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IL POSTINO

IL POSTINO

miércoles, 28 de julio de 2010

AMOR POR LOS VESTIDOS

¡Oh mi pobre cordura! en vano tú te ocultas
en el fluido merodeador, agrio y misterioso
que, para magnetizar al transeúnte curioso,
¡el Desconocido femenino pasea bajo los vestidos!

¡Los vestidos! donde circula y se introdujó
la vida epidérmica con todos sus estremecimientos,
y que sobre las aceras como entre los matorrales,
¡pasan con las apariencias de barca y de nubarrón!

Ellos tienen todo: corpiño donde se lamentan los largos velos,
falda donde cotillean los nidos de volantes adornados con perlas,
cintas en forma de mariposa y botones tallados como joyas
que brillan como tantas pequeñas estrellas.

Si uno me denuncia una lujuria infame,
otro me revela un cuerpo que se defiende;
y para mi ojo sutil un vestido de niña
revela las alas de ángel y las curvas de la mujer.

El vestido atenuando la punta o la curvatura
alucina ya mis pupilas de lince,
pero yo me siento confundido como en frente de la Esfinge
delante del bloque piadoso del vestido de sayal.

Amo el reencontrarlos en todas partes, viejos o nuevos,
en lo bajo de una escalera, en el fondo de un corredor;
amo estos largos hábitos que feminizan una vez más
la exquisita austeridad de las vírgenes y de las viudas.

Con esta adherencia íntima de la corteza
que calca el contorno y la delineación del cuerpo,
el corpiño escotado chapa herméticamente,
delicioso maillot de un admirable torso.

El largo vestido vagando dentro de la luz azul,
frío y ceñido con su cola de terciopelo,
sobre las alfombras mudas, amortiguadores de los pasos pesados,
en la apariencia de una gran serpiente toda de pie sobre su cola.

Y por un crepúsculo donde el viento negro solloza,
más de uno, en el fondo del lejano estremecimiento,
parece pasar rozando la tierra así como un resucitado
trágicamente envuelto dentro de su sudario que flota.

Tengo frecuentemente el deseo fantástico y sombrío,
dentro de estos bailes donde el vicio enciende su ojeada,
de ver entrar de repente un vestido de duelo,
como una niebla de ébano en el ambiente de un cielo rosa.

Pero yo contemplaría, arrodillado y con las manos juntas,
estas corazas ligeras de amor exactamente llenas,
donde, detrás del velo en los luminosos pliegues,
¡el pecho tentador embosque sus dos puntas!

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