"él no había querido la fatalidad, él tenía necesidad de libertad, y no de la servidumbre del destino; era esa servidumbre del destino lo que lo había obligado a ofender a mamá, que lo esperaba en Koenigsberg... Además, ese hombre, en todo caso, era para mí un predicador: llevaba en su corazón la edad de oro y conocía el porvenir del ateísmo. ¡Pues bien, su encuentro con ella lo había roto todo, todo lo había deformado! ¡Oh!, desde luego, yo no la traicioné, pero sin embargo tomé partido por él. Mamá, por ejemplo, razonaba yo, no habría turbado nada en su destino, ni siquiera casándose con él. Yo lo comprendía; era completamente diferente de su encuentro con la otra. Sin duda, mamá no le habría dado ni siquiera la calma, pero incluso era mejor así: esos hombres deben ser juzgados de otra manera, su vida será siempre así; no hay en eso nada de monstruoso; al contrario, la monstruosidad sería que encontrasen la calma o, en general, que llegasen a ser parecidos a todos los hombres mediocres."
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IL POSTINO
lunes, 9 de noviembre de 2015
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