Según estimaba la señora Dashwood, él era tan perfecto como Marianne, y Elinor no veía nada que censurarle salvo una propensión, en la que se parecía mucho a su hermana y que agradaba mucho a ésta, de decir todo lo que pensaba en cada momento, sin tener en cuenta ni a las personas ni las circunstancias. Al formar y dar su opinión inmediata sobre otras personas, al sacrificar la educación por el placer de la atención no fragmentada de aquello en que estaba envuelto su corazón, y al perder fácilmente las formas de lo que está aceptado como apropiado, tenía una falta de cautela que Elinor no podía aprobar, a pesar de todo lo que Marianne y él pudieran decir en su favor.
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