Me visto asombrado, sufriendo en pleno cuerpo
la atroz ubicuidad de una inhallable pulga;
¿Meter mi cuello de la camisa?... Pero, ¡se necesitaría que yo pudiera!
y mi bota enemiga despertó mis callos.
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El armario a los efectos, bajo los montones de andrajos,
oculta precisamente el indispensable traje;
y la migraña, con un retorcimiento súbito,
me arranca quejumbrosos y estridentes soliloquios.
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Mi cepillo tiene las cerdas blandas, puesto que yo sí lo uso;
la invisibilidad de mi monedero me asusta;
la ráfaga de viento en el exterior llora como una quebrantahuesos;
¡y siempre mis penas como tantos cánceres!
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Salgo: un gran libertino enlodado como una cerda
me mira de reojo riendo sarcásticamente bajo el cielo lluvioso;
y desde mis primeros pasos sobre la acera, un viejo
está a punto de dejarme tuerto con su paraguas.
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Mi piedad al caballo desagrada al cochero gordo:
¡otro que se viene listo a buscarme ruido!
y ahí está que su malvado hipócrita y solapado,
para agradecerme quiere golpearme el brazo.
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Alargo mi camino, para evitar la Morgue,
al fin liberado de un horrible charlatán,
cuando la aparición de un pobre coche fúnebre
me sorprende repentinamente delante de un callejero que toca el órgano.
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Un pálido individuo me da un empujón temblando;
en primer lugar, veo el vino que chorrea de las comisuras
de sus labios, y además un montón de vómito
me revela porque el hombre tiene la tez tan blanca.
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Triste, y más recogido que un monje cisterciense,
yo voy, cuando de repente mi sombrero se va volando,
me expone al ridículo cruel y jocoso,
¡puesto que necesito correr para que lo recupere!
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Siempre la palabra Lleno en todos los ómnibus:
Si bien, que al fin encaramado sobre una imperial,
sufrí la mirada inquisitorial
de un alto señor cubierto con un fúnebre sombrero Gibus.
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Veo a un amigo aparecer. ¡Al fin! Es una ficha
de consolación... Pero eso, es demasiado:
El ingrato, para evitarme, gana un muro en gran trote,
y hace la apariencia de leer un muy viejo cartel.
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Y yo estoy, ¡Dios mío! desgraciado en este momento,
que en medio de una calle innoble y solitaria
yo percibo a mi amante en el brazo de un militar
que hace sonar su bota militar, una fusta en el puño.
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Y la lluvia y el viento, los carros, el lodo,
todo, el mesero del café, el dependiente del almacén,
el perro ladrador, el portero, y hasta mi vecino
de mesa, todo eso me hiere y me ridiculiza.
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Vuelvo a entrar: ¡un albergue lleno de inhospitalidad!
cortinas y paredes pintadas agarran los tonos que vociferan;
en cuanto a mis viejos retratos, se diría que ellos me quieren
y mi reloj de péndulo suena con hostilidad.
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Ya en la escalera, el ojo del propietario
me requirió pagar el dinero que yo le debo;
mi puerta se cerró machucándome los dedos
con un crujido súbito y voluntario.
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Veo el tintero, ¡pero nada de tinta adentro!
y yo que puedo fumar noche y día, a cualquier hora
que esta sea, mi cigarro en este momento me asquea:
yo tengo el sudor frío y la náusea en los dientes,
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Quiero encender el fuego: mi madera que no prende
suda irónicamente sobre los grandes morillos fríos;
mi lámpara hace crujir su cristal, y si yo creo
a mis ojos, mi vidrio pierde su transparencia amable.
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Y tanta hostilidad emana del lecho,
de los muebles, de los cuadernos, de los libros, de las estampas,
que yo me desespero, y la migraña en las sienes,
yo flaqueo bajo el mal que sus barrenas me hacen.
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Si incluso, yo no era más que mi propio vampiro,
yo bendiciría el horror de mis laceraciones,
pero todo esto que me rodea atiza mis tormentos,
y siempre contra mí la materia conspira.
.
Dentro de este mundo envidioso, venenoso y de discordia,
yo soy el paria contra quien todo se empeña.
En vano mi corazón solloza y mi cuerpo se demacra,
la universal mala suerte me persigue otra vez.
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Y tengo días tan difíciles, además de mis días sombríos,
- ¡y cómo en el aburrimiento poder habituarse!-
que desde hace tan largo tiempo, yo fantaseo en matarme
al estar bajo la vejación de los hombres y de las cosas.
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Y yo me voy al fin a llevar a cabo este proyecto
con mi revólver con la culata de ébano,
puesto que más que nunca sentí el odio
y la agresividad del ser y del objeto.
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IL POSTINO
martes, 17 de agosto de 2010
PROTECCIÓN CONTRA LA MALA SUERTE
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