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IL POSTINO

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miércoles, 18 de agosto de 2010

DIENTES SOBRENATURALES

Los vuelvo a ver en las épocas ya pasadas
estos maravillosos dientes, fríos, inmaculados,
y que se conservaban sin aseo ni maquillaje
en la virginidad blanca del nenúfar.
El hecho es que estos dientes eran sobrenaturales
a fuerza de blancura y de claridad deleitándose en hacer sufrir,
y que dentro de los rincones más negros
ellos tenían de nuevo un reflejo luminoso
como un destello lejano, en la noche, dentro de una llanura;
Y además, en el roce continuo de un aliento
que almizcleaba el suspiro, la frase y el beso,
¡ellos pasaban su vida en aromatizarse!
uniendo lo más a menudo sus bonitas arcadas
ellos devolvían la voz chillante por tirones
con no sé que de húmedo y de silbador.
Como dentro del cáliz embalsamado de la flor
se ve brillar en la mañana perlas de rocío,
así dentro de esta boca indolente y rosada
ellos me aparecían, ópalo y diamante,
por lo que mi ojo se llevaba un deslumbramiento.
¡Oh! hasta cuándo, bonitas joyas de encías tan puras,
estos pequeños huesos cuadrados, hábiles en los cortes,
más bien hechos para dividir que para mascar, brillaban
dentro del entreabierto de los labios que reían,
que de una vez unas ganas inquietas y salvajes
me agarraron de aspirarlos también como a la boca,
¡y con ello hacer dormir la pena que me muerde!
Así que sobre los dientes de una cabeza de muerto,
yo imaginaba ya lo rojizo de la tierra
sobre la mate palidez de este esmalte dental;
yo veía la mandíbula horrible riendo sarcásticamente
dentro de un ataúd, y además al final desgranándose.
Ellos perdían a veces su pose extraño
cuando se divertían con el bagazo en la cáscara de naranja,
con una brizna de hierba o una hebra de hilo, con una paja, con una fruta,
o cuando ellos hacían crujir en un pequeño ruido
las almendras, las nueces, las castañas, la angélica,
en un ruido de mordisqueos de ratón famélico.
En todo lugar, refinando el asesinato y el estrago
ellos martirizaban largamente el turrón duro,
masacraban los pasteles, y lentos y mimosos
se deleitaban en el gusto de la vainilla de los helados.
Estos dientecillos entonces tomaban una apariencia traviesa
y se alegraban sosteniendo una risa infantil.
Cuando ellos resplandecían sin mostrar sus encías,
ellos estaban siempre fúnebres y pensativos,
pareciendo decirme: "¡Avanza!" o decirme: "¡Vete!"
o bien dignos de adornar la boca de Satán,
como detenidos delante de una pastura humana,
¡mi pobre corazón quizá! una capa de odio,
de sarcasmo y de horror venía a adherirse
cuando ellos se ponían a considerarme,
estos infernales dientes, estas adorables risas
que se hacían un juego de parecer irónicas,
del que la mirada era mordedura, y del que la noche
tenía el frío siniestro y cortante de la navaja de rasurar.

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Las arcadas son los espacios donde se alojan los dientes, en el maxilar superior y en el inferior.

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