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IL POSTINO

IL POSTINO

miércoles, 11 de agosto de 2010

EN LA SOMBRA DE LOS CERROS PEDREGOSOS Y ARBOLADOS

Mientras que en el sol pesado el campo de otoño
teje inmóvilmente su adiós de estupor,
nosotros atravesamos el brezal árido y monótono
donde el mirlo invadido del spleen envolvedor
tenía un vuelo furtivo y temblando de miedo.
Nosotros bordeamos un pastizal, un montecito, un viñedo;
después al fondo del barranco que la zarza araña
apareció la Hundida en los accesos difíciles:
Entonces, tú te sentaste, y yo preparaba mi línea
en la sombra de los cerros pedregosos y arbolados.

Cuando yo encontré dentro de la ola que se encrespa,
cerca de un peñasco guarnecido de espuma y de vapor,
el lugar donde el pez gobio juguetea y se acantona,
yo fustigaba el movimiento de mi hilo travieso,
y pronto el pescado mordía el cebo engañoso.
Tú, bajo un castaño majestuoso y digno,
con los gritos del pato que nadaba como un cisne,
soñadora, tú mordisqueabas los parajes tranquilizados;
y yo venía a verte cuando tú me hacías señal,
en la sombra de los cerros pedregosos y arbolados.

Por los despeñaderos que la hiedra festonea,
un molinero abandonaba sobre su asno escalador;
los rodamientos semejantes a los de un cielo que truena
esbozaban; el pájaro carpintero con el pico duro y estampador
daba un grito agudo dentro del aire lleno de torpeza,
y nosotros, sin temer a la víbora maligna,
con las palabras de amor que la mirada subraya,
teniendo por solos testigos a los lagartos irisados,
nosotros conversamos tiernamente sobre el musgo benigno,
en la sombra de los cerros pedregosos y arbolados.



ENVÍO
Ahora bien tú que me engrandeciste por tu candor insigne,
en todas partes mi recuerdo te busca y te representa;
y yo evoco la época donde yo tuve los besos
de tu boca de niña, fresca y color de cereza mollar,
en la sombra de los cerros pedregosos y arbolados.

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