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IL POSTINO

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jueves, 17 de diciembre de 2009

EN PLENA ACCIÓN COMUNICATIVA

EL FILÓSOFO Y EL JERARCA RELIGIOSO


(FUERA DE ATENDER A LA FARÁNDULA POR SU TRABAJO

EL PAPA SE REGOCIJA CON LA CULTURA PARA DESCANSAR)
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¿En qué creen los laicos?
Un problema de los laicos, comenzó Habermas, es que tienen dificultades para afirmar valores sin recurrir a los respaldos trascendentes o confesionales que pretenden negar. La secularización —vale decir, el proceso de replanteo en términos laicos del antiguo universo conceptual de la cultura religiosa— amenaza con vaciar el sentido mismo de esos conceptos que son también valores. ¿Cómo se justifican, por ejemplo, el derecho y el Estado? Esta pregunta fundamental para la política constituyó el centro de la discusión en Baviera. Desde la filosofía de Habermas, una variante del liberalismo político, el respaldo de las instituciones ya no puede ser religioso o metafísico: debe ser racional. La ley que regula al Estado se fundamenta en las mismas condiciones que hacen posible el diálogo entre ciudadanos, quienes están involucrados de una u otra forma en el procedimiento legislativo. La argumentación es la fábrica de legitimidad del sistema.
En esta visión, es el propio proceso democrático el que genera el imprescindible consenso hacia un sistema que pretende apoyarse no tanto en la represión que en el acuerdo más imaginario que real de sus integrantes. Una derivación importante es que el Estado democrático evita dar instrucciones sobre la felicidad o fijar orientaciones acerca del sentido de la vida. Es neutral, dice Habermas, respecto de las visiones del mundo. Sus ciudadanos pueden adoptar la que prefieran; son libres de pensar y actuar como quieran siempre que respeten la legalidad vigente.
Pero el verdadero problema —que, hay que decirlo, no empezó a preocupar a Habermas en el momento en que se encontró a debatir con Ratzinger sino mucho antes— se perfila ahora con claridad, pues ¿qué motivará a estos ciudadanos laicos, posmetafísicos, individualistas a participar en política o a sacrificar algo de lo propio en aras de un interés común? La razón puede justificar, pero no basta para motivar, aclaró Habermas. Y es aquí donde halla un espacio para que la religión haga su aporte a la cultura democrática moderna con la que vive en disenso a la vez perpetuo y, según él, tolerable. Este tono desconcertó a los comentaristas. ¿El heredero de la tradición radical de Frankfurt, el defensor de la Ilustración y del progresismo se aprestaba ahora a un giro religioso ante un cardenal oscurantista?

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