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IL POSTINO

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lunes, 29 de agosto de 2016

SENTIDO DE LA REALIDAD Y SENTIDO DE LA POSIBILIDAD (Der Mann ohne Eigenschaften)

"Si existe el sentido de la realidad, debe existir también el sentido de la posibilidad

Quien quiera pasar despreocupado por puertas abiertas, ha de cerciorarse primero de que dinteles y jambas estén bien ajustados. Este principio, vital para él, es un postulado del sentido de la realidad. Si se da, pues, sentido de la realidad, y nadie dudará que tiene su razón de ser, se tiene que dar por consiguiente algo a lo que se pueda llamar sentido de la posibilidad.

El que lo posee no dice, por ejemplo: aquí ha sucedido esto o aquello, sucederá, tiene que suceder; más bien imagina: aquí podría, debería o tendría que suceder; y si se le demuestra que una cosa es tal como es, entonces piensa: probablemente podría ser también de otra manera. Así cabría definir el sentido de la posibilidad como la facultad de pensar en todo aquello que podría igualmente ser, y de no conceder a lo que es más importancia que a lo que no es. Como se ve, las consecuencias de tal disposición creadora pueden ser notables; es así cómo, por desgracia, aparece no pocas veces falso lo que los hombres admiran, y aquello que prohíben, lícito, o bien ambas cosas como indiferentes. Tales hombres de la posibilidad viven, como se suele decir, en una tesitura más sutil, etérea, ilusoria, fantasmagórica y subjuntiva. Cuando los niños muestran tendencias semejantes se procura enérgicamente hacerlas desaparecer, y ante ellos se califica a esos individuos con los apelativos de ilusos, visionarios, endebles y pedantes o sofistas.

Si se les quiere alabar, a estos locos también se les llama idealistas, pero evidentemente de este modo se alude sólo al tipo débil que no alcanza a ver la realidad o se separa lamentablemente de ella, por lo que entonces la ausencia del sentido de realidad aparece como una auténtica carencia. Lo posible abarca, sin embargo, no sólo los sueños de las personas neurasténicas sino también los designios no decretados de Dios. Una experiencia posible o una posible verdad no equivale a una experiencia real unida a una verdad auténtica, menos el valor de la veracidad, sino que tienen, al menos según la opinión de sus defensores, algo muy divino en sí, un fuego, un vuelo, un espíritu constructor y la utopía consciente que no teme la realidad, sino que la trata mejor como problema y ficción. En definitiva, la tierra no es vieja ni mucho menos y, al parecer, nunca como ahora se ha hallado en estado de tan buena esperanza. Si se quiere distinguir de un modo sencillo entre hombres con sentido de la realidad y hombres con sentido de la posibilidad, no se necesita más que pensar en una determinada cantidad de dinero. Todas las posibilidades que implican, por ejemplo, mil marcos están comprendidas sin duda en ellos, se posean o no; el hecho de que los tenga el señor Yo o el señor Tú les añade tanto como a una rosa o a una mujer. Pero un loco se los guarda bajo el colchón, como dicen los hombres de la realidad, y un sensato los hace producir; aún a la hermosura de una mujer añade o resta algo aquel que la posee. La realidad es la que despierta las posibilidades; nada sería tan absurdo como negarlo. No obstante, en el total o en el promedio permanecerán siempre las mismas posibilidades y se repetirán hasta que venga uno al que las cosas reales no interesen más que las imaginarias. Éste es el que da a las nuevas posibilidades su sentido y su fin y el que las inspira.

Un individuo semejante no es en modo alguno un asunto muy inequívoco. Dado que sus ideas, mientras no degeneren en vanas quimeras, no son otra cosa que realidades todavía no nacidas, también él tiene, como es natural, sentido de la realidad; pero es un sentido para la realidad posible y da en el blanco mucho más tarde que el sentido, congénito en la mayor parte de los hombres, para las posibilidades verdaderas. Prefiere, por decirlo así, el bosque a los árboles; el bosque es algo difícil de definir, mientras que los árboles significan tantos y tantos metros cúbicos de madera de determinada calidad. Quizá se pueda expresar esto mejor diciendo que el hombre con sentido normal de la realidad se asemeja a un pez que muerde el cebo y no ve el sedal, en tanto que el hombre con ese sentido de la realidad al que también se puede llamar sentido de la posibilidad, lanza el anzuelo al agua sin saber si le ha puesto cebo. Lo que para el pececillo que mordería resulta de extraordinaria indiferencia es, en cambio, para el otro, peligro de pescar un aburrimiento desesperante. Un hombre inepto para la vida práctica -que no solamente lo parece, sino que de hecho lo es- no sirve ni se le puede confiar cosa alguna en las relaciones humanas. Emprenderá acciones que significarán para él algo distinto que para los demás, pero pronto se dará por satisfecho, en cuanto consiga reducirlo todo a una idea rara. De poseer lógica también está lejos. Es además muy  posible que  un delito con daños a terceras personas lo considere como una frustración social, y no culpe al delincuente, sino a la institución de la sociedad. No está tan claro, por otra parte, si al recibir una bofetada le parecerá nada más que una afrenta a la sociedad o, en todo caso, tan impersonal como la dentellada de un perro; probablemente devolverá primero la bofetada y luego reflexionará para deducir que ha cometido una acción indebida. Y cuánto menos podrá prescindir de la realidad del hecho y restablecerse con un sentimiento nuevo y repentizado si a alguien se le ocurre raptarle una querida. Este desarrollo está actualmente en gestación y representa para cada uno de los hombres tanto una debilidad como una fuerza.

Y puesto que el disfrutar de atributos presupone una cierta deleitación en su realidad, es lícito prever  que a alguno, que para sí mismo tiene sentido de la realidad, le llegue un día el que tenga que reconocerse hombre sin atributos."

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