LOS LAMENTOS

Venidos de los cuatro rincones del horizonte salvaje,
de la cima de los picos y del fondo de los remolinos,
los vientos del Norte de mal genio son los invisibles locos
que azotan sin correa y que aullan sin boca.
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Los arroyos no tienen nunca los ruidos susurrantes
dentro de su diminuta cama que serpentea y que vaga,
y no les escuchan sacar más que un murmullo muy vago
de los estanques recogidos bajo los sauces llorones.
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Pero la mar que gime como un alma que sufre,
desgarra bajo los cielos mudos sus eternos sollozos
donde vienen a mezclarse en la espuma de las olas
las sofocaciones de los ahogados que ella engulle.
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Cuando se exhalen, después que la tormenta cesó,
los soplos de la noche más ligeros que las burbujas,
el quejido en la minera de los sapos noctámbulos
hace gemir el camino, la encrucijada y la fosa.
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Jeremías en los cien brazos sobre los que el viento jadea,

el árbol en todos los sollozos dentro de sus murmullos,

y el eco de los bosques repite los chirridos

del lobo, trotador horrible que el hambre vuelve esqueleto.

.

Cuando paso, en la noche, sobre un valle apartado,

me estremezco con el grito ronco y estridente de la quebrantahuesos,
ya que, para mí, este lamento errante que me asusta,
es el gemido de la Fatalidad.
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Bajo el arco sensitivo donde pasaron nuestras alarmas
el alma de los violines solloza, y bajo nuestros dedos,
el arpa, con un ruido de manantial dentro del bosque,
desgrana, en sonidos mojados, la música de las lágrimas.
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El suspiro clandestino de las vírgenes de belleza
parece agradecer el amor que les roza la cara,
pero el quejido por el dolor del amor es un remordimiento que se queja
del placer ya muerto antes de haber sido.
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En vano se le defiende, en vano se le hace misterio,
los males que la claridad del día parece adormecer,
todo hombre interior, en un horrible suspiro,
cuenta su angustia a la noche solitaria.
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Y el montón vagabundo de parias temerosos,
negros peregrinos quejumbrosos, sin cantimplora, ni sandalias,
en todas partes, sobre las tierras firmes, las piedras y los sepulcros,
pasan como un rebaño de fantasmas quejumbrosos.
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Dentro del bosque de las cruces, tumbas viejas y nuevas,
cuántas mujeres arrodilladas escuchan ustedes
gemir con los sonidos más tristes y más dulces
¡que los arrullos de las tórtolas viudas!
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Mientras que, en un grito furioso que le desfigura,
el niño hace alarde en quejarse de la vida,
el abuelo que le observa con un ojo de envidia
gruñe de terror pensando en la muerte.
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El agonizante grazna un lamento que aflige;
y cuando los muertos son encerrados dentro de su baúl obsesivo,
el resuello gorgoteador que ellos tienen abandonándose
filtra como el lamento pestilente del cadáver.
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- Ellas tienen los ecos vibrantes como los tañidos
y adentrándose con una horrible velocidad
dentro de mi fúnebre corazón lleno de sombra y de tristeza
donde fueron instalados los búhos de las Desgracias;
.
¡Sí! sobre el rugido formidable de las nubes
mi alma oye a veces el Infinito sollozar,
¡mi alma! donde van a unirse y repercutirse
¡todos los estremecimientos atravesados de dolores desconocidos!