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IL POSTINO

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lunes, 22 de febrero de 2010

AVENTUREROS DEL MAR

En aquellos tiempos, cuando también se tenían excedentes de población que no podían disfrutar los beneficios de las ciudades, o que se quedaban sin tierras para cultivo, y sin embargo, ¿quién para la inquietud? ¿quién para al que se quiere arrojar a una empresa por difícil que sea? ¿quién para al que aburrido apuesta todo lo material que tiene por una satisfacción espiritual? ¿quién para al que sin nada en la vida quiere construir todo en un nuevo hogar? ¿quién para a esos aventureros?

Dejar lo que se encuentra instalado, lo que se encuentra acomodado, reiniciar la construcción de un hogar, realizar la mudanza hacia una nueva esperanza. Muchos marineros dejan a sus familias, pero algo les llama como bebés al pecho de una madre, como niños entusiasmados por el juguete que no pierde novedad, descubrir esa tierra virgen, esa tierra sin dueños, esa tierra donde muchos sueños podrían llevarse a cabo. Y hay un apetito para escapar de lo que se ha vuelto una rutina, quieren que la sorpresa los encuentre a menudo, no quieren abandonar el gusto por eso que los rejuvenece, por esa sensación de contacto con lo que los hace gozar, como bebés, como niños, como eternos jóvenes.

La aventura, fuente de la juventud eterna, rompe con el pasado que aprisiona, con el sufrimiento que se quiere olvidar, y pone un mundo nuevo donde la distracción será interminable, sucede que mucha gente se embarca a la América, la tierra de las promesas, donde como por arte de magia te encuentras con riquezas naturales, una diferente forma de convivir en sociedad, otra manera de organizar una familia, y una gran oportunidad de cambiar a sí mismo.

El riesgo es lo que temían los marineros, y si enfermaban, y si sentían nostalgia, y si sus esperanzas no encontraban feliz término. Pero sin miedo tomaron su embarcación, y se lanzaron a la tierra prometida. Siempre hubo esa nostalgia por parte de los humanos de regresar al Paraíso Terrenal, de sentirse aliviados por la exuberancia de la vegetación a su mano, y por la dicha de ganarse la vida sin trabajar. En la apuesta de los marineros, que sufren al viajar en esos barcos, siempre se invoca el sueño: ¡ojalá al final de la travesía haya el consuelo, el placer! Es que será a veces tan desesperante la vida cotidiana, que da lo mismo arrojarse al azar de la aventura, donde el sufrimiento no está excluido, y puede llevar a pruebas de resistencia física y mental, pero una vez abordando el barco, se está ya en la aventura, y los pronósticos quedan a la intervención divina.

Pareciera que el humano no tiene salvación, y debe acostumbrarse a ser receptivo, a que todo le sea dado por el mundo circundante, como si no hubiera otro mundo posible, el atrevimiento de los marineros fue romper con lo establecido y buscar nuevos horizontes, y es a ese atrevimiento de esos aventureros que se da el origen de la llamada civilización en América, una línea de nuestros ancestros cruzó el mar y se instaló por amor a lo desconocido en un territorio inexplorado, virgen.

Era angustiante la vida en Europa, orillaba a no sentirse a gusto, incluso a tener que huir, mucho de lo que nos intimida surge de la falta de imaginación, y de estar atrapados por un condicionamiento mental que disgusta, aunque se disfrace lo que se siente por imitar lo que harían los demás. Los intrépidos marineros traían ganancias del mar, y se justificaba que mucha gente saliera a buscar riquezas para traer a su hogar. Se encontró la llave, el pretexto, para salir a la aventura, se obtendrían beneficios para todos, el disfrute de la soledad para el marinero hasta hastiarse, y desde luego, la ilusión de la gente que lo esperaba en su hogar, tal vez vanamente. Pero así funcionaba el engranaje, seguir la moda, y ésta era provocativa, reiniciar una vida no es para despreciar, tener nuevamente ilusiones nadie lo rechazaría, y el boleto a este cielo era subirse al barco.

La cuestión que no preocupaba a los marineros, era si realmente cambiarían su vida, o sería un traslado de sus sufrimientos a una tierra nueva. Desde luego, unos se van de Europa por desligarse de una apremiante realidad en que vivían, otros genuinamente apuestan a una transformación de su vida en un ambiente diferente, pero dependiendo de las circunstancias que encuentren en ese nuevo lugar donde pretenden reiniciar. ¿Será que el europeo fracasa en su idea de construir una más bella Europa en América? ¿Será que cambiarse de lugar o de ambiente tranquiliza a las almas inquietas? Pareciera que hay algo que mueve al ser humano a la intranquilidad, y que creyera que con poblar la Luna o vivir bajo el mar, solucionaría lo que le aqueja. Pero así sucede, como si algo movilizará a tener que conseguir algo nuevo, a realizar un nuevo descubrimiento, un motor de la vida humana es la curiosidad, pero ese ímpetu ya no se libera a través de la navegación de los mares.

El refugio en el ascetismo, encapsularse en la actividad cotidiana, puede proteger del asalto de la disposición a la aventura, mientras se pueda uno cobijar con lo acostumbrado se facilita el trayecto, pero es cuestión de tiempo para que el escenario modifique, y uno sea forzado a hacer frente a lo desconocido. Pareciera que la aventura no es tan mala como algunos adujeran, porque te sitúa fuera del mundo donde los cimientos se han caído y te coloca en la posibilidad de realizar el mundo como proyectan tus fantasías, pero desde luego que te pone en contacto con lo desconocido que no lo evades más, sino que por fin te planteas eso que desde siempre te ha preocupado, y como aventurero puedes conseguir la tierra prometida o reciclar las tristezas del pasado en otro lugar, pero lanzado a la mar lo desconocido es atractivo por la adaptación que logres en ti mismo o la transformación del nuevo ser que quieres ser, y ese es el verdadero Nuevo Mundo tu crecimiento espiritual.

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