La desgracia está en haberla visto de nuevo: hacía diecisiete años que todas sus pasiones, sin que él se diera cuenta, se habían encendido contra María, como cuando los campesinos de los páramos encendían fuegos para detener el incendio... Pero la había vuelto a ver y el fuego seguía siendo el más fuerte, se robustecía con las llamas con las cuales se había querido combatirlo. Sus manías sensuales, sus costumbres, esa ciencia en el libertinaje, adquirida y cultivada pacientemente, se transformaban en cómplices del incendio que ahora zumbaba, avanzaba en un inmenso frente, crepitando.
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IL POSTINO
martes, 9 de julio de 2013
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