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IL POSTINO

IL POSTINO

miércoles, 11 de agosto de 2010

EL BARRANCO DE LAS AMAPOLAS

Dentro de un hueco salvaje y mudo
que no es conocido por el azulejo
ni por la cabra al pie endeble
ni por persona,
lejos de los senderos de los borricos,
lejos de los ruidos despertadores de los ecos,
un revoltillo de amapolas
fantasea y se estremece.

Alrededor de ellas, horribles estanques
tienen reflejos inquietantes;
apenas si, de tiempo en tiempo,
un lagarto se mueve
entre las retamas llenas de pavor
y los viejos bojs amargos y fríos
que hormiguean sobre las paredes
del barranco rojo.

El cielo brillante como una vidriera
no escurre más que un día de tragaluz
sobre sus laminitas de coral
hechizadas,
pero dentro de la roca y el pantano
ellas son escarlatas y frescas
como sus hermanas de los bosques
y de los valles.

Ellas susurran dentro del aire ligero
tan pronto como el tiempo va a cambiar.
Al menor viento del norte pasajero
que les acaricia,
y se andan ajetreadas todas tan fuerte
bajo el terrible viento del Norte
que se diría de sangre que se retuerce
y que chapotea.

En vano, descendiendo de las mesetas
y de la cima de los cerros,
sobre estos luminosos vegetales
la sombra se revuelca,
dentro de un vuelo presto y aventurado,
las libélulas dos a dos
giran y vibran alrededor de ellas
la una sobre la otra.

Rozadas por los pájaros charlatanes
y las siderales blancuras,
ellas crecen allí dentro de las frescuras
y los vértigos,
tan bien como dentro de los surcos;
y todas estas bonitas bermellonas
tiemblan como las mariposas
a la punta de los tallos.

Su caliente color de hoguera
alegra la zarza y el mimbrero;
y el reptil extasiado,
el árbol que sufre,
los peñascos negros privados de azur
tienen un aire menos triste y menos duro
cuando ellos pueden inclinarse sobre
estas flores del abismo.

Los carmines y los encarnados,
el púrpura de los asesinatos,
todos los rubíes, todos los granates
relucen en ellas;
esto es porque, por ciertos mediodías,
sus dulces pétalos templados
son el radiante paraíso
de las mariquitas.

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