Este humor abatido, aunque no pudo llegar a la señora Dashwood, hizo aún más dolorosa la partida, que pronto tuvo lugar, y dejó una impresión incómoda especialmente a Elinor, que necesitó tiempo y trabajo para poder doblegarse. Pero como tenía intención de doblegarla, y para evitar parecer sufrir más de lo que sufría su familia al verla partir, no adoptó el método tan sensatamente adoptado por Marianne, en un ocasión similar, de aumentar y afianzar su dolor, buscando el silencio, soledad e inactividad. Los medios de cada una eran tan diferentes como sus objetivos, e igualmente encajados en los progresos de ambas.
Elinor se sentó ante su mesa de dibujo en cuanto Edward salió de su casa; estuvo atareada todo el día, no buscó ni evitó la mención de su nombre, pareció interesarse casi como siempre en los asuntos cotidianos de la familia, y si con esta conducta no disminuía su propio dolor, al menos impedía que creciera innecesariamente, y que su madre y hermanas empleasen demasiadas atenciones hacia ella.
Un comportamiento como éste, tan contrario al de Marianne, le parecía a ésta menos loable que deficiente le pareció el suyo a Elinor. El tema del autodominio lo asentó Marianne fácilmente: con afectos fuertes era imposible, con los moderados no tendría mérito. Que los de su hermana eran moderados no osaba negarlo, a pesar de que le diese vergüenza reconocerlo, y de su fortaleza dio una prueba muy notable, al seguir amando y respetando a su hermana, a pesar de esta convicción exasperante.
Sin apartarse de su familia, ni de salir sola de casa con la intención de evitar compañía, ni de pasar la noche en vela para sumirse en la meditación, Elinor se dio cuenta de que a pesar de todo no le faltaba tiempo libre en el día para pensar en Edward y su comportamiento, con todas las posibles variantes que los diferentes estados de ánimo en distintos momentos podían provocar: ternura, compasión, conformidad, censura y duda. Había muchos momentos en que, de no haber sido por la ausencia de su madre y de sus hermanas, al menos por la naturaleza de sus ocupaciones, la conversación estaba prohibida entre ellas, y todos los efectos de la soledad estaban provocados. Su mente era libre para deambular, sus pensamientos no se aferraban, y el pasado y el futuro, ante un tema tan interesante, habían de aparecer ante ella, forzar su atención y agrandar su memoria, su reflexión y su fantasía.
De un ensueño de este tipo, mientras estaba sentada en su mesa de dibujo, despertó una mañana, poco después de que Edward las dejara, con la llegada de una visita. Ocurrió que estaba bastante sola.
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IL POSTINO
viernes, 19 de julio de 2013
SU MENTE ERA LIBRE PARA DEAMBULAR
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