El mundo de Bobby Fischer se reduce desde hace algunas semanas a las cuatro paredes de una habitación de hospital, a las visitas de su compañera sentimental, Minoko Watai, y a una sinfín de pruebas para evaluar su estado físico y mental. El legendario ajedrecista, de 64 años, está ingresado en un centro sanitario de Reykjavik con síntomas de paranoia, según reveló el diario argentino ‘Página 12’, que ha recogido el testimonio de personas cercanas al ex campeón mundial estadounidense. Fischer llegó hace poco más de dos años a Islandia huyendo de la justicia de Estados Unidos.
El 13 de julio de 2004 había sido detenido en el aeropuerto de Tokio (Japón), después de que el gobierno estadounidense le hubierse retirado el pasaporte. Fischer permaneció ocho meses en la prisión japonesa de Ushiku, hasta que las autoridades islandesas aceptaron darle asilo político para evitar la extradición a su país natal, que le perseguía, entre otras razones, por violar, en 1992, el embargo que pesaba sobre Serbia por la guerra de los Balcanes, al participar en la revancha de la ‘partida del siglo’, contra Boris Spassky, que se disputó en Belgrado.
En Reykyavik, Fischer vivía hasta hace poco más de un mes en un pequeño apartamento junto a la bahía en compañía de su novia japonesa. Apenas salía de casa. La pareja subsiste gracias a las aportaciones de amigos y admiradores.
En el duelo de Belgrado, en el que al igual que en el 1972, en Reykiavik, derrotó a Spassky, Fischer se embolsó tres millones de dólares, pero sus cuentas bancarias fueron bloqueadas a petición de la justicia de Estados Unidos.
La salud de Fischer se habría deteriorado en los últimos tiempos. Hace unas semanas fue ingresado en el Landspitalia, el hospital de la Universidad de Reykjavik. “Su enfermedad no es seria, su vida no corre peligro, pero continúan haciéndole pruebas para determinar la naturaleza de su dolencia”, explicó uno de los vecinos del ajedrecista.
Al margen de sus problemas físicos, no es la primera vez que Fischer sufre brotes de paranoia. Desde hace años, el ex campeón del mundo sospecha que la CIA, la agencia de espionaje estadounidense, ha tramado un complot para capturarle y llevarlo de vuelta a Estados Unidos.
“Tiene miedo de todo”, señaló al diario ‘Página 12’ la empleada de un hotel próximo al apartamento de Fischer. La excéntrica personalidad de Fischer se ha relacionado en no pocas ocasiones con supuestos trastornos mentales.
El “genio volátil”, como se le definió en una de sus biografías, cultivó tantos defensores como detractores desde el mismo momento en que irrumpió en el estrellato del mundo del ajedrez. Sus declaraciones polémicas y mal carácter son casi tan legendarios como su talento frente al tablero.
“Bobby Fischer es una personalidad trágica. Me di cuenta de ello enseguida. Es honesto, de buena naturaleza y con un elevado sentido de la justicia, pero es una personalidad completamente antisocial. Es alguien que ha hecho prácticamente todo en contra de sí mismo”, explicaba Boris Spassky.
El ruso Boris Spassky –luego nacionalizado francés– al que se midió Fischer en el histórico duelo de 1972, convertido en un episodio más de la ‘guerra fría’ entre EE.UU. y la Unión Soviética. Fischer ganó aquel enfrentamiento y se convirtió, a su pesar, en un héroe.
Sin embargo, siempre fue observado con recelo por las autoridades de Estados Unidos, "su país". “Es increíblemente excéntrico, posee unas preferencias religiosas extrañas y tan pronto puede ser encantador como grosero”, rezaba un informe de uno de los asesores del presidente Richard Nixon, que dudaban de la conveniencia de invitar al ajedrecista a la Casa Blanca.
De hecho, cuentan que si Fischer disputó el duelo de Reykjavik fue gracias a una llamada de Henry Kissinger, entonces asesor de Nixon. “Soy el peor jugador del mundo que llama al mejor del mundo”, aseguran que Kissinger le dijo a Fischer para que reconsiderase su decisión de última hora de viajar a Islandia.
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