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IL POSTINO

IL POSTINO

miércoles, 18 de noviembre de 2015

ESTA NOCHE ESTÁ PEOR QUE NUNCA (La Conjura de los Necios, NOLA)

Terminado el reparto, comprobó que varios de los actores, el compositor, el director, el peluquero y el ayudante de producción eran todos ellos individuos cuya labor le había enfurecido repetidas veces en el pasado; apareció el el tecnicolor una escena de varios extras trabajando alrededor de una carpa de circo. Ignatius examinó ávidamente el grupo y localizó a la heroína de pie junto a una de las escenas marginales.

-¡Oh, Dios mío -gritó-. Ahí está.

Los niños de las filas delante de él se volvieron y miraron, pero Ignatius no se fijó en ellos. Los ojos azules y amarillos seguían a la heroína, que llevaba animosa un cubo de agua a lo que resultó ser su elefante.

-Va a se peor de lo que pensaba -dijo al ver el elefante.

Se llevó la bolsa de palomitas vacía a los labios gordos, la hinchó y esperó, los ojos relumbrantes por los reflejos del tecnicolor. Batió un timbal y la banda sonora se llenó de violines. La heroína e Ignatius abrieron la boca simultáneamente, ella para cantar, él en un gruñido. Y en la oscuridad se encontraron violentamente dos manos temblorosas. La bolsa de palomitas explotó con un bang. Los niños chillaron.

-¿Qué es ese ruido? -preguntó la mujer del bar al encargado, señalando la voluminosa silueta que se perfilaba sobre la pantalla.

El encargado bajó por el pasillo hasta las primeras filas, donde redoblaban los chillidos. Los niños, una vez disipado su miedo, competían chillando a cual más. Ignatius escuchaba aquellas estremecedoras vocecitas atipladas y las risas, y se regocijaba en su tenebrosa madriguera. Con unas cuantas amenazas suaves, el encargado tranquilizó a las primeras filas, y luego miró hacia el extremo en el que se alzaba la figura aislada de Ignatius, como un gran monstruo entre las cabecitas. Pero sólo fue obsequiado con un perfil rechoncho. Los ojos que brillaban bajo la visera verde seguían a la heroína y a su elefante por la amplia pantalla hacia el interior de la carpa del circo.

Ignatius estuvo callado un rato, reaccionando al argumento con sólo algún esporádico bufido apagado. Luego, subió a los trapecios lo que parecía el reparto completo de la película. En primer término, en un trapecio, la heroína. Se columpió en el aire a ritmo de vals. Sonrió en un inmenso primer plano. Ignatius inspeccionó sus dientes, buscando cavidades y empastes. La heroína extendió una pierna. Ignatius inspeccionó rápidamente sus contornos buscando algún defecto estructural. La heroína empezó a cantar diciendo que había que luchar sin desánimo una y otra vez hasta lograr el triunfo. Ignatius se estremeció cuando se hizo patente la filosofía de la canción. Examinó detenidamente cómo estaba sujeta al trapecio, con la esperanza de que la cámara registrase su caída fatal al serrín que se veía al fondo, muy abajo.

En el segundo coro, se unieron todos a la canción, sonriendo y cantando libidinosamente por el triunfo final mientras se columpiaban, aleteaban, planeaban.

-¡Oh, Dios mío! -gritó Ignatius, incapaz ya de contenerse; las palomitas de maíz le cayeron por la camisa y se le amontonaron en los pliegues de los pantalones-. ¿Qué degenerado fabricó este aborto?

-Silencio -dijo alguien detrás de él.

-¡Esos subnormales sonrientes! ¡Ojalá se rompieran las cuerdas! -Ignatius agitó las pocas palomitas que le quedaban en la última bolsa-. Gracias a Dios que ha terminado la escena.

Cuando pareció iniciarse una escena de amor, se levantó de un salto del asiento y salió ruidosamente pasillo adelante hasta el bar, por más palomitas, pero cuando regresó al asiento, las dos grandes imágenes rosadas apenas estaban empezando a besarse.

- Seguro que tienen halitosis -proclamó Ignatius por encima de las cabezas de los niños-. ¡No quiero ni pensar en los obscenos lugares en que habrán estado antes esas bocas!

-Tendrá usted que hacer algo -le dijo lacónicamente la mujer del bar al encargado-. Esta noche está peor que nunca.

El encargado suspiró y miró al fondo del pasillo, donde Ignatius mascullaba:

-Oh, Dios mío, están los dos lamiendo dientes postizos y podridos, seguro.

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