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IL POSTINO

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domingo, 18 de julio de 2010

LA RABIOSA

Parte 3/4
Las Tinieblas Enemigas, de Ruben Darío


Veinte años después de su separación de París, ciudad de su éxito y de su perdición, volvió. Hace como tres meses... ¿ A qué viene Rollinat ? ¿A traer un nuevo libro en que renuncia a las sombras y saluda al bien que hay bajo el cielo azul? ¿A cantar un alba de paz, de felicidad humana, de amor entre los pueblos, de bienhechor comercio, de deseada armonía?

No; viene a dejar en el Instituto Pasteur a su mujer, que ha sido mordida por un perro rabioso.

Y días después el amargo hombre, todo nervios y terror, sabe que no se ha podido salvar a su mujer, que ha muerto de la más horrible muerte: de rabia.

En seguida, en su desesperación, vuelve al campo, en donde no puede estar un solo momento tranquilo; recurre a los narcóticos, a los brebajes de olvido; pero la fatalidad lo tiene ya bien atado: la locura llega, violenta, y hay que traerlo a una casa de salud, a las cercanías de París, a Ivry, a la clínica del doctor Moreau, de Tours. Allí muere, y mañana lo entierran.

Esta noche, después de escritas las líneas anteriores, he abierto el volumen de Las neurosis y me he quedado ciertamente estupefacto al encontrarme con un poema, que es extraño que a ninguno de los necrólogos de Rollinat haya llamado la atención... Es algo que espanta... Para coincidencia es demasiado... La poesía, "escrita hace veinte años", es la siguiente, que traduzco literalmente:


LA RABIOSA

¡Quiero morder! ¡Retiraos!
¡ La noche cae sobre mi memoria
y la sangre sube a mis ojos locos !
¡Ved! Mi boca, torcida y negra,
babea a través de mis cabellos rojos.


Ya he hecho horribles hoyos
en mis dos pobres manos de marfil,
y he golpeado mi cabeza a fuertes golpes.
¡Quiero morder!


Calmaría mi sed en vuestros cuellos
si pudiese todavía beber.
¡ Oh ! Siento en mi mandíbula
una rabia abominable:
¡Por favor! ¡Atrás! ¡Retiraos!
¡Quiero morder!


Se comprende que, después del horroroso desenlace del accidente de que fue víctima su esposa, y más templada que nunca la sed ardiente de sus nervios, haya sentido el postrero estallido, y antes que en el suicidio, que tanto temía, como lo revela en varios de sus viejos versos, antes que en la muerte, se haya hundido en la locura, haya caído en el manicomio.

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