Pesadillas amorosas y fúnebres
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Madre de las pesadillas amorosas y fúnebres,
virgen de los ladrones, cómplice de las casas de juego,
¡Oh noche!, que haces gemir a los búhos, tus secuaces,
dentro del recogimiento de tus frías tinieblas.
Que tú cubras de brea opaca o que tú rayes
los objetos fatigados del día y ávidos de reposo,
te amo, ya que tú vuelves mi espíritu más dispuesto,
y tú calmas mi corazón, mi sangre y mis vértebras.
Pero, ¡por desgracia! dentro de tu bruma donde tambalean mis pasos,
mi mirada ansiosa adivina y no ve más;
¡y yo abro bastante en vano mis pupilas ávidas!
¡Oh! ¡qué no tengo los ojos del chacal o del lince
para escrutar largamente los grandes espectros lívidos
que yo escucho palpitar bajo tu vestido de esfinge!
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