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IL POSTINO

IL POSTINO

viernes, 4 de julio de 2008

PARADOJA DEL MIEDO

¡cómo pensar, un instante siquiera,
que el hombre mortal vive!
El hombre está muerto de miedo,
de miedo mortal a la muerte.

El miedo lo acompaña
como la sombra al cuerpo
le asalta en las tinieblas,
se revela en su sueño,
toma, a veces,
la forma del valor.

Y sin embargo existe un miedo,
miedo mayor, mayor aún
que el miedo a la muerte,
un miedo más miedo aún:


el miedo a la locura,


el miedo indescriptible
que dura la eternidad del espasmo
y que produce el mismo doloroso placer;


el miedo de dejar de ser uno mismo
ya para siempre,


ahogándose en un mundo
en que ya las palabras y los actos
no tengan el sentido
que acostumbramos darles;
en un mundo en que nadie,
ni nosotros mismos,
podamos reconocernos:



"¿Éste soy yo?"
"¡Éste no, no eres tú!"



O el miedo de llegar a ser uno mismo
tan directa y profundamente
que ni los años,
ni la consunción ni la lepra,
nada ni nadie nos distraiga un instante
de nuestra perfecta atención a nosotros mismos,
haciéndonos sentir
nuestra creciente, irreversible parálisis.


¡Cuántas veces nos hemos sorprendido exclamando
desde el más recóndito pozo de nuestro ser
y por boca de nuestras heridas extrañas:
"¡Pero si no estoy loco!"
"¡Acaso crees que estoy muerto!"


Y no obstante ese miedo,
ese miedo mortal a la muerte,
lo hemos sentido todos,
una vez y otra vez,
atrayente
como el vacío,
como el peligro,
como el roce que va derecho al espasmo,
al espasmo que es la sola muerte
que la bestia y el hombre conocen y persiguen.

¿Y qué vida sería
la de un hombre que no hubiera sentido,
por una vez siquiera,
la sensación precisa de la muerte,
y luego su recuerdo,
y luego su nostalgia?

Si la sustancia durable del hombre
no es otra sino el miedo;
y si la vida es
un inaplazable mortal miedo a la muerte,
puesto que ya no puede sentir miedo,
puesto que ya no puede morir,

sólo un muerto, profunda y valerosamente,
puede disponerse a vivir

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