Dentro del viñedo escarpado donde muchos manzanos salvajes
crispan sobre el horizonte sus brazos torcidos y rugosos,
ellos vienen a tumbarse con vuelos fogosos,
buscando la soledad y el codiciado brebaje.
Ahora bien, sabiendo que dentro de poco se les querrá matar,
y que hará falta pronto que las manzanas se esfumaran,
los tordos, sin tardar, se instalan y se dan una comilona
en medio de un olor de angustia y de peligro:
Ya que, a pesar de este bonito cielo del que el azur se alisa,
puede ser que un milano planea en el aire que duerme,
y que un fusil oxidado oculte un relámpago de muerte
detrás del matorral que le sirve de cómplice.
¿Qué importa? Las uvas destierran sus pavores.
Por cierto, la región triste y de una áspera osamenta
está desierta, en los tres cuartos yerma, y se satura
del misterio cubierto de bruma que sale de los barrancos fríos.
Entonces, tranquilizándose con los gritos alegres,
la banda se dispersa y todos estos bonitos picos,
juntos, en pequeños lances discontinuos, recios y secos,
cavan ávidamente dentro de las hojas rojizas.
Mil pájaros picoteadores, sus amigos acostumbrados,
se marchan a mariposear alrededor de estos coquetos
que, como un volador azotado por las raquetas
tienen alegres va y viene de los pámpanos a los manzanos.
Sobre las ramas que son sus movedizas alcobas,
los tordos hacen la risita a los mirlos ya borrachos,
y muestran al carpintero que les mira de reojo debajo
su pequeño vientre blanco sembrado de manchas leonadas.
En vano el eco del abismo trae hasta en lo alto
el estrépito de lo Hundido a lo lejos sacudiendo sus orillas,
el escándalo de los arrendajos, de los mirlos y de los tordos
cubre este gran murmullo y llena la ladera.
Y todo eso se aporrea en las viejas estacas delgadas
pisoteando las pieles de las uvas verdes y azules.
Y sobre el árbol, o por tierra, en algún agujero arenoso,
registra hasta en los huesos la pulpa de las manzanas agrias.
Pero ya los pájaros, a fuerza de emborracharse,
no tienen más este ojo penetrante que os ve de una legua,
y el balanceo menos ágil de la cola
anuncia que su vino comienza a fermentar.
Se diría ahora de malos acróbatas
que caminan sobre el vientre, un parapeto en el cuello;
la embriaguez que les coge su metida en el mismo golpe
de castigo sobre el ala y de plomo dentro de las patas,
Y cuando el sol salpica de sangre
la cumbre de la cuesta donde pacen las burras,
por fin, no pudiendo más, los tordos borrachos
encuentran el suelo fugaz y la rama resbaladiza.
¡Adiós juerga! ¡Adiós a la orgía y a las revolcadas!
todo da vueltas y se confunde en su pequeño cerebro.
Ellos van dentro del atardecer como dentro de una cueva
con los arrastramientos y las caídas.
Y mientras que la noche prepara su carbón,
cada uno al pie de la cepa o sobre el alto del árbol
cierra el ojo y se mantiene como un pájaro de mármol.
O vuela tambaleándose hacia el montecito vecino.
Y en este momento que en los cielos sonó la hora oscura,
los tordos tienen sueño y van a fermentar sin ruido
toda esta sidra y este vino bebido directamente al fruto,
dentro de la frescura y de la sombra donde ríe el claro de luna.
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El mirlo es conocido como tordo de Castilla.
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IL POSTINO
martes, 10 de agosto de 2010
PÁJAROS BÁQUICOS
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