Y se incorporó bruscamente tras ello y metió la mano en uno de los bolsillos del ropón y sacó la foto satinada.
-¡Ignatius!
-¡Dame eso! -atronó Ignatius-. ¿Cómo te atreves a mancillar esa majestuosa imagen con tus manos de vinatera?
La señora Reilly examinó de nuevo la foto y luego cerró los ojos. Por entre sus párpados cerrados se deslizó una lágrima:
-Ya sabía yo cuando empezaste a vender salchichas por la calle que acabarías relacionándote con gente como ésta.
-¿Qué quieres decir con eso de "gente como ésta"? -preguntó Ignatius furioso, guardándose la foto-. Ésta es una mujer inteligente aunque extraviada. Habla de ella con reverencia y con respeto.
-No tengo nada que decir -la señora Reilly gimoteó, sin abrir aún los párpados-. Vete a sentarte a tu habitación y a escribir más patochadas de las tuyas.
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