Incluso a aquéllos que no distingan demasiado bien entre un peón o un alfil, el nombre de Bobby Fischer no podrá dejarles indiferentes.No sólo se trata, según una especie de acuerdo universal, del mejor ajedrecista de todos los tiempos. Es, también y sobre todo, una leyenda.
Durante la Guerra Fría, Estados Unidos vio en él el símbolo de su supremacía sobre la entonces poderosa Unión Soviética. Perdonó todas sus extravagancias, que fueron muchas, y lo convirtió en un mito. La histórica partida en 1972 contra el ruso Boris Spassky en Islandia fue mucho más que un pulso entre dos maestros: se convirtió en una guerra intelectual entre dos superpotencias.
La Unión Soviética pasó a ser un recuerdo del pasado y al rey del ajedrez se le dejaron de perdonar sus peligrosísimos movimientos de ficha. El más vistoso fue desobedecer el embargo americano que le prohibía jugar en Yugoslavia en 1992, durante la Guerra de los Balcanes. Pese a todas las advertencias, Fischer jugó aquella partida contra su eterno rival, Spassky, y volvió a ganar.No sólo la partida, también una inmensa cantidad de dinero. Pero las consecuencias fueron graves: EEUU amenazó con encarcelarle en cuanto pusiera un pie en suelo americano.
El pasado 13 de julio, más de 12 años después del encuentro en Yugoslavia, el gran héroe americano fue detenido en el aeropuerto japonés de Narita y conducido a la prisión de Ushiku, acusado de intentar salir del país rumbo a Filipinas con un pasaporte que las autoridades estadounidenses consideran revocado y Fischer perfectamente legal. Y, desde ese día, el mito del ajedrez parece no querer abandonar las páginas de sucesos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario