Salem, la cacería de brujas, la justicia incriminatoria con base a falsos testimonios, la perversidad desde el poder condena a los débiles, la mayoría de la gente no protesta y prefiere ser anuente, se procede a criminalizar a los enemigos del Sistema en el Nombre del Padre.
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Los dedos tienen que señalar a quien debe pagar las culpas de haber caído en la desgracia de no ser bien visto por la comunidad. Pero hay una intervención del poder en la fabricación de una imagen negativa a los enemigos del Sistema. La comunidad por miedo o por seguir la línea de la propaganda acepta escarnecer a los peligrosos para el régimen.
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Arthur Miller en su guión para obra de teatro "The Crucible" pone de manifiesto esa persecución contra los que viven en la marginalidad, que son acusados falsamente de "brujería".
El verdadero ambiente de terror lo produce el Sistema al llevar a la horca, a la hoguera, al pelotón de fusilamiento a aquellos que disienten.
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Elizabeth Proctor, valiente mujer que es acusada de "brujería" por el falso testimonio de una mujer que es amante de su esposo, Abigail Williams, que busca quedarse a toda costa con su marido, el adúltero John Proctor.
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Elizabeth Proctor, una mujer recatada, fiel a su matrimonio, que se ve presa de la vorágine que arrastra la persecución de inocentes con base en acusaciones dolosas ante un tribunal que las permite y promueve, porque así garantizan librarse de enemigos incómodos o que pueden traer complicaciones al status quo.
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"The Crucible", el sufrimiento en un mundo que no se entiende, donde el Tribunal que debe dar justicia miente para encarcelar a los disidentes del régimen, donde el pueblo es manipulado para acusar, denostar y perseguir a los débiles, donde el próximo en la lista de "la cacería de brujas" podrías ser tú, ya que no importa quién la deba sino quién la paga.
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Como las pruebas del delito son las calumnias, cualquiera puede ser señalado como culpable aunque sea la persona más santa e inocente del mundo.
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Un convento de monjas en Irlanda era utilizado para castigar a jóvenes mujeres que habían caído en el pecado en el Nombre del Padre.
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A todos los que han sufrido a causa de la Iglesia (L. Picknett)
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LA ROPA SUCIA
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En una fosa común de las orillas del cementerio de Glasnevin, en la zona de Drumcondra en Dublín, Irlanda, yacen los cadáveres de 175 mujeres que en vida sufrieron el vergonzozo destino de ser "lavanderas Magdalenas". El primer nombre de la fúnebre lista en la lápida gris data de 1858, y el último de 1994. No hay ningún símbolo religioso en la piedra.
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La mayoría de esas mujeres en realidad fueron reinhumadas, pues 133 de ellas habían sido previamente sepultadas en terrenos del Convento de High Park, el espantoso lugar que fue su prisión de por vida y al final su solitaria tumba. Pero no fue un repentino arranque de compasión por ellas lo que provocó que sus nombres salieran a la luz y su escandalosa historia se debatiera acaloradamente al reinhumarse sus restos. Fue algo más simple, y más frío: las Hermanas de Nuestra Señora de la Caridad, administradoras de la lavandería de Magdalenas de ese convento, habían vendido el camposanto, de 5 hectáreas de extensión, en alrededor de un millón de libras esterlinas, y querían librarlo de cadáveres inconvenientes.
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Su codicia fue su ruina. La exhumación de los cuerpos originó preguntas, porque en la década de los noventa se hizo frente a incómodas realidades del pasado, debido quizá al imperativo psicológico de iniciar el nuevo milenio con las manos limpias, si no es que con la conciencia tranquila. ¿Quiénes habían sido esas mujeres? A las innumerables preguntas sobre ellas les sucedieron pronto muchas más en otros lúgubres claustros de altos muros en toda Irlanda: ¿quiénes eran?, ¿por qué habían sido tan despreciadas y relegadas?; ¿qué secreto escondían? La caja de Pandora se abrió de repente: al principio indecisas -como toda víctima de abusos-, antiguas Magdalenas o familiares suyos se atrevieron por fin a contar su historia, un ciclo casi inimaginable de confinamiento, degradación y opresión del espíritu humano. El escándalo fue -y sigue siendo- mayúsculo, aunque quizá no tanto como debió serlo, porque todavía muchas personas pensantes e informadas, particularmente fuera de Irlanda, desconocen el asunto. Tal vez ya sea tiempo de poner remedio a esta situación.
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En medio del St. Stephen's Green de Dublín, a la sombra de una majestuosa magnolia, hoy se alza un tablero con una placa de metal en la que aparecen grabadas pequeñas cabezas sin rostro y estas palabras: "A las mujeres que trabajaron en las lavanderías de Magdalenas y a sus hijos. Reflexionad aquí en su vida".
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¿Quienes eran las "Maggies" y por qué se les encerró en esos siniestros y lóbregos recintos? ¿Acaso eran criminales reincidentes, delincuentes juveniles que agredían a ancianos o golpeaban a niños? No; la mayoría fueron recluidas porque se les consideró "deshonradas" (embarazadas, o por relaciones sexuales fuera del matrimonio), o simplemente "en riesgo moral" -lo que podría significar tan sólo hacer planes matrimoniales con un protestante o ir a menudo al cine con un muchacho-, o víctimas de cualquier otro motivo, real o imaginario, aducido por el cura local. A veces era únicamente que hubieran intentado huir de su casa, se hubiesen rebelado contra su abusivo esposo o hubieran cometido el terrible pecado de pertenecer a una familia tal vez unida, pero pobre y sin padre.
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En todos los casos, la palabra del cura -ayudado y encubierto por funcionarios gubernamentales locales- fue ley. Sin que importaran vehementes súplicas personales, y aún familiares, una mujer a la que se le juzgaba "perdida", o aún titubeante frente al peligro de caer en desgracia, terminaba invariablemente como Maggie. En forma inevitable, a algunas jóvenes se les confinaba por el solo hecho de ser indeseables o inadaptadas. Su consignación a las lavanderías era el peor de los escarmientos. Cualquiera que fuese el motivo, oficial o no, de su presencia en ese sitio, "aquí no estaban de vacaciones", como dice en Sinners -el elocuente programa de la BBC basado en el caso de las Magdalenas irlandesa de los años sesenta- la sádica madre Bernadette (interpretada por Tina Kelleger), quien añade después: "Perdieron sus derechos al sucumbir". (Esa misma monja también le dice bruscamente a una joven Magdalena en estridente trabajo de parto: "¡Ojalá te mueras!").
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Muchas lavanderas procedían de orfanatorios. También dirigidos por monjas, apenas poco mejores que campos de concentración, fuente de hambres y golpes. Mary Norris Cronin contó a Brian Macdonald, del Iris Independent, que su vida se vino abajo cuando, "en 1940, ella y sus siete hermanos fueron enviados a orfanatorios por la simple razón de que su madre, viuda, había iniciado una relación con otro hombre". Los chicos fueron llevados a un orfanatorio en Tralee dirigido por los Hermanos de la Doctrina Cristiana, en tanto que ella y sus hermanas fueron a dar nada menos que con las Hermanas de la Misericordia del Orfanatorio San José, en Killarney, condado de Kerry. Mary tenía apenas 12 años cuando comenzó su pesadilla.
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"Toda la gente quería mucho a mi madre; eso no debió ocurrir nunca. Éramos pobres, pero no más que nuestros vecinos, y todos nos querían", relató Mary. El trauma de la separación de su madre fue demasiado para ella: poco después de su arribo al orfanatorio empezó a mojar la cama, lo que le mereció al instante el cruel trato de cierta "Hermana de la Misericordia". Narró así la reacción ante su apuro de la sádica mujer a su cargo:
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La hermana Laurence me golpeaba por mojar la cama. Me obligaba a cargar el colchón húmedo en la cabeza, bajar por la escalera de servicio, atravesar un patio y ponerlo a secar en las calderas. Entre tanto, mis compañeras canturreaban: "Mary Cronin moja la cama...".
Esperaba al viernes para pegarme. Ese día no nos bañábamos, y llegaba cuando yo no había terminado aún de secarme y me golpeaba, para que me doliera más. Yo nunca lloraba. Una monja lega (ingresada a la Orden sin dote) que era muy buena conmigo me decía que llorara, porque así la hermana Laurence dejaría de pegarme.
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Aún la más ligera "transgresión" desataba la ira de las monjas; el sólo hecho de que una niña tirara una cuchara o no se cambiara de calcetines ameritaba una paliza. Las dos niñas más bonitas fueron rapadas, castigo a su "vanidad" -pese a que de ninguna manera fuesen culpables de su herencia genética- lo que exhibe con claridad el profundo odio y temor ante las monjas a la sexualidad, así como, paradójicamente, sus celos ante la belleza de esas niñas. (Su fe debió llevarlas a pensar que si Dios había decidido hacer bonitas a esas pequeñas, ellas no tenían derecho a destruir su obra). Las monjas reprimían de modo tan salvaje su feminidad que era inevitable que denigraran la ajena. Esta tormentosa ambivalencia ante la sexualidad es una de las principales causas de los problemas de la Iglesia Católica en el pasado, con ecos cada vez más perceptibles en su turbulento presente.
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Hoy mayor de sesenta, a Mary le sigue encolerizando que las autoridades no hayan detenido, en su momento, el trato brutal de la que ella y sus compañeras eran objeto, el cual se repetía en docenas de sitios similares en toda Irlanda, así como en Escocia y Estados Unidos. Refiere qué sucedía cuando llegaban inspectores a verificar las condiciones de vida en el orfanatorio:
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Las monjas siempre recibían con anticipación una llamada telefónica de monjas de otros orfanatorios. Nos daban ropa limpia a todas, ponían muñecas en nuestras camas, retiraban los ponnies (vajilla de hojalata) y ponían los platos buenos en la mesa. También nos daban comida especial. Pero cuando el inspector se iba nos quitaban todo y volvía la horrible comida de siempre. Hacían pan y sebo para toda la semana y eran espantosos.
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(Sobra decir que las religiosas no se alimentaban de pan y sebo rancios)
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Pocos episodios ilustran mejor que éste la deliberada brutalidad con que las monjas trataban frecuentemente a las niñas bajo su cuidado. Podría argumentarse que en los años cuarenta las cosas eran distintas y que los niños sabían a que se exponían si infringían las reglas; pero dar a niñas muñecas, ropa limpia y una buena comida -una probadita del paraíso- y quitárselas tan pronto como los inspectores se retiraban no permite otra interpretación que la de crueldad intencional. Se perpetraba un gran mal, no una mera falta, y no lo hacían sólo una o dos sádicas (previsibles, por desgracia, en cualquier numeroso grupo humano). Aquello era brutalidad institucional, y la única conclusión posible es que la Iglesia la ignoraba a propósito, o hasta la alentaba tácitamente.
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La pesadilla de Mary continuó pese a su salida del orfanatorio a los 16 años de edad. Sirvienta en casa de la hermana de una monja, se le reportó a causa del infame pecado de haber ido un par de veces al cine con un muchacho. Un médico la examinó contra su voluntad y dictaminó que todavía era virgen. Aún así se le envió tres años a una lavandería de Magdalenas, y luego marchó a Inglaterra. Ahí denunció a sus verdugos, inspirada por una joven con antecedentes similares a los suyos en otro centro dirigido por las Hermanas de la Misericordia, hoy también objeto de investigación policial.
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Al igual que esclavas, las mujeres de las lavanderías de conventos trabajaban muchas horas diarias aún si estaban a punto de dar a luz; su labor habría sido de suyo agotadora en circunstancias normales, pero ahí era además una tortura mental. Las monjas recorrían el sitio recitando oraciones a las que las Magdalenas debían responder a la manera tradicional. Si no lo hacían o desobedecían cualquiera otra de las múltiples reglas del lugar, recibían un castigo severo: golpes con palos o cinturones, tortura en varias formas incluida la aplicación de hierros calentados al vapor o al fuego, hambre e interminables humillaciones. Una de las infracciones más graves era la descortesía con una monja, lo que bien podía reducirse a no inclinarse frente a ella en el corredor. El sistema estaba diseñado para extraer de las jóvenes hasta la última gota de trabajo, al mismo que se les inculcaba una degradante sensación de su nulo valor, de odio a sí mismas, reforzado a menudo por el abuso sexual endémico practicado por los sacerdotes que actuaban como sus directores espirituales.
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Pocas de las cartas que escribían a su familia llegaban a su destino, como demostraron las investigaciones de los años noventa. Las monjas las rompían en secreto, o atormentaban a las familias diciéndoles que su Maggie había muerto o había sido trasladada a una sede remota. O, a la inversa, les decían a las Maggies que su familia se había mudado -a Estados Unidos, por ejemplo- sin decir palabra, lo cual era mucho más fácil de sostener. Basta imaginar las consecuencias de ese acto en las jóvenes, que subsistían con una pésima alimentación y eran tiranizadas y maltratadas, y a quienes, además se les hacía creer que aún su propia familia las había abandonado. Detrás de aquellos muros todo era un infierno, y de pronto afuera no había tampoco nada para ellas: ningún calor humano en ninguna parte, ni esperanza de escapar. Las jóvenes eran deliberadamente aniquiladas, de la misma manera que los presos de los campos hitlerianos o estalinistas.
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La madre de la actriz Maggie Smith trabajó en 1912, en una lavandería de Magdalenas en Glasgow, Escocia, donde, según su hijo, Ian, "se sintió tan degradada por tan arduo oficio que toda la vida sintió horror contra esa actividad exterminadora del espíritu".
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Hace poco, familias en busca de documentos sobre sus parientas desaparecidas se han topado con el problema de que la monjas les cambiaban de nombre, primera de una serie de rudas tácticas destinadas a vencerlas mental y espiritualmente para que aceptaran que eran parias infrahumanos sin derechos, con quienes no se tendría piedad y para quienes no había esperanza. El cambio de nombre fue durante siglos práctica común en el extenso mundo del esclavismo. Escribió James Walvin en "Black Ivory. Slavery in the British Empire" (1992) sobre la sistemática quiebra del espíritu de los siervos africanos recién llegados a las plantaciones azucareras y algodoneras del Caribe y América del Norte:
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No era suficiente que los hacendados tuvieran nuevos esclavos para aumentar su fuerza de trabajo; también debían reformarlos, disciplinarlos al modo del Nuevo Mundo. El primer paso era cambiar su nombre. Lo hacían con la intención de cambiar la identidad del esclavo, de negar su antiguo ser, y era para los propietarios blancos tanto una comodidad como una confirmación de su poder.
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Los hijos de esas mujeres degradadas eran a menudo entregados en adopción a estadounidenses ricos a cambio de alguna suma de dinero, aunque a veces sencillamente se les trasladaba a un orfanatorio vecino, el acceso al cual estaba prohibido a las Magdalenas. El incumplimiento de esta norma entrañaba un castigo grave, como la transferencia del niño a un recinto lejano para que su madre no volviera a verlo nunca.
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Muy ocasionalmente, en alguna festividad religiosa, las Maggies salían a la Iglesia, formadas en fila, pulcras y ordenadas. Salvo por eso, día y noche vivían encerradas entre altos muros, bajo vigilancia policiaca en la mayoría de los casos, por increíble que parezca. En cada lavandería de las Magdalenas solía estar presente un par de Gardai (policías), para impedir fugas y atrapar a las pocas muchachas con la energía y el atrevimiento suficientes para escapar. Al parecer, su presencia ahí se debía no tanto a razones prácticas como a la necesidad de un signo visible de opresión, de un factor de disuasión psicológica. Se encerraba a las jóvenes para que se consumieran en su "vergüenza", y todo estaba dirigido a que no lo olvidaran. (Las investigaciones hoy en curso sobre los claustros de Magdalenas corren a cargo de la policía, la cual estuvo presente en casi todas las lavanderías y testigo, sin duda, de muchos horrores contra mujeres inocentes. Pero dado que, por diversas causas, eso supone un conflicto de interés, debería realizarse una investigación verdaderamente independiente, exenta de intereses creados tanto seculares como religiosos).
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En una de sus escasas salidas, las monjas instruyeron a Mary y sus compañeras que destruyeran los carteles pegados en los postes, ya que habían sido puestos ahí "por un miserable comunista", el doctor Noel Browne, promotor entoces del sensato práctico programa Madre e Hijo. Toda forma de planeación familiar responsable sigue siendo en la actualidad anatema para la Iglesia Católica. Piénsese en la suerte de Mary Ann Sorrentino, periodista estadounidense que entre 1977 y 1987 fue directora de Planned Parenthood en Rhode Island. Excomulgada en 1985, ahora escribe furiosas diatribas contra la Iglesia, y en especial contra la extrema desconsideración de ésta ante los derechos civiles de las mujeres y los niños.
En una de sus escasas salidas, las monjas instruyeron a Mary y sus compañeras que destruyeran los carteles pegados en los postes, ya que habían sido puestos ahí "por un miserable comunista", el doctor Noel Browne, promotor entoces del sensato práctico programa Madre e Hijo. Toda forma de planeación familiar responsable sigue siendo en la actualidad anatema para la Iglesia Católica. Piénsese en la suerte de Mary Ann Sorrentino, periodista estadounidense que entre 1977 y 1987 fue directora de Planned Parenthood en Rhode Island. Excomulgada en 1985, ahora escribe furiosas diatribas contra la Iglesia, y en especial contra la extrema desconsideración de ésta ante los derechos civiles de las mujeres y los niños.
En 1998 escribió sobre las Maggies:
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La monjas a cargo de las Magdalenas optaron por salvar prostitutas como su misión original. Pero después ampliaron esa definición para incluir a jóvenes cuya única culpa había sido amar a un hombre que aún no era su esposo. La esclavitud, degradación y castigo que se les imponían por ello eran ordenados por los mismos obispos irlandeses y jerarcas romanos, hoy más que dispuestos a pasar por alto el abuso sexual de menores, el acoso sexual a los fieles y las aventuras que resultan en hijos de sacerdotes y otras eminencias religiosas que los tribunales irlandeses siguen procesando hasta la fecha.
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Claro que no todas las monjas son sádicas golpeadoras de niñas ni todos los curas hostigan sexualmente a su grey. Como en cualquier otra parte, también en la Iglesia Católica hay gente buena. Pero el Vaticano está tan burocratizado y sus funcionarios tan condicionados que, como sugieren de manera notabilísima las pruebas al respecto, desconocen la compasión humana básica, por no hablar del despropósito de, como ellos mismos lo aseguran, poseer nada menos que el monopolio de la moral y la verdad religiosa.
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La mujer rapada que respectivamente en las imágenes se ha mostrado sin velo, luego con un velo azul, siguiendo con velo blanco, y aquí con el velo rojo, se llama Sinéad O'Connor, es irlandesa, de profesión cantante, interpreta con Bono de U2 la canción: "You Made Me the Thief of Your Heart" (en español: Tú me hiciste el ladrón de tu corazón) que forma parte del soundtrack de la película "En el Nombre del Padre", donde varias personas sin deberla son implicadas en un acto terrorista del IRA, por lo que una abogada inglesa lucha por la libertad y exoneración que consigue tras 15 años en la cárcel para Gerry Conlon, uno de los implicados.
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Frida Kahlo, mujer símbolo internacional, gran pintora, política comunista, bisexual, casada con el muralista Diego Rivera. Sin convencionalismos, amor comunista. Algunos de sus amantes fueron: Isamu Noguchi, Julien Levy, Nickolas Muray, Ignacio Aguirre. Parte del mito es una posible relación con León Trotsky, quien fue acogido en la "Casa Azul" en Coyoacán durante su exilio en México.
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“Pies, ¿para qué los quiero, si tengo alas para volar?”
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"El surrealismo es la sorpresa mágica de encontrar un león dentro de un armario, donde se está seguro de encontrar camisas"
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"La tristeza se retrata en todita mi pintura, pero así es mi condición ya no tengo compustura"
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A Diego tras segundas nupcias: “Así pasemos aventuras sinnúmero, cuarteadoras de puertas, mentadas de madre y reclamaciones internacionales, siempre nos querremos”.
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Sinéad O'Connor fue ordenada sacerdotisa (priestess) por la iglesia católica disidente Tridentina Latina.
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La iglesia "católica tridentina" fue fundada por Marcel Lefebvre después del Concilio Vaticano II.
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La cantante denunciante de abusos sexuales por miembros de la Iglesia Católica, se convirtió en la Madre Bernadette Maria de la Orden de Mater Dei en una ceremonia secreta en Lourdes, Francia.
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La ceremonia de ordenación de la cura Sinéad fue llevada a cabo por el obispo rebelde irlandés Michael Cox, incluyó una mezcla extraña de rezo, música reggae y danza.
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Sinéad fue víctima de abuso al estar internada en un Asilo de las Magdalenas a la edad de 15 años acusada de robo y ausentismo escolar. Sobre los castigos impuestos a la indisciplina en el Asilo donde estuvo recluida comenta: "I have never — and probably will never — experience such panic and terror and agony over anything", (en español: "yo no tengo -y probablemente nunca tendré- experiencia de tanto pánico y terror y agonía sobre ninguna otra cosa")
Sinéad fue víctima de abuso al estar internada en un Asilo de las Magdalenas a la edad de 15 años acusada de robo y ausentismo escolar. Sobre los castigos impuestos a la indisciplina en el Asilo donde estuvo recluida comenta: "I have never — and probably will never — experience such panic and terror and agony over anything", (en español: "yo no tengo -y probablemente nunca tendré- experiencia de tanto pánico y terror y agonía sobre ninguna otra cosa")
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Cuando yo era niña, Irlanda era una teocracia católica. Si un obispo venía andando por la calle, la gente se apartaría para dejarle pasar. Si un obispo asistía a un evento deportivo nacional, el equipo se arrodillaría para besarle el anillo. Si alguien cometía un error, en vez de decir "Nadie es perfecto", decíamos "Incluso puede pasarle a un obispo".
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La expresión aquí se cumple tal como pensábamos. Este mes, el papa Benedicto XVI escribió una carta pastoral de disculpa -o algo parecido- acerca de décadas de abuso sexual de menores por sacerdotes en quienes se suponía que esos niños debían confiar. Para mucha gente en mi tierra natal, la carta del Papa es un insulto, no sólo a nuestra inteligencia, sino a nuestra fe y a nuestro pueblo. Para entenderlo, uno debe darse cuenta de que nosotros los irlandeses afrontamos el fundamentalismo católico más brutal, que significó la humillación para mucha de nuestra infancia.
La expresión aquí se cumple tal como pensábamos. Este mes, el papa Benedicto XVI escribió una carta pastoral de disculpa -o algo parecido- acerca de décadas de abuso sexual de menores por sacerdotes en quienes se suponía que esos niños debían confiar. Para mucha gente en mi tierra natal, la carta del Papa es un insulto, no sólo a nuestra inteligencia, sino a nuestra fe y a nuestro pueblo. Para entenderlo, uno debe darse cuenta de que nosotros los irlandeses afrontamos el fundamentalismo católico más brutal, que significó la humillación para mucha de nuestra infancia.
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Yo misma lo experimenté en propia carne. Cuando era una adolescente, mi madre me animaba a cometer hurtos. Tras haber sido pillada más de una vez, pasé 18 meses en An Grianán Training Centre, una institución de Dublín para chicas con problemas comportamentales, por recomendación de un trabajador social. An Grianán era uno de los infames Asilos de Magdalenas bajo tutela eclesial, donde se daba techo a adolescentes embarazadas y jóvenes poco cooperativas. Trabajábamos en los sótanos, lavando la ropa de los sacerdotes en lavaderos con agua fría y barras de jabón. Estudiábamos matemáticas y mecanografía. El contacto con nuestras familias era limitado. No cobrábamos por nuestro trabajo. Al menos, una de las monjas fue amable y me regaló mi primera guitarra.
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An Grianán era el producto de la relación del gobierno irlandés con el Vaticano (la Iglesia tenía unos privilegios especiales desde nuestra constitución de 1972). En 2007, el 98% de escuelas irlandesas eran de la Iglesia Católica. Pero los reformatorios han cobijado bárbaros castigos corporales, abuso psicológico y sexual. En octubre de 2005, un informe del gobierno Irlandés identificó más de cien denuncias de abuso sexual en Ferns, una pequeña población 70 millas al sur de Dublín, entre 1962 y 2002. Los sacerdotes acusados fueron investigados por la policía; se les atribuyó haber sufrido un desliz de tipo "moral". En 2009, un informe similar implicó a arzobispos de Dublín por haber ocultado escándalos sexuales entre 1975 y 2004.
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¿Por qué se toleraba tal comportamiento criminal? El informe decía: "El prominente papel que ha jugado la Iglesia Católica en la vida de Irlanda es la razón principal por la que abusos realizados por una minoría de sus miembros podían ser ignorados."
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A pesar del largo matrimonio de la Iglesia con el gobierno de Irlanda, la presunta disculpa pública del Papa Benedicto XVI no asume responsabilidades por las transgresiones de los sacerdotes irlandeses. Su carta dice que "la Iglesia de Irlanda debe primero reconocer ante el Señor y ante todos los serios pecados cometidos contra niños indefensos". Pero, ¿qué hay de la complicidad del Vaticano con esos pecados?
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La disculpa de Benedicto XVI da la impresión de que él se ha enterado recientemente de los abusos, y se presenta a sí mismo como al mismo nivel de las víctimas: "Yo sólo puedo compartir la tristeza y el sentido de traición que muchos habéis experimentado al saber de estos actos pecaminosos y criminales, y la forma en que las autoridades eclesiásticas de Irlanda los han tratado."
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Pero en otra infame carta de Benedicto XVI (entonces cardenal Ratzinger) enviada a obispos de todo el mundo en 2001 éste les ordenaba mantener en secreto toda denuncia por abuso sexual bajo amenaza de excomunión (rescatando así la nociva política expresada en un documento de 1962 que exhortaba tanto a clérigos abusadores como a sus víctimas a "mantener estricto silencio" sobre el asunto).
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Ahora sentado en la cátedra de San Pedro, ¿debemos pensar que el anterior cardenal Ratzinger ha cambiado ahora de opinión? ¿Qué hay de la revelación de la última semana, que en 1996 Ratzinger renunció a apartar del sacerdocio a un sacerdote que pudo haber abusado de unos 200 chicos sordos de Wisconsin?
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La disculpa de Benedicto XVI afirma que su preocupación es "sobre todo, conseguir la sanación de las víctimas". Sin embargo, les niega aquello que realmente podría sanarles: una confesión clara de que el Vaticano ha ocultado el abuso, y sigue tratando de encubrir y encubrir.
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Sorprendentemente, invita a los católicos a "ofrecer vuestro ayuno, vuestra lectura de las Escrituras y obras de misericordia para obtener la gracia de la sanación y la renovación de la Iglesia católica en Irlanda". Incluso más sorprendente aún, sugiere que las víctimas obtendrán la sanación acercándose a la Iglesia de Irlanda; la misma Iglesia que ha exigido juramentos de silencio de niños abusados, como en 1975 en el caso del padre Brendan Smyth, un sacerdote irlandés encarcelado por ofensas sexuales repetidas.
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Una vez terminamos de reír, muchos de nosotros en Irlanda reconocemos que acercándonos más a la Iglesia de Irlanda nos acercamos a la blasfemia sobre Jesucristo.
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Ofelia Medina, actriz que interpreta a Frida en el film de Paul Leduc: "Frida, naturaleza viva", activista social que ha apuntalado la resolución de conflictos en Chiapas, Ciudad Juárez y que participa en el colectivo y espectáculo: "Mujeres sin Miedo: Todas somos Atenco", además de escribir el guión, dirigir y actuar las obras "Cada quien su Frida" e "Íntimamente Rosario de Chiapas".
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Para los católicos irlandeses, la implicación de Benedicto XVI, tildando los abusos sexuales en Irlanda como un problema exclusivamente irlandés, es arrogante y blasfemo. El Vaticano actúa como si no creyera en un Dios omnipresente. Los mismos que se llaman siervos del Espíritu Santo están traicionando todo aquello que representa el Espíritu Santo. Benedicto deforma criminalmente al Dios que nosotros adoramos. Todos nosotros sabemos que el Espíritu Santo es la verdad. Por eso, podemos decir que Cristo no está con esta gente que tan frecuentemente invoca Su nombre.
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Los católicos irlandeses están en una relación disfuncional con una organización abusiva. El Papa debe responsabilizarse por los actos de sus subordinados. Si sacerdotes católicos abusan de niños, es Roma, no Dublín, la que debe responder con una confesión pública e investigación criminal. Hasta que lo haga, todos los católicos de buena voluntad (incluídas las ancianitas que van a Misa cada domingo, no sólo cantantes rebeldes como yo, a las que el Vaticano ignora con facilidad) deberían dejar de ir a Misa. En Irlanda, ya va siendo hora de separar nuestra fe de su religión, nuestra fe de sus pretendidos líderes.
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Hace casi 18 años, rompí una foto del Papa Juan Pablo II en un episodio de "Saturday Night Live". Mucha gente no comprendió mi protesta, (...) Sabía que mi actuación sería polémica, pero quería forzar el debate, allí donde realmente hacía falta; ello forma parte de ser una artista. Lo que peor me supo fue que la gente asumiera que yo no creía en Dios. Ese no es el caso, en absoluto. Soy católica de nacimiento y cultura, y yo sería la primera en la puerta de una iglesia si el Vaticano ofreciera una sincera reconciliación.
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Sólo pido que intenten comprender por qué una mujer católica irlandesa que sobrevivió al abuso infantil querría romper la fotografía del Papa.
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Sinéad O'Connor
Domingo 28 de marzo de 2010
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RITUAL DE DENUNCIA A LA IGLESIA
1. Sinéad cantó la canción "War" de Bob Marley, sustituyendo la palabra "racism (racismo)" por "child abuse (abuso a menores)"
2. Sinéad tomó la foto del papa Juan Pablo II, quien protegía "indirectamente" a los sacerdotes y monjas criminales, al ser el líder de la institución reformada hoy por Ratzinger. Y al señalar las atrocidades cometidas en el Nombre del Padre, Sinéad repetía "Evil (Maldad)" mientras seguía exhibiendo, mostrando en alto la foto del pontífice.
3. En un acto radical, se atrevió a lo inaudito para las "buenas conciencias", para la sociedad conservadora de esa época, para gente dormida en su alienación...
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ROMPIÓ LA IMAGEN SAGRADA DEL PAPA
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ROMPIÓ LA IMAGEN DEL LÍDER DE LA IGLESIA CATÓLICA
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protestaba por los excesos cometidos por sacerdotes y monjas que se escudaban en la religión para perpetrar crímenes.
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Aunque, el origen de la protesta de Sinéad fue justo: ¡no crean en una institución que solapa criminales!, hasta hoy con Ratzinger la Iglesia Católica ha realizado una intensa "limpieza" de los malos sacerdotes y monjas, y ha pedido perdón por todos esos monstruosos seres que se alejaron del ministerio de la fe católica.
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Sinéad vivió desprestigiada por el Sistema como "lo más malo" como el "evil" que endilgó al Papa, porque la Iglesia era intocable aunque estuviera equivocada, y todos se alejaban de Sinéad porque era "la apestada", "la comunista" o "el AntiCristo", eran esos tiempos cuando muchos adulaban al líder de los Legionarios de Cristo Marcial Maciel quien resultó ser "evil", un verdadero monstruo, con cargos de abuso de menores y violaciones, y que sin embargo, era protegido en una fabricada santidad por la Iglesia Católica de Juan Pablo II.
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Mucha gente polemiza si estuvo bien romper la imagen del papa, era una protesta contra una institución religiosa que permitía actos inhumanos, actos que los mismos preceptos de la religión prohíbe, Sinéad fue muy valiente, pero también es cierto, que a la gente le cuesta reaccionar cuando la religión o fe católica no se condensa en una foto del papa, sino que más allá un comportamiento o modo de actuar cristiano se va demostrando con las buenas acciones en la vida, y aunque les duela una fe no es destrozada por destruir una de sus imágenes, porque la fe o el credo permanecen en la conciencia, por ello nunca se pudo proscribir el catolicismo en los régimenes comunistas o en el cierre de templos contra la rebelión cristera en México.
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Pero, la Iglesia Católica pecó de lo mismo que criticaba al comunismo, sigue siendo burocratizada (una institución de colosal tamaño: El Último Imperio), es defensora de un dogma cerrado que discrimina a las mujeres, a los gays, lesbianas y demás orientaciones sexuales que no encajan en su celibato, matrimonio hombre-mujer y sacerdocio masculino, y ahoga la libertad al hacer política con la religión, tachando a los que se portan "mal" porque no son sumisos al poder en turno en pleno XXI, y solapando a pecadores irredentos porque otorgan donaciones especiales a la Iglesia.
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El año pasado, el 15 de agosto de 2009, Madonna se presentó en Varsovia en el Día de la Asunción de la Virgen, hubo una movilización fuerte de población polaca tradicional y conservadora que justifica su identidad en no permitir actos sacrílegos, según lo que les indican sus líderes religiosos, que en su momento llamaron "mal" al comunismo y ese día llamaban "Evil" a Madonna, quien tiene una canción que se titula "Like a Virgin", y eso hacía rabiar a los fanáticos religiosos quienes no tienen tolerancia a quienes no piensan como ellos, y quieren un mundo mejor donde cada uno pueda elegir su creencia sin que haya presión de instituciones que quieran imponer su dogma como la Iglesia Católica. La cantante Madonna ha sido una mujer atrevida que ha profanado el símbolo de la cruz católica, pieza fundamental del rito, pero que impone a un crucificado masculino, ella ha rozado la belleza de la mujer que no es pecaminosa con la cruz, quien sabe cuando empezó a castigarse el ser humano que una mujer era "la fruta prohibida", "la manzana de la discordia". Ya en estos tiempos donde miles de desnudos son fotografiados por Spencer Tunick en las plazas públicas de todo el mundo, se deberían reformar a fondo esas instituciones como la Iglesia Católica para cumplir la función de aliviar el alma y no ponerle cadenas represivas que quieren convertir al humano en un siervo, en un esclavo, en alguien con la pasión encorsetada como le endilgaban al comunismo.
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La Iglesia Católica debería de dejar su nostalgia de la Edad Media y colocarse en la modernidad, debería olvidar que México es la Nueva España donde los mexicanos eran dos veces siervos, sirviendo al Rey y al Papa, ya que ahora los mexicanos exigen su ciudadanía y quieren mandar al basurero de la historia el ser súbditos de ninguna índole. Una Iglesia Católica que proteja y cuide a los de abajo, a los oprimidos históricos, como lo son muchos grupos indígenas todavía, es una Iglesia muy diferente a esa que vive del contubernio con "delincuentes de cuello blanco" o que aceptaba como de casa a criminales como Marcial Maciel o las Hermanas de los Asilos de Magdalenas.
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¡Exigamos lo Imposible! Integrarse al mundo libre, al mundo moderno.
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A todos los que han sufrido a causa de la Iglesia (L. Picknett)
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Continuación de LA ROPA SUCIA
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El 24 de abril de 2002, luego de una reunión de dos días con el Papa, los cardenales estadounidenses convinieron en simplificar sus reglas de expulsión de sacerdotes que hubieran
abusado sexualmente de su feligresía, aunque después de la debida consideración del problema se anunció que la expulsión automática se reservaría para los religiosos que hubieran abusado "en forma notoria" de varios niños. Andrew Sullivan escribió en The Sunday Times (28 de abril de 2002):
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¿En forma notoria? Los católicos estadounidenses se han preguntado en la última semana qué tiene que ver la "notoriedad" de un abusador de niños con la sanción que debe recibir. La Iglesia actúa aún como si le preocupara más su prestigio que la vida de la infancia. Y adviértanse sus prevenciones: incluso el "notorio" abuso de un sacerdote ha de ser "múltiple" y "predatorio". En tales condiciones, un caso aislado bien podría recibir, como antes, una solución complaciente. Si el adolescente se insinuó, el sacerdote podría ser tratado con guantes. Y si éste lo mantuvo todo en silencio, ¡quién sabe qué podría suceder!
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Cierto. De la decisión de expulsar sólo a los sacerdotes que hayan abusado "en forma notoria" de menores de edad se desprende que quienes logren mantener en secreto sus abusos -o hacerlos encubrir por la Iglesia- serán eximidos por el Vaticano de manera automática. Es obvio que para la jerarquía católica lo ofensivo no es el delito sino la notoriedad. Así, opina que debería tolerarse algo que la sociedad moderna -la mayoría moral fuera de la Iglesia- sigue condenando como uno de los crímenes imperdonables de un ser humano contra otro.
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Aunque nunca antes la Iglesia Católica había estado tan fuera de lugar, el problema es todavía más grave: jamás había quedado tan patentemente al descubierto su profunda descomposición, fruto de una corrupción y una arrogancia que de pronto parecerían echar raíces no en práctica anticuadas sino en su sistema de creencias. Cuando todas las personas decentes aborrecen y condenan el abuso de menores de edad, sin duda algo marcha muy mal en una institución enorme que reclama para sí la superioridad moral y espiritual pero que no es capaz de empezar siquiera a comprender ese problema.
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Hoy las Magdalenas parecen una lastimosa expresión de costumbres del pasado, pero podría asegurarse que los abusos contra ellas habrían continuado de no haber sido por los escándalos que los exhibieron. En 2003, la premiada película The Magdalene Sisters (dirigida por Peter Mullan y estelarizada por Geraldine McEwan) llevó el escándalo a un público mucho más amplio, que se enteró por ese medio de que las Maggies que se habían quejado de los excesos de los curas habían sido remitidas, a menudo, a clínicas de salud mental.
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Las lavanderías de Magdalenas no fueron la excepción que confirma la regla. Fueron la regla. No fueron un mero accidente en el desarrollo de una institución por lo demás benigna y misericordiosa, sino su invariable resultado último. Pero quizá deberíamos sentir compasión por las ejecutoras de aquellas crueldades, y aún por las estrictas monjas de toca almidonada que derivaban tanto placer de la tortura física y vejación psicológica de jóvenes y madres solteras. Después de todo, también ellas crecieron en el seno de una institución que convirtió el amor en pecado repugnante y degradó las delicias de la sexualidad femenina. También a ellas les fue vedado un futuro satisfactorio. En sus circunstancias, con frecuencia se vieron sujetas a una simple opción: el matrimonio o tomar el velo. Mujeres que por cualquier razón no respondían al tipo común de las casaderas o no habían recibido nunca una proposición de matrimonio prácticamente no tenían otro remedio que volverse monjas, lo que con demasiada frecuencia significaba condenarse a una existencia de represión extrema e intensa y patológica repugnancia por la vida normal. El hecho de que haya habido monjas que no fueran ignorantes ni sádicas consumadas es quizá aún más notable que el de que haya habido tantas que volcaran sus innumerables frustraciones en las jóvenes a su cuidado.
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Lo cierto es que las religiosas irlandesas están cada vez más lejos de la cima que alcanzaron durante el predominio de la Iglesia celta. Como señala Ean Begg en su ya clásico libro The Cult of the Black Virgin (edición corregida, 1996), el ascenso de la Iglesia Católica significó la "represión de los derechos de las mujeres (...), que en el mundo celta habían preservado muchas de sus antiguas y considerables libertades. Antes de la conquista normanda, en Irlanda participaban incluso en la celebración de la misa".
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Sin duda es una terrible ironía que un país antes tan complaciente con las religiosas, a quienes ofrecía tantas oportunidades, haya caído tan bajo como para producir generaciones de sádicas en nombre del Dios del amor o, mejor todavía, de Santa María Magdalena. Claro que también hubo lavanderías de Magdalenas en Escocia (una de ellas en la zona de Edimburgo justamente conocida como Las Magdalenas) y centros similares en Estados Unidos, y que hay orfanatorios católicos en todas partes, regidos, muchos de ellos, deste tiempo atrás, por los ya mencionados pretextos.
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En cuanto a las lavanderías, es inútil preguntar a qué se destinaban sus ganancias; el cinismo -y las pruebas de la historia- da la respuesta. Mientras las Maggies se partían el lomo en la inacabable tarea de lavar ropa sucia y respondían a oraciones de Nuestra Señora, o a Jesús o en nombre de María Magdalena, el mundo exterior cambiaba. En el periodo cubierto por las fechas en la lápida del cementerio de Glasnevin las cosas cambiaron ciertamente casi más allá de lo creíble, aunque sólo puertas afuera. Al tiempo que las Magdalenas seguían sufriendo en aislamiento, la vida cotidiana en el exterior pasaba de la pluma y la tinta a las computadoras. En el lapso comprendido por la lápida de Glasnevin el mundo se volvió más accesible a causa de los trenes de vapor, los trasatlánticos, los aviones y los transbordadores espaciales. El hombre llegó a la Luna. La guerra prolongó su terrible legado, desde los motines de la India y la guerra de los bóers hasta las dos conflagraciones mundiales; la aniquilación de Hiroshima y Nagasaki y la primera Guerra del Golfo. Se erigió y destruyó el Muro de Berlín, símbolo del término de un sufrimiento manifiesto. La propia Irlanda se volvió irreconocible: al fin una república independiente, un próspero Estado moderno encabezado por una presidenta.
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Pero en el mundo también ocurrió algo que pasó inadvertido para aquellas mujeres y fue ignorado por la Iglesia: la abolición de la esclavitud en las colonias británicas en 1838 y en Estados Unidos en 1865. Las últimas esclavas Magdalenas salieron parpadeando al exterior más de un siglo después (y aún entonces la clausura de sus prisiones se debió más a la difusión de la lavadora y al inevitable escándalo que a una súbita preocupación por los derechos humanos).
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Desde tiempos del Discurso de Gettysburg hasta la época de la beatlemanía y aún después, generaciones de esclavas católicas siguieron sufriendo como si los esclavos jamás se hubieran emancipado. Una vez señalada para la lavandería, una Maggie era sierva del convento tanto como, a fines del siglo XVIII, una africana encadenada era propiedad de su amo.
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Entre las altas paredes de las lavanderías de Magdalena nada cambió excepto la gente, una generación tras otra de mujeres intencionadamente envilecidas. Y todo en nombre de María Magdalena, la mujer bíblica que, según la Iglesia, era una prostituta a la que Jesús convirtió. La "perdida" por antonomasia.
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Podría aducirse que lo que sucedió en las lavanderías de Maggies no fue mucho peor que los crímenes contra la humanidad perpetrados en los antiguos hospicios parroquiales a todo lo largo de Gran Bretaña hasta principios del siglo XX, donde abusos de toda clase eran la norma y se destruían familias para siempre. esos hospicios -tan acerbamente criticados por escritores como Charles Dickens- no eran órganos católicos, pero surgieron de la interpretación de las costumbres cristianas de ese entonces. Bárbaros, inclementes y exclusivos para varones, no cabe duda de que tenían sus raíces en un patriarcado sostenido en la idea del Nuevo Testamento de que los hombres eran los únicos que contaban en el cristianismo. Pero el último hospicio británico cerró tras la aparición del Estado benefactor en la posguerra, mientras que el régimen de terror de las lavanderías de Maggies no terminó, o al menos eso dice la Iglesia, hasta los años sesenta, aunque la fecha más reciente en la lápida de Glasnevin es 1994.
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Una apostilla al régimen de terror de los recintos de las Magdalenas: si bien la presidenta irlandesa Mary Robinson aplaudió el reconocimiento de esas mujeres y llamó "histórico" al monumento edificado en su memoria en el cementerio de Glanevin, a pocas víctimas se les escapó el detalle de que ni una sola monja ni clérigo asistieron a la ceremonia ni la Iglesia emitió una declaración en el día más penoso de su historia.
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Quizá nunca sepamos la verdadera magnitud del escándalo. Los organismos religiosos irlandeses no estaban entonces legalmente obligados a mantener archivos ni a permitir su consulta a personas ajenas.
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Podría pensarse que el uso del nombre de Santa María Magdalena no tuvo nada que ver con la violencia y horror que privaban en las lavanderías de Maggies. Y en cierto sentido así es. Habiendo vivido y muerto hace dos mil años, la mujer cuyo nombre "honraba" -o quizá deshonraba- a esos centros, no pudo tener la menor relación con tales abusos. No obstante, María Magdalena es una de las "marcas registradas" más arrolladoras de la Iglesia Católica: una figura que, como veremos, más que adoptada fue tan astutamente inventada por sucesivas generaciones de falsificadores, que su solo nombre terminó por convertirse en sinónimo de una profunda emoción: la vergüenza...
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Mencionar a María Magdalena ante un creyente tradicional es evocar la imagen de una joven madura descompuesta por la aflicción de su extrema -por no decir excesiva- penitencia, mientras vuelve la vista a su vergonzosa vida como prostituta. Llora porque sabe que no puede hacer nada para cambiar su pasado, pero al mismo tiempo está obsesionada con él, pues no cesa de retorcerse las manos anegada en recuerdos de sus años de degradación, de venta de su cuerpo a todos.
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En muchos sentidos, sin embargo, eso es absolutamente falso, lo mismo desde una perspectiva histórica (como veremos) que desde una postura moral. No hay que olvidar que se supone que María Magdalena fue redimida de sus pecados por Jesús -en cuyo caso su quejumbrosa penitencia trasluce algo de ingratitud, e incluso de incredulidad ante el poder de aquél para perdonarla-, así como que, tras su conversión por él, ella inició presumiblemente una nueva vida. Pero la Iglesia no ha sugerido nunca la idea -no, desde luego, durante el apogeo en Irlanda del escándalo de las Maggies- de que la perdonada y absuelta Magdalena haya podido cada mañana saltar alegre de su casto lecho con un destello en la mirada y el ansia ya no del cuerpo de hombres ricos sino de buenas obras. No es la patrona del nuevo comienzo, como podría suponerse con razón sino, por el contrario, la personificación de la horrorizada vista atrás, de la aversión por uno mismo y del odio a todos los goces femeninos.
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La Magdalena gimoteante le era demasiado útil a la Iglesia como para abandonarla en favor de una "imagen de marca" más optimista, edificante para jóvenes de triste pasado identificándolas con una visión más positiva de la vida. Pero no: María Magdalena es el burdo instrumento del que con todo empeño se ha valido la Iglesia, tradicionalmente misógina para reprimir a las mujeres.
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El escándalo de las Magdalenas irlandesas causó -y lo sigue haciendo, porque la controversia aún no termina- la más amplia indignación; la UNICEF lo calificó sin más como un caso de "esclavitud moderna". Las desafortunadas habitantes de las brutales plantaciones y estadounidenses no habrían tenido ninguna dificultad para asociar con el suyo el régimen imperante en aquella cadena de lavanderías administradas por la Iglesia. Pero el problema no es tanto la existencia de ese régimen como que todo el sistema de creencias en el que se basaba esté repleto de distorsiones, muchas de ellas totalmente deliberadas por parte de los Padres de la Iglesia, lo que, en el marco de un enfermizo proceso lógico, siempre dará origen a abusos similares.
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Al tiempo que la Iglesia se ve sacudida por un escándalo tras otro, algunos de sus miembros intentan restringir de manera mágica los daños que ha provocado aduciendo que son las excepciones que confirman la regla de la decencia y la compasión. Pese a los reclamos de justicia de muchas voces, un curioso fenómeno surgido a últimas fechas favorece a la Iglesia, pues le permite dar un halo de verdad a sus protestas de inocencia. No obstante los numerosos y desaforados ataques en la prensa contra tales abusos, los occidentales liberales, impulsados por el celo políticamente correcto de ser tolerantes con todas las religiones, se afanan demasiado en ignorar la violación generalizada de los derechos humanos llevada a cabo por la institución cristiana más grande del mundo.
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Nadie desea que se ejerza violencia contra los devotos de cualquier religión -como la ejercida por los fanáticos que destruyen sinagogas o por los hampones que golpean a musulmanes indefensos-, pero no cabe duda de que la actitud prevaleciente ante individuos corruptos y envilecidos es cuestionable. La historia ha demostrado una y otra vez, de modo concluyente, que algunas creencias se manifiestan en actos inequívoca y evidentemente perversos, muchos de los cuales son cometidos por personas arrogantes e hipócritas que tienen la precaución de rodearse de un aura de "santidad". ¿De qué otra forma podrían describirse si no los usos y costumbres de una institución mundial que se niega a expulsar de sus filas a pedófilos que no sean sorprendidos in fraganti?
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Ana Colchero es economista, luchadora social, actriz conocida por su participación en "Corazón Salvaje", su última película fue "Acosada: De Piel de Víbora", es escritora con su primer delicioso. suculento libro "Ente Dos Fuegos", una novela con el aderezo de la cocina, la política, el amor, un artesano de juguetes y ... suspense !
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Del Hamlet: "¿Soy juguete de una amable locura?"
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Mata Hari
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Lady in Red
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la chica Bond rusa
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la agente 90-60-90
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Femme Fatale
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Ninotchka
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( Garbo laughs ! )
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... deseando que no surja una nueva era de McCarthismo cuando la Guerra Fría supuestamente ya terminó, o es que Michael Moore les ha dado idea con Canadian Bacon de que es necesario revivirla para favorecer a la industria de armamento.
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La hermosa ciudadana inglesa Anna Chapman fue deportada con el grupo de espías a Rusia, y serán canjeados por espías americanos detenidos en Rusia.
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INTELLIGENTZIA...
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EN EL 2003 TODAVÍA:
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Como quiera, la Iglesia Católica es vista de color de rosa aún por quienes no pertenecen a ella, porque es "cristiana" y por lo tanto debe ser básicamente "buena".
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¿Cómo reaccionarían los católicos si una secta se negara a censurar siquiera a un gran número de pedófilos en sus filas a menos que fueran exhibidos por la prensa?
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¿cómo enfrentarían los fustigadores de sectas el problema de un grupo presto a hacerse de la vista gorda ante tan terrible abuso, e incluso alentarlo implícitamente?
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Cualquier otra institución religiosa en similar situación sería clausurada, y sus líderes encarcelados o impedidos para ingresar a otros países.
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EN EL LEJANO 1992:
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Célebre frase de Sinéad O'Connor tras hacer la foto del Papa trizas.
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FIGHT THE REAL ENEMY !
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¡ LUCHA CONTRA EL ENEMIGO REAL !
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EN 2005:
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Sinéad O'Connor anuncia su cruzada
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RESCATAR A DIOS DE LA RELIGIÓN
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RESCUE GOD FROM RELIGION
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EN 2010:
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El tiempo ha dado la razón a Sinéad O'Connor.
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¡ la Iglesia Católica escondía bajo el tapete muchos crímenes !
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Sinéad despierta desde hace mucho, se refiere a que:
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"El mundo despertó y la Iglesia está aceptando su responsabilidad por estas atrocidades.
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