Su gaita dentro de los bosques
gemía como el viento que brama,
y nunca el ciervo en los berridos,
nunca el sauce ni el tren
se lamentaban como esta voz.
Estos sonidos de flauta y de oboe
parecían estertores por una mujer.
¡Oh! cerca de la encrucijada donde hay una cruz,
¡su gaita!
Él está muerto. Pero, bajo los cielos fríos,
en seguida que la noche se trama,
siempre, muy al fondo de mi alma,
allá, dentro del rincón de los viejos pavores,
yo escucho gemir, como otras veces,
su gaita.
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IL POSTINO
lunes, 9 de agosto de 2010
ESCUCHO GEMIR SU GAITA
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