo, abre un horizonte nuevo a los amantes, que se citan con lo inexplicable, y con la fusión de los espíritus, a menos que simbólicamente el amado sea una piedra que se conserva en el recuerdo y se adora sin peligro de prender más fuego a la pasión.

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