Fischer comenzó a hacer cosas raras. Se trasladó a vivir a Los Angeles y entró a formar parte de un extraño grupo religioso de tintes apocalípticos, a los que entregó buena parte del muchísimo dinero que había ganado en Islandia.
Además, abandonó por completo las competiciones de ajedrez.
Dos décadas más tarde, Fischer estaba arruinado y se encontraba a dos pasos de convertirse en un vagabundo. Su salud mental comenzó a deteriorarse. Tuvo sus primeros síntomas de paranoia y empezó a convencerse de que una conspiración judía quería destruirle.
Y entonces, cuando ya nadie le esperaba, reapareció en 1992, listo para jugar de nuevo contra su viejo rival, el soviético, ya entonces nacionalizado francés, Boris Spassky. Yugoslavia se encontraba bajo sanciones de la ONU y bajo embargo norteamericano, de manera que, para quitarle de la cabeza el asunto, el gobierno de Estados Unidos amenazó a Fischer por carta: si desobedecía la prohibición y jugaba en Yugoslavia se arriesgaba a cumplir una condena de 10 años de cárcel.
Pero a un hombre como Fischer nadie le prohibe nada. En una memorable rueda de prensa, mostró la carta de la amenaza y escupió sobre ella delante de todos los fotógrafos. Entre otras lindezas, reconoció no haber pagado impuestos desde 1976.
Fischer ya no pudo regresar a Estados Unidos. «Primero se trasladó a Hungría», recuerda Miyoko Watai, «y allí le visité numerosas veces. Ibamos al cine, de compras, las cosas que hace normalmente la gente. No estaba siempre pensando en ajedrez. Pero durante aquellos años sucedieron cosas terribles en su vida. Murieron en Estados Unidos su madre y su hermana, y él ni siquiera pudo asistir a sus funerales. Sólo alguna vez pudo hablar con su madre en el hospital».
La amistad entre Fischer y Miyoko fue creciendo en los años siguientes en diferentes escenarios (Hungría, Filipinas, Alemania o Yugoslavia) hasta transformarse en una sólida relación que les llevó a vivir juntos en Japón en 2000.«Lo cierto es que no hemos necesitado estar casados hasta ahora», afirma Miyoko. «Estábamos satisfechos con nuestra relación y vivíamos tranquilamente. Aquí nadie le reconocía. Paseábamos, nos dábamos baños termales. Nunca ha jugado partidas profesionales en Japón, y sólo mis amigos íntimos conocían nuestra relación.Hasta ahora, Alemania y Japón eran sus países preferidos. Ahora odia Japón, y yo también».
Desde hace 30 años, Fischer no concede entrevistas. Tan sólo, nadie sabe por qué, a tres pequeñas emisoras de radio, a cuál más rara: una filipina, otra islandesa y una tercera en Budapest.Pero lo que dice en ellas retumba por doquier.Se despachó insultando a Bush, al ejército americano, se declaró antisemita y amigo de los árabes, calificó de bárbara e ilegal la guerra de Irak y, como guinda, declaró que Estados Unidos se había buscado el 11-S.
«Soy un ser libre, y digo lo que pienso sin miedo a las consecuencias».
Las declaraciones de Bobby Fischer tardaron pocos minutos en dar la vuelta al mundo. Y el mecanismo estadounidense de justicia se puso nuevamente en marcha. Pero ya no pudieron cazar a Bobby, se ha ido de este mundo.
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