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IL POSTINO

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viernes, 27 de marzo de 2009

Heridas de Amor en Jelinek y Kieslowski.

Heridas de Amor en Jelinek y Kieslowski.

Sufrir por amor, ¿alguien no ha conocido ese sentimiento?, hasta el frío inocente que resguardado en su interior, opuesto al exterior que son los demás, hasta él sufre cuando se vuelve un voyeur de lo que sucede ante una ventana indiscreta, casi nunca ha llorado pero lo ha hecho y prefiere no recordarlo, el ser humano indefenso que prefiere poner una coraza a sus sentimientos que entregarse a comprender lo otro, lo distinto, su sombra personal.

Observar a la chica perfecta, observar la pasión en el acto de amar, observar sin recato, observar a esa chica que quiere robar el lugar de tu hija Debbie en la porra del colegio, observar a esa pícara que te quiere bajar a Klemmer, y como castigo celestial tenemos que ambas objeto de observación sufren el daño por contacto con unos vidrios rotos de una botella, mientras que el Voyeur tímido y agazapado fisgonea a la escultural belleza tras el lente (Helena en Caja).

Pero Erika no se rinde, ha recorrido lo básico, desde el Sahara montada como reina en un elefante, hasta los grupos iniciáticos que rodean, o que constituyen la obsesión de Laura, y no puede faltar el choque de acero y fuego a costa del río Danubio, y llegamos a la denuncia por el exilio, y hasta la adivina que le pone costo a la lujuria (la mata-lana), pero no se puede olvidar ese osito icónico abandonado cuando se da la fuga hacia Italia, y continuando con la variación de La Isla del Tesoro de Stevenson o del Drácula de Bram Stoker, pero Erika va más allá, y llega a la conclusión de que el amor duele, el amor hiere, las heridas de amor no matan, pero …. ¿cómo duele que uno ame y el otro no pueda amarte? ¿cómo duele quedarte sin el ser que amas? ¿cómo pesas la ausencia? Y ya lo sabía Erika, la juventud de Klemmer lo arrincona a simplemente abandonarla, a dejarla como un trapo, ese mismo que Erika olfateaba y luego regresaba al cesto, en esa escena majestuosa de Isabelle Huppert pintada con más detalle y verosimilitud en el original de Jelinek.

¿Y qué es el amor sino que corran las aguas azules del Danubio? Y Magda se lo dijo al joven voyeur, ve a lavarte en el bidet, en tal lugar hay una toalla, y tan poca duración tuvo el amor, pero para el romántico voyeur el amor significa lo perenne, es trascendente, y él no toma a un vulgar juego de contener-liberar, de aguantar-estallar, él quiere que ella le muestre amor, que piense en él, que sienta por saber cómo se encuentra él, dónde está él, y para no quedar convertido su inmaculado amor en algo residual, decide desaparecer como Romeo y Julieta, ella llega a no olvidarlo, a tenerlo en sus recuerdos latentes, a obsesionarse por ese pequeño amor voyeurista para la que no era más que Helena en Caja, y no queda duda de que Kieslowski da la lección entre un gesto de burla hacia al amor (el simple acto copulativo) y el amor al infinito con ese tesón de la seriedad al límite por hacer lo que sea por el ser que se ama. Y sobretodo, qué hacer cuando Julieta se ha adelantado, cuando el joven Voyeur ha apresurado su decisión hasta el límite, o tu amor o nada, esa ausencia del ser querido que como una lápida sepulta las intenciones de vivir del otrora compañero sentimental.

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