(...) el retrato, la carta, el anillo, formaron juntos un conjunto de evidencias, para alejar todo temor de condenarle injustamente, y establecer como hecho que ningún cariño podría hacerle olvidar que él se había portado mal con ella. Su resentimiento por ese comportamiento, su indignación al haber sido una inocente con él, hicieron que durante un rato sólo lo sintiera por ella misma, pero otras ideas, otras consideraciones aparecieron pronto: ¿La había engañado Edward de modo intencionado? ¿Había fingido un aprecio hacia ella que en realidad no sentía? ¿Era de corazón su compromiso con Lucy? No, fuera lo que fuese, no podía creer que en aquel momento hubiera sido así. Su afecto era todo para ella. En eso no podía equivocarse. Su madre, sus hermanas, Fanny, todos habían sido conscientes de su aprecio por ella en Norland, no era una ilusión de su propia vanidad. Él la quería de veras. ¡Qué bálsamo para el corazón era esta persuasión! ¡Cuánto la tentaba a perdonar! Él había sido culpado, muy culpado por permanecer en Norland tras sentir por primera vez que la influencia de Elinor sobre él era más de lo que debía ser. En eso no podía defenderse, pero si la había herido, cuánto más no se habría herido a sí mismo; si la situación de Elinor era penosa, la de él era desesperanzadora. Su imprudencia la había hecho miserable una temporada, pero parecía haberle privado a él mismo de toda esperanza de ser alguna vez de otro modo. Ella alcanzaría la tranquilidad con el tiempo, pero él, ¿qué le cabría a él esperar? ¿Podría ser él alguna vez un poco feliz con la señorita Steele? ¿Estaban sus afectos hacia ella fuera de toda duda, con su integridad, su delicadeza y su mente cultivada verse satisfecha con una esposa como ella, analfabeta, taimada y egoísta?
Visitas al sitio
IL POSTINO
domingo, 21 de julio de 2013
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario