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IL POSTINO

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jueves, 26 de noviembre de 2015

TOMANDO FOTOGRAFÍAS (La Conjura de los Necios, NOLA)



Había un grupo de turistas vagando por las calles, cámaras fotográficas dispuestas, gafas brillando como diamantes. Al verme, se detuvieron y, con ásperos acentos del Medio Oeste que ofendían mis delicados tímpanos como los sonidos de una trilladora (por muy increíblemente horrible que pueda ser su ruido), me pidieron que posase para una fotografía. Complacido por sus amables atenciones, accedí. Estuvieron sacándome fotos durante unos minutos, yo colaboré adoptando diversas poses artificiosas. Plantándome ante el carro como si fuese un navío pirata, blandí mi sable amenazadoramente en una pose especialmente memorable, sujetando con la otra mano la proa de la salchicha de lata. Como coronación, intenté ponerme encima del carro, pero la solidez de mi estructura física resultó excesivamente agobiante para el vehículo, más bien frágil. Comenzó a rodar huyendo de debajo de mí, pero los caballeros del grupo fueron lo bastante amables para sujetarlo y ayudarme a bajar. Este afable grupo tuvo al menos la delicadeza de despedirse. Cuando se alejaban calle abajo, fotografiando enloquecidos cuanto veían, oí que una bondadosa señora comentaba: "Qué triste, ¿verdad? Pobre chico, deberíamos haberle dado algo." Por desgracia, ninguno de los otros (todos ellos conservadores ultraderechistas, sin duda) reaccionó a su petición de caridad muy favorablemente, pensando, sin duda, que unos cuantos centavos invertidos en mí serían un voto de confianza para el Estado benefactor. "Lo que haría sería meterse en un bar y gastárselo en más bebida", advirtió a sus amistades con nasal prudencia y notable abundancia de ásperas erres otra de las mujeres, una arrugada arpía cuyo rostro proclamaba su afiliación a alguna liga antialcohólica. Al parecer, los demás apoyaban a la arpía antialcohólica, pues el grupo continuó calle abajo.

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