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IL POSTINO

IL POSTINO

sábado, 19 de marzo de 2011

EL JARDINERO Y EL SEÑOR DEL BURGO

Es una traducción del original, por lo que se trata de presentar el texto tal cual fue presentado en el siglo XVII, tiene la comicidad que el autor en esa época consideraba apropiada, pero la crítica mordaz que hace a los Señores de la Guerra, es que por querer solucionar un problema pequeño se acaba convirtiendo en un caos la situación del mundo en que se vive.


Un aficionado de la jardinería,
mitad burgués, mitad patán,
poseía en cierta aldea
un jardín bastante reluciente,
y el cercado contiguo.
Había plantas vivas encerradas a esta extensión.
Allá cruzaba por placer la vinagrera y la lechuga,
de que hacer con Margarita para su fiesta un ramo,
un poco de jazmín de España, y la fuerza del tomillo.
Esta felicidad por una liebre complicada
hizo que al Señor del burgo nuestro hombre se quejará:
Este maldito animal viene a tomar su bocado
en la noche y en la mañana, él dice, y de las trampas se ríe.
Las piedras, los palos pierden su crédito.
Él es hechicero, yo creo. Hechicero, yo le tomo el desafío,
vuelve a marcharse el Señor. Fuera diablo, el perro de caza
a pesar de sus rodeos, lo atrapará pronto.
Os tomo el reto, buen hombre, sobre mi honor.
¿Y para cuándo? A partir de mañana, sin tardar más larga espera.
La partida así abierta, él viene con su gente.
Vamos, desayúnemos, él dice, ¿están vuestros pollos tiernos?
La chica de la vivienda, que os viera, acercase
¿Cuándo la casaremos? ¿Cuándo tendremos yerno?
Buen hombre, este es el golpe que se necesita, usted me escucha,
que esto requiere de desembolsar la plata.
Diciendo estas palabras, él se conoce con ella,
junto a él la hizo sentar,
toma una mano, un brazo, levanta una esquina del pañuelo;
todas las tonterías de las que la Bella
se defiende con gran respeto;
tanto que al padre al fin eso llega a ser sospechoso.
Sin embargo se guisa, se coce en la cocina
¿de cuándo son vuestros jamones? Ellos tienen muy buen aspecto.
Señor, ellos son para ti. En verdad, dice el Señor,
yo los recibo, y de buen corazón.
Él desayuna muy bien, también lo hace su entorno,
perros, caballos y valets, todos gente bien ensamblada.
Él se dirige a la casa del anfitrión, toma libertades,
bebe su vino, acaricia a la mujer.
El aprieto para los cazadores sucede al almorzar.
Cada uno se anima y se prepara:
las trompetas y las voces hacen semejante gritería y confusión
que el buen hombre es asombrado.
Lo peor fue que lo pusieron en penoso hacer equipaje
El pobre jardinero: adiós tablas, baldosas;
adiós diente de león y puerros
adiós a que poner en el potaje.
La liebre estaba encuartelada en la madriguera debajo de una excelsa col,
se le ventea o se le lanza: se huyó por un agujero,
en vez de agujero, horadado, horrible y amplio daño
que le hizo al pobre seto de arbustos
por orden del Señor; ya que habría estado mal
que no se hubiera podido salir del jardín todos a caballo.
El buen hombre decía: Estos son allá juegos de Príncipe.
Empero se le dejaba decir; y los perros y su gente
hicieron más de estrago en una hora de tiempo
que no habrían hecho en cien años
todas las liebres de la provincia.

Pequeños Príncipes, vacíen vuestros debates entre ustedes.
Al recurrir a los Reyes ustedes serían grandes locos.
No los necesitan nunca comprometer dentro de vuestras guerras
ni hacerles entrar sobre vuestras tierras.

J de L F

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La colocación de trampas es el único derecho acordado para los que no eran nobles; la cacería era reservada a la aristocracia.

En gran parte de la narración se marca la distancia entre su Señor y el jardinero, y desde luego entre los pequeños Príncipes y los Reyes con su nivel de poder de destrucción en los tiempos de los señoríos feudales del Medioevo.

El jardinero pensaba que al deshacerse de la liebre, iba a poder sentarse a la mesa a comer su potaje, se quedó con un jardín destruido, con nada que ponerle al potaje, y puede exagerarse el caso de aquellos que quieren sentarse a la mesa y al final acaban siendo instrumentos útiles en su momento para que otros se sienten a la mesa. Y así sucede con el apetito voraz de los que gustan destruir y no lo opuesto, acaban demoliendo su tranquilidad y como le sucede al jardinero muchos se quedan sin sustento para la sobrevivencia.

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