Por la calle exaltante donde mis pasos inquietos
se arrastran al sol como al gas, yo veía
detrás de una horrible vitrina
donde se exponían mantequilla y quesos grasos,
una magnífica niña de la que yo admiraba los brazos
y el generoso pecho.
El hecho es que nunca chica me conmovió
como ella, ¡y es que nunca mi ojo loco miró de reojo
belleza más excitante!
Una aureola de juventud ardiente y de salud
nimbaba este cuerpo fresco donde la pubertad
estaba aún somnolente.
Ella iba sosteniendo alto, dentro de la estrecha tienda
su casco de cabellos más negros que el papel carbón
y, dulce trotadora con chanclas,
fisgoneaba un ambiente alegre de rincón a rincón,
mientras que los tapones amarillos como los membrillos
se licuaban bajo las tapaderas.
Armados de un pequeño alambre de latón, sus dedos vivos
detallaban prontamente las mantequillas malas
y las compradoras pálidas;
las mantequillas, que sentía de un rancio embriagador,
y que sudaban el horror dentro de sus ropas penosas,
como un hambriento amarrado a sus cuerdas.
Cuando su cuchilla cortaba Gruyere o Roquefort
la veía hacer fuerza sobre ella con esfuerzo,
su pequeña nariz rozando en las costras,
y nada era amable como sus bonitos dedos
recortando el Marolle infecto donde, en algunas partes,
los parásitos cavaban las rutas.
Cerca del humilde mostrador donde dormían los gruesos debajo,
los Geromes tendidos como los hombres borrachos
escurrían sobre su encella de paja,
pero tan nauseabundos, tan podridos, tan repugnantes,
que las moscas batían las alas alrededor de ellos,
sin nunca hacer festín.
Ahora bien, ella respiraba a su gusto, en el medio
de esta acre atmósfera donde el Roquefort azul
chorreaba cerca del Chester sin fuerza;
dentro de este inmundo montón de cuajados purulentos,
regocijada, ella hundía sus pequeños y bonitos dedos blancos,
que ella limpiaba de una lamedura.
¡Oh! ¡su lengua! ¡joya viva y purpurina
pavoneándose con un estremecimiento de víbora
todo lleno de encanto y de obsesión!
¡Milagroso coral húmedo y aterciopelado
del que la punta tan puntiaguda agujerea de voluptuosidad
mi carne, loca de codicia!
Luego, a esta quesera exquisita, yo la amaba
¡yo la amaba al punto de soñar la violación! pero,
me decía que estas miasmas,
a la larga, debían impregnar este bonito cuerpo
y el asco, como un misterioso brazo derecho,
acorralaba todos mis entusiasmos.
Y sin embargo, cada día, pegados a sus cristales,
¡mis dos ojos la bebían! en vano los Livarots
aventaban un olor pestilente,
yo estaba allí, embriagándome de su vista, y tan loco,
que viéndole las manos dentro del queso blando,
¡ la encontraba hechizante !
Al final, su confesión florece dentro de sus rubores;
para decirme: "Te amo" con sus ojos soñadores,
ella tuvo todo un pequeño flirteo;
además ella me sonríe; sus enaguas menos caídas
descubrieron un día los zapatos con cintas
y las bases blancas como la nieve.
¡Ella también me quería con todo su ser! A mí.
osaba enviar los besos llenos de conmoción,
la englorificante ingenua,
tan bien, que después de haber largamente balbuceado,
para una noche de primavera, la desvestí
¡y vi su belleza toda desnuda!
Su cabellera ondea entonces como una bandera,
y es con los ojos que me lamían la piel,
que la bella me hizo el homenaje
¡de su carne de jovencita, madura para el placer!
¡Oh sabor! ¡ella era llameante de deseo
y no percibía el queso!
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IL POSTINO
miércoles, 28 de julio de 2010
LA BELLA QUESERA, M.R.
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