Salvajes, cubriendo el horror, el misterio y el aburrimiento,
unas veces llenos de día, otras veces llenos de noche,
de murmullos y de silencios;
hostiles al tacto como los erizos,
ellos están allí, enredando a los eternos estremecientos
de interminables somnolencias.
Ellos tienen la postura y el color de los bosques:
Espinos blancos, retamas, helechos, y a veces
un brillo de madreselva
les dan un olor suave al respirar;
¿sus frutos? Es el azar que les hace prosperar,
y es el mirlo quien les recolecta.
Ellos son una cortina para el sendero empolvado,
un refugio para el pastor, y para los amorosos
el lugar de las citas fieles;
y cuando la sombra ennegrece la llanura y el barranco,
la monja lavandera y el malo adivino
dialogan al lado de ellos.
Todos los antiguos matorrales empujan tupido, alto y derecho,
como también, bien a menudo, ellos se inclinan, y se les ve
bajo el azur claro o que se pliega,
debajo del arroyo murmurador o dormido,
la curvatura agresiva y el enmarañamiento
espantoso de la zarza.
Raramente rozados por las bonitas mariposas,
ellos son el laberinto amado de los viejos grillos;
más de una cigarra entristecida
ya aventura un sonido pobre y que la edad torció;
ranas y sapos visitan su fosa,
y la culebra es su anfitriona.
¡Por desgracia! dentro de estos revoltillos que ella conoce tan bien
la culebra socarrona urde su mudo va y viene
que mucho silbido entrecorta;
¡Desgracia al nido de pájaro! La ogresa a pasos retorcidos
se trepa para succionar los huevos puestos tan frescos
dentro del pobre pequeño cáliz.
A la larga, a veces, estos grandes matorrales horribles
bebieron todos los venenos que van a chorrear sobre ellos
el áspid y la víbora negra:
También, cuando el verano ardiente de los desiertos
pasea al fondo de los agujeros, sobre la ola o dentro de los aires
su invisible calentador.
El seto envenenado, después de su largo sueño,
estira sus ramas que se extienden al sol
como tantas bestias escamosas;
y contra las bandadas esbeltas y caprichosas
él se alza, armado, con todas sus espinas,
con innombrables púas venenosas.
Dentro del purpurado del alba o de los soles en la puesta,
al borde de los bosques, de los lagos, de los viñedos y de los campos,
los prados o los castañares,
el habitante del barranco, del valle y de las mesetas
venera a su ignorancia estos sombríos vegetales:
ya que, al fin, los viejos setos,
a fuerza de haber visto tantos peatones de la ciénaga,
los asnos y los carneros, las vacas y los bueyes,
tienen, como los muy viejos rostros,
tomado un aire fantasmal, profético, adormecido,
que sobre el camino nuevo y el muro vuelto a enlucir
lanza un reflejo de antiguas edades.
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IL POSTINO
miércoles, 11 de agosto de 2010
LOS VIEJOS SETOS
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