Tú, del que los largos dedos blancos de estatua amorosa,
ágiles bajo el peso de suntuosos anillos,
sacan la voz que arrulla y el sollozo que ahondade las entrañas de acero de tus grandes pianos.
Tú, el corazón inspirado que quiere que la Armonía
sea un mar donde reme un canto melodioso,
tú que, dentro de la música, a fuerza de genio,
haces cantar los retornos y lamentarse los adióses.
Toca una vez más estas dos marchas fúnebres
que dejaron Beethoven y Chopin, estos grandes difuntos,
para los agonizantes, peregrinos de las tinieblas,
que se van al atáud, serios y sin remordimientos.
Toca nerviosamente sobre las teclas de marfil
esos extraordinarios acordes, toque de la humanidad,
donde la vida muriendo exhala un canto de gloria
hacia el azur ideal de la inmortalidad.
Y tú serás bendita, y esta noche dentro de tu cuarto
donde tantos perfúmenes frescos vocalizan en coro,
poeta arrodillado bajo tus pupilas de ámbar,
¡ yo besaré tus dedos que hacen llorar mi corazón !
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