HADAS GIGANTESCAS

Como todos los paisajes que, en el anochecer, tienen su fantástico, este paisaje tenía también el suyo. Estas montañas circulares, en las cumbres que se besaban cerca, podían hacer a la imaginación el efecto de un círculo de Hadas Gigantescas de pie, hablándose muy bajo al oído, como las mujeres levantadas, después de una visita, que van a abrazarse dentro de las últimas palabras que ellas se dicen y el partir. Y aquello le recordaba tanto más cuanto que los vapores se elevan del suelo y de todas estas aguas danzantes que bañando la hierba, ponen como un blanco albornoz de niebla nacarado sobre los vastos vestidos verdes de estas Hadas Gigantescas, borboteados de la plata de los arroyos. Solamente, ellas no partían. Ellas descansaban en el mismo sitio y nosotros les reencontrábamos ahí el día siguiente.