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IL POSTINO

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jueves, 26 de noviembre de 2015

CIERTA DOSIS DE ESPECTÁCULO EN EL ASUNTO (La Conjura de los Necios, NOLA)


De mis castos y rosados labios brotó más de una oración sonora: oraciones de gracias unas y de súplica otras. Recé a San Mathurin, el que se invoca por la epilepsia y la locura, para que ayudase al señor Clyde (Mathurin es, por otra parte, el santo patrón de los payasos). Para mí, elevé una humilde oración a San Mederico Ermitaño, al que se invoca por los trastornos intestinales. Meditando sobre la llamada de la tumba que había prácticamente recibido, empecé a pensar en mi madre, pues siempre me he preguntado cuál sería su reacción si yo me muriese debido a las miserias por las que he de pasar para pagar sus malas acciones. Me la imagino en el funeral, un funeral sórdido y barato, en el sótano de alguna funeraria dudosa. Loca de dolor, las lágrimas brotando de sus ojos enrojecidos, probablemente arrancaría el cadáver del ataúd, chillando beodamente: "¡No os lo llevéis! ¿Por qué las flores más delicadas han de marchitarse y caer de su tallo?" El funeral probablemente degeneraría en un circo, mi madre metiendo constantemente los dedos en los dos agujeros hechos en mi cuello por el tenedor ferruñoso del señor Clyde, lanzando un iletrado clamor griego de maldiciones y venganzas. Supongo que habría cierta dosis de espectáculo en el asunto. Sin embargo, actuando mi madre de directora, la indudable tragedia se convertiría pronto en melodrama. Arrebatando el lirio blanco de mis manos inertes, lo partiría por la mitad y gritaría a la multitud de deudos, celebrantes y mirones: "Tal como era este lirio, así era Ignatius. Ahora, ambos están rotos y tronchados." Y cuando lanzase de nuevo el lirio al ataúd, su mala puntería haría que cayese directamente en mi pálido rostro.

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